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Armando Durán / Laberintos: La batalla de Barinas

 

   “Barinas va a la pelea”, anunció Juan Guaidó hace días ante un grupo de ciudadanos opositores  en la capital del estado Barinas, y luego ratificó “la necesidad de luchar por condiciones para que el voto de los venezolanos sirva para elegir.”

En mi columna de hace un par de semanas, me referí a la reunión que Nicolás Maduro, inmediatamente después de “conocerse” los resultados de las elecciones regionales del 21 de noviembre,  sostuvo con los tres gobernadores de oposición a quienes el Consejo Nacional Electoral les adjudicó la victoria en los estados Zulia, Nueva Esparta y Cojedes, Manuel Rosales, Morel Rodríguez y Alberto Galíndez respectivamente, viejos caciques regionales en tiempos del antiguo régimen, reconvertidos en representantes del sector de la oposición que mejor se ajusta desde hace 20 años a los intereses del régimen. Al final de esa jornada protocolar, Maduro declaró a la prensa que las reuniones fueron muy fructíferas y ponían de manifiesto la firme vocación democrática del régimen y su permanente disposición a dialogar con todos los sectores políticos y sociales del país.

Por otra parte, de los restantes 21 estados de Venezuela, 20 quedaron en manos del oficialismo, pero en Barinas, Argenis Chávez, hermano menor de Hugo Chávez y gobernador del estado -que se presentaba a la reelección-, fue derrotado por el candidato opositor, Freddy Superlano. Un resultado que, además de no estar previsto ni en las más descabelladas previsiones del régimen, creó una situación sencillamente inaceptable. Barinas no podía darle la espalda a los herederos de su hijo más notable y el Consejo Nacional Electoral no tuvo más remedio que abstenerse de dar a conocer la verdad de la votación. Hasta el 30 de noviembre, cuando intervino el Tribunal Supremo Electoral para solucionar ese ingrato “malentendido”, anulando, porque aquí se hace lo que se manda desde Miraflores y punto, la adversa votación del 21 de noviembre, y convocando, ilegalmente, su repetición el próximo 9 de enero.

En sentencia simultánea, los sumisos magistrados del máximo tribunal venezolano también dictaminaron que Superlano, cuestionado hombre de confianza de Guaidó desde el fiasco de Cumaná en febrero de 2019, estaba administrativamente inhabilitado para ejercer cargos públicos y, por lo tanto, no podía repetir como candidato opositor. La misma pena se le impuso también a los dos siguientes candidatos seleccionados para sustituir a Superlano. Mientras tanto, Argenis Chávez renunciaba a su aspiración de ser reelegido y el Partido Socialista Unido de Venezuela designó como candidato a Jorge Arreaza, yerno de Chávez y muy activo canciller de Venezuela desde 2017, con la misión de borrar lo sucedido y restaurar la normalidad política en la patria chica del padre de la revolución bolivariana.

En realidad, el anuncio de Guaidó ante los burlados electores del estado Barinas expresaba la reacción habitual de la oposición venezolana desde hace 20 años, cada vez que el régimen cometía algún atropello, cada vez más frecuentes y más escandalosos. Un hacerse los locos para poder retomar sin complejos éticos el entendimiento con el régimen y la participación en las elecciones que  organice  el régimen, dejando de lado la negativa a entrar por el aro del oficialismo como respuesta natural al sistemático desconocimiento oficial de la victoria opositora en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015.

Precisamente por esa razón, en aquel instante crucial del proceso político venezolano, Maduro y sus asesores procedieron a reestructurar el Tribunal Supremo de Justicia y el Consejo Nacional Electoral para no caer jamás en el mismo error. Fue una ofensiva tan grosera, que la oposición se negó a concurrir a la elección presidencial prevista para diciembre de 2018, rechazo que superó Maduro haciéndose reelegir en unos comicios anticipados a mayo y sin candidato opositor válido, exceso que le permitió a Guaidó al asumir la Presidencia de la Asamblea Nacional en enero de 2019 denunciar el carácter fraudulento de la reelección de Maduro y su usurpación del poder presidencial. La mayoría de las democracias del mundo desconocieron a Maduro como presidente legítimo de Venezuela, suceso que hizo posible que Guaidó, en su condición de presidente de la Asamblea Nacional denunciara la existencia de un vacío presidencial permanente y recurrió a la Constitución para asumir la Presidencia Interina del país y proponer una valiente hoja de ruta para ponerle fin a la dictadura y devolverle a Venezuela el orden constitucional y la democracia.

Ya sabemos que esa esperanza duró muy poco por culpa de los errores de Guaidó y su gente, y el abandono gradual de sus propios lineamientos, cuyo efecto inmediato fue la progresiva disolución de la confianza popular en la jefatura de Guaidó. Situación propiciada desde el primer momento y aprovechada a fondo por Maduro y la dirigencia de una supuesta oposición para neutralizar a Guaidó y convertir su liderazgo en una nostálgica evocación de lo que pudo ser y no fue. Eventualidad cuya última y muy vergonzosa incidencia ha sido la resurrección del “diálogo” con el régimen, ahora en Ciudad de México, y a aceptación, sin la menor protesta, de las inaceptables y continuas exigencias del chavismo más duro para imponer, sin contratiempo alguno, las reglas del juego en las negociaciones y en las urnas electorales del 21 de noviembre, quizá las victorias políticas más importantes logradas por Maduro.

Desde esta perspectiva, puede decirse que estos sucesos no son frutos accidentales de la confrontación gobierno-oposición, sino de la naturaleza política y existencial del régimen chavista, realidad con solidez suficiente para que el régimen recurra absolutamente a todo lo que le permite su  visión totalitaria del poder, con la complicidad de buena parte de sus adversarios nacionales y extranjeros, políticos y económicos. Incluyendo, por supuesto, lo que ha ocurrido y seguirá ocurriendo en Barinas; eso sí, sin ninguna consecuencia relevante. De ahí que la alianza de partidos opositores agrupada en una inexistente plataforma unitaria de la oposición, versión actual de lo que antes se llamó Coordinadora Democrática y después Mesa de la Unidad Democrática, se limite a librar en Barinas una pelea como la que acaba de anunciar Guaidó, de ahora en adelante absolutamente electoral y de común acuerdo con el “gobierno”, al fin legitimado por la misma oposición que lo había calificado de ilegítimo, como si en esta Venezuela nuestra de cada día de veras reinara una democracia, todo lo heterodoxa que se quiera, pero al fin y al cabo democracia. Y que todos, gobierno y buena parte de la oposición, sostengan, en contra de lo que dice la experiencia diaria de los venezolanos, en Venezuela se desarrollan en perfecta armonía las relaciones de gobernantes y gobernados, y los votos sí eligen.

 

Nota final: como todos los años por estas fechas, le doy descanso a mis lectores y les deseo que el año 2022 nos traiga al menos la satisfacción de algunos de nuestros buenos deseos. Volveremos a vernos entonces.

 

 

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