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Armando Durán / Laberintos: La resurrección del peronismo-chavista

 

Estaba previsto. Nada ni nadie podría haberlo impedido. La misma crisis económica y social que hace cuatro años le dio a Mauricio Macri la Presidencia de Argentina, hace dos domingos se la arrebató. Las incógnitas que genera esta elección son otras. Por una parte, si la restauración del peronismo vuelve ahora al poder de la mano de Alberto Fernández y Cristina Fernández con las mismas señas de identidad de su pasado kirchnerista, o sea con fuerte acento chavista; por otra parte, si debemos incluir este resultado en el inquietante universo de las turbulencias que desde los primeros días de octubre amenazan seriamente a Ecuador, Bolivia y Chile. Todo ello en medio de la crisis interminable y perturbadora de Venezuela y del penoso futuro de Cuba, hoy en día más incierto que nunca.

La actual espiral de violencia que amenaza a la región estalló en Quito hace poco más de un mes. Poco después se propagó a Chile. El origen de ambas situaciones es común. Tanto el gobierno de Lenin Moreno como el de Sebastián Piñera, acorralados por las graves deficiencias de sus finanzas públicas, recurrieron a las ya conocidas recetas macroeconómicas que exige el Fondo Monetario Internacional para ayudar a los gobiernos latinoamericanos en apuros. En Ecuador la causa eficiente fue el brusco aumento en el precio de los combustibles; en Chile el aumento en el precio de los billetes del metro de Santiago. En ambos casos, sin embargo, el verdadero motivo ha sido el malestar de la población ante crisis económicas y sociales sin solución desde hace demasiado tiempo. Es decir, ante la incapacidad y la desidia de gobiernos que al margen de sus ideologías han demostrado no ser capaces de hacer lo que se espera de ellos, satisfacer los deseos y las necesidades de sus gentes.

En Ecuador, por ahora, el presidente Moreno parece haber superado los peligros que pusieron en riesgo las instituciones del país hasta el extremo de obligarlo a trasladar la sede del gobierno de Quito a Guayaquil, pero todo permite suponer que sólo se trata de una tregua. La aparente normalización de la vida en el país la ha logrado Moreno a cambio de cancelar las principales medidas de su paquete económico, incluyendo el aumento en el precio de los combustibles, retroceso que pone en evidencia la debilidad de su autoridad presidencial. De ahora en adelante le resultará a Moreno casi imposible gobernar sin caer en nuevas y suicidas tentaciones populistas.

Peor, sin embargo, ha resultado la decisión que prefirió tomar Piñera, quien además de repetir al pie de la letra el pobre ejemplo de Moreno y dar marcha atrás en la mayoría de sus controversiales medidas económicas, le pidió público perdón a los chilenos por su falta de sensibilidad social y procedió de inmediato a hacer un profundo cambio en su gabinete ejecutivo. Con el añadido de que ni aun así ha podido apagar del todo las llamas que continúan amenazando a la democracia chilena.

Argentina no ha caído en un abismo de ingobernabilidad similar gracias a que las elecciones del domingo 27 de octubre han funcionado como válvula de escape de la rabia acumulada en los sectores más desfavorecidos de la sociedad argentina. Aunque nadie sepa con exactitud cuál será el rumbo político y económico que vaya a imprimirle el nuevo gobierno peronista al país. En todo caso, al menos por ahora, los dos Fernández tendrán primero que encontrar la manera de sortear los obstáculos que representa tener a un costado al Chile de Piñera y al otro al Paraguay de Mario Abdo Benítez, empresario también metido a político, y al Brasil de Jair Bolsonaro, quien ya ha expresado su profundo disgusto por la elección de Alberto y Cristina. A estas circunstancias, desde todo punto de vista hostiles, deben añadir los nuevos gobernantes argentinos el contratiempo que representa, con el abierto beneplácito de Benítez y Bolsonaro, sus otros socios en Mercosur, la más que probable victoria de Luis Lacalle Pou en la segunda vuelta electoral uruguaya, a celebrarse el próximo 24 de noviembre.

Se trata sin duda, de un aislamiento internacional que oscurece muy ostensiblemente el horizonte del futuro gobierno argentino, al que de repente se ha agregado el deterioro indetenible de Evo Morales como presidente de Bolivia, sobre todo desde la noche de este lunes 4 de agosto, cuando Luis Fernando Camacho, dirigente del Comité Cívico Pro-Santa Cruz, capital agrícola y empresarial de Bolivia, devenido en líder de las protestas ciudadanas y del paro cívico nacional que mantiene en vilo a Bolivia, anunció ante una gran multitud de partidarios que, vencido el plazo de 48 horas que le había dado a Morales para renunciar, a partir de hoy martes 5 de noviembre se radicalizarían las protestas y el paro cívico nacional se haría huelga general, incluyendo en la acción a los empleados y obreros de la Administración Pública. De terminar este proceso de ruptura con la integración de las fuerzas armadas del país, tal como Camacho solicitó, se produciría en Bolivia un drástico cambio de gobierno, y al peronismo argentino sólo le quedaría un aliado en América del Sur, la Venezuela de Nicolás Maduro, en los tiempos que corren, un vínculo demasiado tóxico para ser asumido a la ligera.

Precisamente por esta ingrata realidad, sin poder además contar con el petróleo venezolano que antaño le suministraba a Cristina Kirchner el chavismo venezolano a precio de gallina flaca, Alberto Fernández decidió hacer su primer viaje como presidente electo a México. Según algunos analistas, con la esperanza de encontrar en Andrés Manuel López Obrador un aliado para propiciar juntos la creación de una eventual alianza progresista que ocupe el espacio que ha dejado vacante en la región la desaparición de los organismos regionales creados y financiados por Hugo Chávez para disponer de un arco defensivo alrededor de su “revolución bolivariana.”

Otros analistas recuerdan, sin embargo, impulsado por el pragmatismo y el oportunismo que han caracterizado la zigzagueante orientación de su vida pública. Jefe de Gabinete durante la larga Presidencia de Néstor Kirchner, continuó siéndolo cuando Cristina sustituyó a su marido en la Casa Rosada, pero a los 7 meses renunció al cargo y se convirtió en abierto crítico de su gestión presidencial hasta que el año pasado, “inspirado” en las conveniencias electorales, de nuevo se acercó a Cristina, quien le ofreció acompañarlo como candidata a la vice Presidencia de la República a cambio del importante y decisivo caudal político que conserva la ex presidenta. Una disposición que a todas luces facilitó su acceso a la Casa Rosada. Según esta manera pragmática de hacer política, Fernández simplemente habría viajado a México en busca del respaldo económico y petrolero que ya no puede proporcionarle Venezuela. Cualquiera que haya sido el objetivo real de su visita a Ciudad de México, Fernández se topó con una barrera infranqueable. El presidente López Obrador, sonriente y sinuoso como siempre, lo paró en seco con una declaración categórica: la política exterior, en este caso, los intereses ideológicos y las necesidades económicas de Argentina, no son prioritarios en su gobierno.

Este episodio no es más que el principio del final de una historia cuyo último capítulo quizá lleguemos a conocer muy pronto. Por el momento digamos que sobre esta novela escrita por sus protagonistas a ritmo de tango habrá que añadir el resultado de la segunda vuelta de la elección presidencial en Uruguay, el desenlace de las crisis de Chile y Bolivia, incluso el mensaje que le han enviado los electores colombianos en las elecciones regionales de hace diez días a sus dirigentes políticos al darle la espalda tanto a los principales candidatos del uribismo como a los de Gustavo Petro y las Farc.

Por ahora, la conjunción de estos sucesos, fiel reflejo del catastrófico flujo y reflujo incesante entre el populismo izquierdista, los gobiernos de empresarios politizados ante el fracaso sistemático de la clase política y los autoritarismos de derecha o izquierda que desde hace años se disputan sin éxito la conducción del proceso político regional, agudizará la confusión que provocará en los argentinos y en sus vecinos la muy limitada capacidad de maniobra del nuevo gobierno. Y pondrá de relieve una vez más la imposibilidad de los gobiernos nacionales y de las instituciones internacionales, en primer lugar de la Organización de los Estados Americanos (OEA), condenada por los gobiernos miembros del ente con el cínico argumento de la “no intervención en los asuntos internos de otros” a una agonía sin fin. Incapaces unos y otros a garantizarle a los ciudadanos de la región el derecho a vivir en democracia, en libertad y con dignidad.

 

 

 

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