Armando Durán / Laberintos: ¿Incierto futuro político de España?
“Señor Rajoy, usted no puede continuar siendo presidente del Gobierno después de la sentencia de la Audiencia Nacional.”
Con esta frase rotunda, Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, resumió los argumentos de su iniciativa parlamentaria contra Mariano Rajoy y logró lo que hace apenas una semana nadie podía siquiera imaginar: desalojar a Rajoy de su despacho en el Palacio de la Moncloa y convertirse en el nuevo presidente del Gobierno español.
La historia política de Sánchez nos lo muestra como un hombre con tenacidad inquebrantable, siempre dispuesto a hacer apuestas muy fuertes, con una extraordinaria capacidad para resurgir de entre las cenizas de sus fracasos. Precisamente fue su fuerza de voluntad la que le permitió el año pasado vencer a los jefazos de su partido y recuperar la Secretaría General que había perdido en octubre de 2016 después de sus dos derrotas personales en las elecciones generales de diciembre de 2015 y junio de 2016, y no haber logrado después, en pacto con el partido Ciudadanos, lo que acaba de ocurrir ahora, porque su principal socio del momento actual, el partido Podemos, se abstuvo entonces de apoyarlo.
Estos últimos días, sin embargo, se produjo un brusco cambio en la dirección de los vientos políticos con la sentencia dictada el pasado 25 de mayo por la Audiencia Nacional de España condenando a 27 de los 33 dirigentes del Partido Popular acusados de haber concedido desde 2005 contratos multimillonarios para llenar ilegalmente las arcas del partido. Entre los condenados por la investigación del llamado caso Gürtel, la trama de corrupción más grande de la historia de la democracia española, se encontraba el ex tesorero del partido, Luis Bárcenas, que ya ingresó a prisión para cumplir 33 años de pena, y hasta el propio Partido Popular, forzado a pagar una multa de 245 mil euros, primer partido político incriminado en la historia de España por corrupción. En esa sentencia también se señala a Rajoy de falta de credibilidad en sus declaraciones como testigo en los tribunales que investigaban el caso.
Ante aquel regalo inesperado, Sánchez no perdió un solo instante. A Rajoy, acorralado desde hacía años por el escándalo, acusado el año pasado hasta por algunos importantes dirigentes de su partido de no haber sabido atajar a tiempo la crisis catalana, perseguido sin clemencia por la prensa, y ahora por la sentencia de la Audiencia Nacional, la situación se le hizo de pronto insostenible. Sin posibilidad de enfrentar una ofensiva parlamentaria que incluyó a todos los grupos políticos con la excepción de Ciudadanos, que si bien acusó a Rajoy y al Partido Popular, no votó a favor de la moción de censura presentada por el PSOE por preferir la fórmula de adelantar las elecciones generales, una opción muy distinta al recambio inmediato de Rajoy por Sánchez previsto en el mecanismo constitucional del voto de confianza parlamentaria.
Estos han sido los ingredientes del inmenso pero inesperado triunfo político de Sánchez. Por otra parte, sin embargo, esta suerte de colcha de retazos que las circunstancias le han permitido tejer, abre incógnitas que colocan a los españoles ante un futuro político incierto. Un ejemplo: ¿hasta qué punto es viable un gobierno que sólo dispone de 84 escaños en un Parlamento compuesto por 350 diputados? Peor aún, ¿hasta qué extremos de elasticidad tendrá Sánchez que someter sus propias posiciones para conseguir el respaldo mayoritario necesario de sus socios circunstanciales a la hora de gobernar? Para ilustrar esta situación basta recordar que en una de sus intervenciones durante el debate del jueves, Sánchez se comprometió a respaldar el proyecto de Presupuestos Generales presentado por el gobierno Rajoy, a la que tanto el PSOE como Podemos se habían opuesto abiertamente. ¿La razón de este cambio aparentemente inexplicable? El Partido Nacionalista Vasco, al que Rajoy le había concedido importantes ventajas en el marco de ese proyecto de presupuesto, convertido por la aritmética parlamentaria en el fiel de la balanza ya que del voto de sus 5 diputados dependía el resultado de la votación, exigía de Sánchez el compromiso de asumir como propio ese proyecto de Presupuestos Generales que, después de pasar por un Senado con mayoría del Partido Popular, debe regresar al Congreso de los Diputados para su aprobación o rechazo definitivo. ¿Qué hará en este caso Podemos? ¿También cambiará así como así su voto, o para hacerlo le exigirá a Sánchez un puesto en su gabinete, aspiración que ya ha insinuado el propio Pablo Iglesias pero que Sánchez no parece dispuesto a satisfacer? Y ya que ponemos ejemplos de la complejidad de una situación sin duda inescrutable, aquí va otro: ¿hasta dónde está dispuesto a ceder Sánchez en su acercamiento a los dos partidos independistas catalanes que le han apoyado en la votación parlamentaria contra Rajoy? Por ahora, Quim Torra, presidente de la Generalitat, le ha pedido a Sánchez correr el riesgo de abrir una negociación “gobierno a gobierno”, sin pretender que él renuncie al llamado mandato del primero de octubre, es decir, sin exigirle dejar de lado su lealtad al proyecto de establecer en Cataluña “un estado independiente en forma de república.”
Esta realidad ha llevado a Felipe González a fijar una posición muy distinta a la de Sánchez. En declaraciones a la prensa formuladas este viernes, ha declarado que le parece peligroso que Sánchez intente gobernar con esos insuficientes 84 diputados y propone que Sánchez convoque a elecciones generales para el 30 septiembre, a más tardar para el 4 o el 14 de octubre, pero Sánchez y los partidos que han respaldado su propuesta insisten en la conveniencia de agotar el tiempo que le resta a esta Legislatura y celebrar las elecciones generales en el año 2020, la fecha prevista en el cronograma electoral español. ¿Será esto posible sin condenar a España a sufrir las ingratas consecuencias de la inestabilidad y de extenuantes negociaciones para avanzar cada paso que quiera dar el gobierno de Sánchez? Y en ese caso, ¿en qué dirección marchará el nuevo gobierno de España?
Por ahora resuena la advertencia formulada por una diputada canaria en su discurso durante el debate para explicar la razón por la que había decidido abstenerse. Le conocemos, señor Sánchez, le dijo, y confiamos en que usted gobernará dentro del marco de la Constitución española, “pero no confiamos en sus compañeros de viaje.” No obstante estas indiscutibles tinieblas e incertidumbres, el debate parlamentario del jueves y la votación del viernes con la que Sánchez conquistó la Presidencia del Gobierno, arrojan una luz más esperanzadora. Fue una batalla encarnizada por conservar o conquistar el poder político, pero que se libró en un marco de libertad y respeto colectivo a las rigurosas exigencias que le impone la democracia a sus actores. Duros, muy duros e implacables fueron los discursos que delinearon esta instancia histórica, la primera vez que se provoca la destitución parlamentaria de un presidente de Gobierno, pero sin apartarse un ápice de los límites que definen a la democracia, una democracia por cierto, como quedó bien demostrado en la reacción de todos una vez concluida la votación a las 11 y media de la mañana del viernes por la mañana. Incluso en el discurso de despedida de Rajoy, que fue el primero en saludar y desearle la mejor de las suertes a su sucesor, y en el discurso de Sánchez al asumir su victoria, en el que según dijo aspira a contar con un Partido Popular fiel a la constitución y la democracia, entre otras razones, porque los corruptos son sólo algunas individualidades de ese partido, no el partido como organización política.
Esta realidad, más allá de las dudas que genera la necesidad que tendrá Sánchez de armonizar las múltiples contradicciones que surgirán entre los miembros de la alianza que lo ha llevado a la Moncloa para impedir que esas incompatibilidades terminen hundiéndolo en el abismo de las misiones imposibles, pone de manifiesto, y eso resulta absolutamente auspicioso para España, que la democracia española es una experiencia política madura, suficientemente firme y arraigada en la conciencia colectiva del país para enfrentar con éxito el desafío que le presenta estar llegando a su mayoría de edad. Y eso, en estos tiempos convulsos que vivimos en Europa y en las Américas, no es poca cosa.