Armando Durán / Laberintos: La pavorosa crisis venezolana (y III)
El domingo 20 de mayo se producirá en Venezuela un punto de inflexión decisivo en el proceso político que inició Hugo Chávez con su intentona golpista del 4 de febrero de 1992. Me refiero al simulacro electoral de ese día, fraude de todos los fraudes electorales maquinados por el régimen chavista para perpetuarse indefinidamente en el poder, que ha merecido que los cancilleres del llamado Grupo de Lima, ampliado con la participación de los de Estados Unidos, España y varias islas del Caribe, en reunión celebrada el pasado lunes 14 en Ciudad de México, condenaran categóricamente la farsa, al tiempo que hacían una última exhortación al “Gobierno venezolano a suspender las elecciones previstas para el próximo domingo, ya que han sido convocadas por una autoridad ilegítima, sin la participación de todos los partidos políticos, sin observación internacional independiente y sin las garantías necesarias para un proceso libre, justo, transparente y democrático.”
Este contundente comunicado debe ser entendido como el preaviso oficial de las dos Américas y la Unión Europea a los jefes de un régimen que desde este domingo no podrá siquiera disimular su carácter dictatorial. Hasta ahora, habían logrado darle una leve capa de barniz democrático a sus maquinaciones y artefactos electorales con la finalidad de conservar una formal legitimidad de origen, pero las circunstancias derivadas de la aplastante derrota de los candidatos chavistas en las elecciones parlamentarias de 2015 han obligado a Nicolás Maduro a dejar de lado todos los artificios de la simulación. La crisis que desde el año 2014 hunde a los venezolanos en el abismo de la más tenebrosa desesperación hacía inviables las maniobras diseñadas por Hugo Chávez hace 15 años para avanzar hacia el destino final de su proyecto con algo más de lentitud, pero sin mayores contratiempos.
La histórica derrota chavista en esas elecciones parlamentarias hacían imposible, al iniciarse el año 2016, la exitosa estrategia de Chávez. Los resultados de esa consulta electoral fueron en realidad la expresión política más cabal de la magnitud de una crisis general insoluble, a no ser que se produjera un pronto cambio de presidente, gobierno y régimen, la consigna que había hecho posible aquella victoria popular, y que a medida que se acrecentaba la conflictividad, alimentó la voluntad de cambio que movilizó a millones de venezolanos durante cuatro meses a partir del 2 de abril de 2017, en inmensas manifestaciones de indignación ciudadana que al costoso precio de más de 150 manifestantes asesinados por las fuerzas represivas del régimen y miles de heridos, en julio acorralaban al régimen.
Desde la Asamblea Nacional y desde la Mesa de la Unidad Democrática, hasta los dirigentes más conciliadores de la oposición se habían unido a la protesta popular y habían convocado al pueblo a la rebelión civil. Al llegar ese mes de julio, la comunidad internacional, escandalizada por la ferocidad represiva del régimen, también terminó por abandonar su diplomático distanciamiento de los conflictos internos en las naciones latinoamericanas y comenzó a exigirle al gobierno de Caracas, cada día con mayor firmeza, el respeto a los derechos humanos y la rápida solución política de una situación que paso a paso se había convertido en una realidad insostenible. En este momento, Maduro debió sentirse acorralado. La implacable violencia oficial ya no bastaba para sofocar la voluntad popular de cambio, sobre todo después del 16 de julio, cuando millones de venezolanos abandonaron las calles durante unas pocas horas para respaldar en las urnas de una consulta convocada por la Asamblea Nacional la exigencia opositora, al parecer entonces no negociable, de un cambio político profundo en el más breve plazo posible.
Todo permitía suponer entonces que las horas del régimen estaban contadas, pero una vez más ocurrió lo inexplicable. Ante la ofensiva combinada de un pueblo protestando en las calles de toda Venezuela y la creciente condena internacional al régimen, los asesores nacionales y extranjeros de Maduro se sacaron de la manga el truco electoral que siempre habían empleado en las horas más difíciles, y con esa intención la presidenta del Consejo Nacional Electoral tomó por sorpresa al país al convocar la celebración de las elecciones regionales y municipales, previstas para finales del año anterior pero canceladas sin dar explicación alguna porque el régimen sabía que ni con todo el arsenal de trampas y falsificaciones podrían impedir que la oposición conquistara las gobernaciones y alcaldías en casi todo el país. Y tal como había calculado el régimen, los dirigentes de la alianza opositora no se lo pensaron dos veces. Desactivaron de inmediato las movilizaciones ciudadanas, y de prisa y corriendo salieron a inscribir a sus candidatos en las oficinas regionales del CNE.
Sin duda, fue una gran victoria táctica del régimen. Gracias al espíritu claudicante de los dirigentes de oposición que controlaban hegemónicamente el funcionamiento de la alianza opositora, el régimen lograba, sin mayor esfuerzo, desactivar las protestas al bajísimo costo de ofrecerle a esos dirigentes la posibilidad de conquistar algunos pocos espacios burocráticos de origen electoral. Ese era un reflejo condicionado que administraba con astucia pavloviana el régimen para manejar a la oposición a su antojo en los momentos de dificultad, llamar a nuevas aunque siempre infructuosas rondas de negociaciones y convocando elecciones para lo que fuera, siempre amañadas, pero con la garantía de que la oposición obtendría algunos cargos de elección para sus candidatos. Lo que esa dirigencia negociadora no había previsto era que la situación política del país ya era otra muy distinta y el régimen ya no estaba dispuesto a distribuir los caramelitos de antaño. En esta ocasión, la aplanadora chavista redujo a 5 las gobernaciones que cedería a la oposición, cuatro para Acción Democrática y una para Primero Justicia, los dos partidos con los que mejor se entendía, pero impuso que la juramentación de los nuevos gobernadores fuera ante las autoridades de la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente, que esos partidos se habían negado oficialmente a reconocer porque todos sus miembros eran dirigentes del partido oficial seleccionados a dedo, al margen de las normas constitucionales y legales. Los cuatro candidatos victoriosos de AD accedieron a someterse a esta perversa imposición, pero el candidato ganador en el estado Zulia, dirigente de PJ, al negarse a someterse, fue simple y rápidamente despojado de su victoria.
Estas incongruencias condenaron a los dirigentes conciliadores de la MUD al escarnio de los ciudadanos. Mucho más cuando a pesar de lo ocurrido aceptaron volver a reunirse con representantes del régimen en la capital de República Dominicana para negociar una modificación de las condiciones electorales que les permitiera a los partidos de oposición participar en la elección presidencial prevista en el cronograma oficial del CNE para diciembre de este año sin perder el poco prestigio que les quedaba. Sin embargo, de nada les valió sacrificar lo conquistado en las urnas de las elecciones parlamentarias de 2015 y en las calles de la rebelión civil durante los meses de lucha popular ese año 2017. El régimen les negó absolutamente todo y anunció por su cuenta que la fecha de la elección presidencial se adelantaba para el mes de abril, aunque poco después se pospuso para este 20 de mayo. Informó, además, que a esta elección la MUD como alianza de partidos, y Primero Justicia, su principal miembro, quedaban políticamente inhabilitados y no podrían participar ni presentar candidatos. La MUD no tuvo más remedio que levantarse de la mesa de negociaciones y llamar al país a abstenerse de votar en lo que hasta para ellos era una farsa inadmisible.
El resultado de estos hechos es la comedia bufa que se representará este domingo en Venezuela, incluyendo en la farsa la presencia de un ex militante del chavismo y ex dirigente de la MUD comodín ahora de Maduro como adversario electoral para simular que su cantada reelección no es fruto de la ausencia electoral de una fuerza opositora real, razón a su vez de la categórica posición adoptada el lunes en México por la comunidad internacional democrática. Una muy ingrata circunstancia a la que se han prestado algunos miembros de la oposición política, pero que como quiera que se mire desnuda el carácter dictatorial del régimen y coloca a Venezuela a un paso de ingresar en una dimensión desconocida de la historia nacional. Tan desconocida dimensión, que si bien todos sabemos lo que pasará el domingo, nadie está en condiciones de prever lo que ocurrirá a partir del lunes 21 de mayo. Una cosa sí parece inevitable. La pavorosa crisis venezolana, mezcla inaudita de desastre político y tragedia socio-económica en el marco de una soberana incompetencia de los gobernantes y del sector dominante de la oposición, bajo el impacto devastador de un proceso hiperinflacionario que durante los últimos días ha adquirido una velocidad de vértigo y profundiza aún más la magnitud de la crisis humanitaria que asfixia al país, condena a los venezolanos a verse cara a cara con lo que puede terminar siendo la hora más oscura de su historia.