Cultura y Artes

Armando Durán / Laberintos: ¿La hora final de Nicolás Maduro?

El próximo mes de abril ocurrirán en América Latina dos eventos que podrían alterar de manera muy dramática el proceso político venezolano y el futuro inmediato de la región: la VIII Cumbre de las Américas, a celebrarse en Lima los días 13 y 14, y la elección presidencial, convocada por el régimen chavista para el día 22. En ambos escenarios se juegan el futuro de Nicolás Maduro, no su segura “victoria” electoral, y del régimen chavista, y además el rumbo que emprenderá la región, que sigue atrapada en el dilema que hace casi 60 años Fidel Castro le presentó al mundo latinoamericano, ¿democracia burguesa o revolución comunista?, un desafío muy disminuido al iniciarse la década de los noventa el fin de la guerra fría y sorpresivamente revivido por Hugo Chávez desde Venezuela con su ascenso al poder en febrero de 1999.

La causa inmediata de esta nueva fase del viejo conflicto ha sido la última intentona del diálogo que desde la primavera de 2016 sostuvieron en Santo Domingo y Caracas representantes del régimen y de una parte de la oposición. O más bien el rotundo fracaso de todos sus protagonistas, disimulado con discreción poco convincente a lo largo de los meses, a ver si en algún momento un golpe de dados alteraba el orden natural de las cosas, hasta que hace apenas 10 días los actores de la farsa tuvieron finalmente que reconocerlo en la capital dominicana. Durante demasiado tiempo ese sector de la oposición había alentado las esperanzas de los ciudadanos con la falsa ilusión de una salida pacífica y electoral de la crisis, crisis que ha terminado por hacerse insostenible crisis humanitaria, pero esta vez, a la intolerancia habitual de un régimen que siempre se ha negado a hacerle a la oposición claudicante concesiones que justificaran su falta de carácter para enfrentar al chavismo, le añadió leña al fuego al mostrarse más intolerante que nunca. La elección presidencial, prevista en el cronograma electoral del Consejo Nacional Electoral para el cuarto trimestre del año, se adelantaba unilateralmente para el 22 de abril, y se prohibía al partido Primero Justicia, el principal de la alianza opositora MUD, participar en la elección. Era demasiado, así que los representantes de la MUD se levantaron de la mesa y dieron por terminadas las negociaciones.

El mensaje era evidente. Ante las inadmisibles condiciones del régimen, la oposición no participaría en la dichosa elección presidencial, razón por la cual Maduro, en su mejor estilo de guapetón de barrio, le lanzó al mundo la peor de las amenazas posibles. Duélale a quien le duela, la elección presidencial se celebraría el 22 de abril, con oposición, advirtió, o sin oposición. No fue, sin embargo, una desmesura suya. Maduro conoce a la perfección todos los recovecos del laberinto en el que se ha perdido la oposición desde hace 15 años y sabe por esta experiencia que para los dirigentes de Acción Democrática, Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo y más recientemente de Voluntad Popular, la ruptura con el régimen está muy lejos de ser una opción razonable. Sin embargo, de nuevo la más ingrata pregunta: ¿qué hacer? Tan incómoda, que, desde el fin de las negociaciones en Santo Domingo y del desplante presidencial, atrapados sin salida en el callejón del deseo enfermizo de participar como sea en esta y en cualquier otra elección por amañada que sea, y la dificultad impracticable desde todo punto de vista de explicarle a los ciudadanos su irrenunciable decisión a colaborar con el régimen a pesar de todos los pesares, han guardado un enigmático e inescrutable silencio. Según declaró este jueves Henry Ramos Allup, el aspirante con mayores deseos de ser el candidato unitario de la oposición para enfrentar a Maduro en esas urnas electorales trucadas, este fin de semana los cuatro partidos que conforman el G-4 de la MUD anunciarán su decisión de participar o no en la “consulta” electoral del 22 de abril.

La comunidad internacional, que en el curso de las últimas semanas sí ha perdido toda su confianza en una eventual rectificación de Maduro y compañía, reaccionó indignada ante la impertinencia totalitaria del régimen. El presidente Donald Trump llegó incluso a declarar que su gobierno no descartaba ninguna alternativa ante la violación sistemática de los derechos humanos en Venezuela, ni siquiera la alternativa de una intervención militar directa. En el marco de esta posición extrema se produjo, por una parte, la renuncia imprevista pero nada casual de Thomas Shannon, sub-secretario para Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado y firme partidario de la política apaciguadora practicada por Barack Obama con respecto a Cuba y Venezuela; por otra, la gira por América Latina y Jamaica de Rex Tillerson, secretario de Estado de Trump,  en busca de respaldo regional para las futuras acciones que emprenda su gobierno con el propósito de desterrar del escenario regional a Maduro y al régimen chavista.

Dentro de este cuadro de extrema conflictividad se celebró este lunes y martes en Perú una nueva reunión del llamado Grupo de Lima. En esta ocasión, el presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, declaró que de acuerdo con lo acordado por la Cumbre de las Américas reunida en Quebec el año 2001, según la cual “cualquier alteración o ruptura inconstitucional del orden democrático en un Estado del Hemisferio constituye un obstáculo insalvable para la participación de dicho Estado en las Cumbres de las Américas”, él había tomado la decisión de anular la invitación a Nicolás Maduro para la VIII Cumbre de las Américas, que tendrá lugar en la capital peruana los días 13 y 14 de abril. Enseguida, los 14 países miembros del Grupo de Lima divulgaron un comunicado conjunto en el que sostienen que en virtud de que el régimen chavista se niega a celebrar elecciones democráticas y transparentes, se solidarizan plenamente con la decisión tomada por Kuczynski.

Por supuesto, Maduro reaccionó de inmediato, en su estilo habitual. “¿Me tienen miedo?”, preguntó desafiante en cadena de radio y televisión. “¿No me quieren en Lima? Pues me van a ver, porque llueve, truene o relampaguee, por aire, tierra o mar llegaré a la Cumbre de las Américas para decir la verdad de Venezuela.” Bravuconada a la que la vicepresidenta peruana, Mercedes Aráoz le salió al paso de inmediato. La presencia de Maduro en Perú no es bienvenida, sostuvo, y en consecuencia advirtió que “Maduro no puede entrar al suelo ni al cielo peruano.” Una situación que ocurra lo que ocurra en Lima el próximo 13 de abril, obligará a las naciones de la región que asistan a esta octava Cumbre de las Américas a adoptar una posición categórica. A favor o en contra de la decisión del gobierno peruano y del Grupo de Lima, con el apoyo de Estados Unidos, o de ciego y militante respaldo a Maduro, quien en este punto sólo parece contar con los apoyos de Cuba, Bolivia, alguna isla caribeña y quizá, sólo quizá, Nicaragua. En todo caso, esta Cumbre, con la presencia de Trump y Raúl Castro, y la ausencia, con escándalo añadido, de Maduro, dará la largada a una confrontación regional que a todas luces nos llevará directamente de vuelta a los años sesenta.

Muy pocos días después de la Cumbre, o sea, bajo el impacto directo de sus efectos, el 22 de abril, los venezolanos están convocados a votar en unos comicios cuyo resultado, con candidato unitario de la oposición o con Maduro en un estado de máxima soledad, luchando contra su propia sombra, será sin duda el peor epitafio con que pueda adornarse el sepulcro de la mal llamada “revolución bolivariana.” Sin embargo, nadie puede aventurarse por ahora a afirmar lo que exactamente sucederá después. De algo sí podemos estar seguros. La suma de tantos y tan complejos ingredientes apunta a que a partir de ese día comenzará el irremediable y patético desenlace de la carrera política del sucesor de Chávez en la Presidencia de Venezuela. Y eso, sin la menor duda, tendrá consecuencias muy significativas en toda la región.

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