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Armando Durán / Laberintos: Hiroshima, Nagasaki y el día de mañana

Hiroshima y Nagasaki: 80 años de las bombas atómicas - BBC News Mundo

El 6 de agosto de 1945, pocos minutos después de las 9 de la mañana, un solitario superbombardero estadounidense B 29, que volaba a casi 10 kilómetros de altitud, arrojó en caída libre sobre la ciudad japonesa de Hiroshima una bomba de poder monstruosamente devastador. Aquel “artefacto”, así lo llamaban los científicos y técnicos involucrados en el diseño y la construcción de este ingenio decididamente terrorífico a partir de la desintegración de un átomo de uranio, que a su vez desencadenaría una reacción nuclear en cadena, tenía un poder de 15 kilotones, es decir, de 15 mil toneladas de dinamita. Tres días más tarde, la ciudad de Nagasaki sufrió los efectos de otra de estas bombas, con la diferencia de que en lugar de átomos de uranio los átomos a desintegrar para producir aquella apocalíptica reacción en cadena eran de plutonio. Su poder destructivo era mayor, 20 kilotones, y se calcula que en estas dos primeras y hasta ahora únicas bombas atómicas lanzadas sobre objetivos reales, el número de muertes directas por las explosiones y por sus secuelas radioactivas alcanzó la cifra impresionante de 400 mil personas.

    El efecto de aquellos bombardeos fue tan abrumador, que condujo a la inmediata rendición incondicional de un Japón que parecía haber asumido ceremoniosamente el suicidio colectivo de la población como única alternativa digna a una capitulación humillante. No obstante el inmediato júbilo planetario que generó el anhelado fin de la guerra, el poder destructivo de las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki sumió a la humanidad en un clima de auténtico terror existencial. Sobre todo, en Estados Unidos, después del 29 de agosto de 1949, cuando se supo que la Unión Soviética había detonado en su sitio de pruebas de Semipalatinsk su primera bomba atómica, de 22 kilotones, copia exacta de la de Hiroshima, gracias a la información obtenida en el laboratorio de Los Alamos por uno de sus científicos, Klaus Fuchs, destacado físico teórico alemán que también era un competente espía soviético.

   La aspiración estadounidense de conservar la exclusividad del armamento atómico desapareció en ese instante y desató una carrera armamentista entre Washington y Moscú que se hizo absoluta y sofocante el 30 de octubre de 1961, cuando el Kremlin probó en un atolón del Pacífico una bomba de 8 metros de largo, casi 3 de diámetro y 27 toneladas de peso, con una potencia explosiva de 57 megatones, o sea, de 57 millones de toneladas de dinamita, un poder mil 500 veces superior al de la bomba de Hiroshima. Exactamente un año después, las fotos tomadas por un avión U 2 sobre territorio cubano le informó al gobierno de Estados Unidos que la Unión Soviética estaba instalando en Cuba, a solo 90 millas de la Florida, misiles ofensivos de alcance medio e intermedio con ojivas nucleares, y la amenaza de una confrontación nuclear entre ambas naciones adquirió entonces una consistencia muy palpable.

    Por fortuna, a los pocos días la crisis se solucionó políticamente, pero la carrera armamentista no se detuvo y aquellas peligrosas amenazas han alcanzado niveles inimaginables. Piénsese, por ejemplo, que además de Estados Unidos y la Unión Soviética otros 7 países disponen ya de armamento atómico y termonuclear propio: Gran Bretaña, Francia, Israel, Pakistán, India, China y Corea del Norte. Y téngase en cuenta que si bien esta proliferación de armamento nuclear ha generado un equilibrio, para muchos, un cínico “equilibrio del terror”, gracias al cual hasta ahora reina en el mundo una estable paz nuclear porque todos los gobiernos miembros de ese selecto club están perfectamente conscientes de que en un conflicto de esas proporciones no habría vencedores y todos serían barridos de la faz del planeta, lo cierto es que no se ha podido impedir que desde aquel lejano 1945 el mundo viva en un permanente estado de guerra. Y que, a pesar de todos los pesares, nada ha eliminado el temor a lo que puede llegar a ocurrir en un mundo que desde hace 80 años y hasta el día de hoy parece haber caído en las garras de una irreductible adicción a la guerra, la destrucción y la muerte.

   Este temor adquiere una dimensión muy especial cada vez que se cumple un aniversario más de la destrucción atómica de Hiroshima y Nagasaki, sucesos cuya memoria, en primer lugar, la que todavía nos cuentan los hibakusha, nombre que identifica a los pocos sobrevivientes que quedan de aquellas trágicas experiencias. Recuerdos y memorias que nos obligan a reflexionar sobre el peligro constante (basta tener presente la guerra en Ucrania y la gravedad del conflicto que no cesa en el Medio Oriente) de que estas guerras que nos han medio acostumbrados a percibir con cierto grado de normalidad esas devastaciones y esas muertes, finalmente, por error o por desesperación. quiebren en algún punto esa línea roja de los equilibrios actuales y precipiten a la humanidad en un abismo cuyas consecuencias reales son desde todo punto de vista imprevisibles. Basta tener presente, por ejemplo, que además del desarrollo de bombas cada vez más perfeccionadas, como la de neutrones, mejor conocidas como bombas “solo mata gente”, o las super bombas rusas de ni se sabe cuántos megatones,  Estados Unidos dispone de una bomba, identificada como bomba B 61, definida como arma estratégica y táctica porque su potencia es variable, desde 0,3 kilotones hasta 340 kilotones, y cuyas mínimas dimensiones, menos de cuatro metros de longitud, 33 cm de diámetro y apenas 300 kilos de peso, la hacen perfectamente transportable por cualquier caza bombardero convencional. Bombas, por cierto, de las que hoy en día 540 unidades están en servicio activo y 415 en servicio “inactivo.”

   En el marco de esta realidad resulta ingenuo adoptar posiciones pacifistas. Sin embargo, tampoco puede uno permanecer al margen y admitir esa situación con conformismo y resignación. Las cosas son lo que son y el poder político y los intereses estratégicos de las naciones dominan, cada día más, el destino del planeta y de cada uno de nosotros. Una certeza mucho más aterradora si la contemplamos, una semana de tan penosos aniversarios como esta, y para mayor ignominia, desde la intranscendencia de un país como Venezuela, miembro subdesarrollado del llamado Tercer Mundo.

 

   Nota. Como todos los años por esta época, esta pluma (es un decir) entra en reposo. Volveremos a la carga el sábado 30 de agosto

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