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Armando Durán / Laberintos: Final del camino

   Por segunda vez en una semana Venezuela amanece en quietud casi absoluta. En esta ocasión, sin embargo, el paro cívico convocado por la opositora Mesa de la Unidad Democrática ha sido por dos días y sus dirigentes le han añadido un ingrediente de mucho fondo: la participación activa de las principales centrales obreras del país y los gremios y sindicatos del transporte. Una suma que ha determinado que hoy jueves, segundo día del paro cívico más huelga general, Venezuela amanezca en el mayor y más triste estado de desolación.

   Lo relevante de esta fase de la confrontación entre la inmensa mayoría de los venezolanos y un régimen que se ha propuesto como único y terco objetivo político perpetuarse en el poder al precio que sea, es que el conflicto en realidad no termina este viernes a las 6 de la mañana con el fin del paro y la huelga general. Con ese final programado en realidad arranca lo que puede que sea el desenlace del gran drama venezolano. Según la convocatoria de la MUD, lo que sus organizadores han llamado la Toma de Caracas por ciudadanos de toda Venezuela, será la batalla decisiva, no violenta por supuesto, pero también al precio que sea, que en un primer momento impida cívicamente la ilegal elección del domingo y a la vez propicie el cambio político que le devuelva su vigencia a la Constitución de 1999 y al estado de Derecho.

   A lo largo de estos dos últimos meses la propaganda oficial ha querido generar una doble matriz de opinión. Por una parte, que las protestas ciudadanas, que ya llevaban un mes ocupando masivamente las calles de toda Venezuela cuando Nicolás Maduro recurrió a la maniobra de la Constituyente, es una acción golpista y violenta puesta en marcha para impedir la profundización de la democracia en Venezuela que se propone el régimen con su Constituyente. Por la otra, igual de falsa y canalla, es que en lugar de participar en la búsqueda de una solución pacífica de la crisis venezolana, la oposición, financiada y alentada por el imperio estadounidense y por los gobiernos de Colombia y la Unión Europea, se niega criminalmente a dialogar con el régimen y buscar una salida negociada al conflicto que mantiene en vilo al país desde el pasado 2 de mayo.

   En realidad, un sector de la oposición sí ha venido reuniéndose con los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez bajo el manto protector de José Luis Rodríguez Zapatero, el mediador contratado por Maduro hace siglos para embaucar al pueblo opositor, pero no se ha llegado a ningún acuerdo porque en definitiva Maduro y compañía entienden la negociación como simple trampa para ganar tiempo. Para ellos el diálogo civilizado nunca ha sido el camino que de común acuerdo evite la explosión violenta de la crisis, sino un artificio en extremo útil para producir esas treguas unilaterales de la oposición que siempre le han devuelto a Maduro y compañía una relativa estabilidad cada vez que comienzan a sentir la falta de oxígeno. Es decir, lo que ocurrió en 2003, en 2015 y en 2016.

   En esta ocasión la situación es otra. Ni siquiera el hecho de haberle concedido a Leopoldo López el relativo beneficio de la casa por cárcel ha conseguido atemperar la firmeza de un país que al fin ha dicho ¡Basta! y permanece en las calles resistiendo la represión oficial, cada día más brutal, desde hace tres meses y medio. Como quiera que se mire, lo cierto es que a estas alturas de la lucha, a los venezolanos ya no les bastan las mentiras de Maduro ni la sonrisita de Rodríguez Zapatero para desviar sus pasos del objetivo trazado desde la aplastante derrota del chavismo el 6 de diciembre de 2015.

   Quizá algún día sepamos los detalles de las turbias maquinaciones del régimen para doblarle una vez más el brazo a la oposición, pero por ahora basta tener en cuenta que este pueblo ya no cree en los pajaritos preñados con que desde hace 15 años el oficialismo y parte de la oposición han logrado engatusarlo. Los ciudadanos sencillamente no están dispuestos a dar ni medio paso atrás y los dirigentes políticos de la oposición han terminado por entender que quien se atreva a desconocer esta realidad será brusca e inmediatamente expulsado del escenario político presente y futuro. Por su parte, el régimen luce resuelto a no escuchar las voces venezolanas ni las de la comunidad internacional que le piden cancelar la convocatoria de una Constituyente que tal como quedó demostrado en la histórica consulta popular del pasado 16 de julio, nadie la desea.

   En todo caso, en el marco de la actual y decisiva confrontación con el régimen, los hechos políticos finalmente han reivindicado la decisión tomada por Leopoldo López, Antonio Ledezma y María Corina Machado en abril de 2014 al plantearle al país “la salida”, salir del régimen como primer paso imprescindible para poder reencauzar a Venezuela por el sendero de la democracia política y la racionalidad económica. Y lo que ahora resulta más importante aún: Gracias a ello, por ingenua o perversa que sea la duda, ya nadie pone en tela de juicio que la calle y el sacrificio de los ciudadanos son las herramientas esenciales de la lucha popular contra un régimen dictatorial. Tampoco puede ya presumir nadie que el final de esta historia vaya a darse recorriendo los caminos de una negociación fraudulenta armada por el dúo Maduro-Rodríguez Zapatero. Para todos los demócratas de Venezuela y del mundo, la solución del problema venezolano la crisis, como estos días han reiterado López, Ledezma y Machado, está en esas calles que no se rinden. Esa es una convicción absoluta. Sólo por ellas llegará Venezuela al final anhelado del camino.  

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