Armando Durán – Laberintos: La victoria póstuma del Papa Francisco
“Nadie puede eximirse de favorecer contextos en los que se trate de la dignidad de cada persona, especialmente de aquellas que son más frágiles e indefensas, sean ciudadanos o inmigrantes”, les manifestó León XIV este viernes 16 de mayo a los embajadores de todo el mundo acreditados ante la Santa Sede. Luego fue más específico aún al ponerse como ejemplo vivo de que su exhortación se sustentaba sobre sólidas raíces: “Mi propia historia es la de un ciudadano descendiente de inmigrantes, que a su vez ha emigrado.”
Apenas una semana antes, poco después de las 6 de la tarde del jueves 8 de mayo, el humo blanco de la chimenea instalada en la capilla Sixtina le había anunciado al mundo que los 133 cardenales con derecho a votar en el Cónclave acababan de elegir al sucesor del papa Francisco. Minutos más tarde, el tañido de las campanas de la basílica romana de San Pedro confirmó la noticia y el estruendo de la expectante multitud reunida en la inmensa plaza resonó en todos los rincones del planeta. Entusiasmo jubiloso de los creyentes porque en pocos minutos conocerían al fin la identidad de su nuevo Santo Padre, y alerta en el ánimo de quienes no lo son porque el poder terrenal del papa es material y se sostiene sobre el inmenso poder espiritual que le confiere el hecho de ser la cabeza de una colectividad de mil 400 millones de fieles. Un poder que se asienta en veinte siglos de tradición monárquica, intransigente y absoluta, que mucho pesa en el desarrollo de la vida pública y privada de la humanidad.
El elegido en esta jornada crucial fue Robert Francis Prevost, matemático y teólogo de talante muy discreto, que si bien era “papable”, nadie lo incluía en sus listas de favoritos. Sobre todo, porque además de su humilde manera de ser, siempre distante de los focos mediáticos, entregado durante 38 años a su labor misionera en Perú, era ciudadano de Estados Unidos, la principal potencia política del planeta, circunstancia que en la práctica lo excluía de todas las posibles quinielas porque su elección podría propiciar un vínculo demasiado estrecho y abrumador entre Washington y Ciudad del Vaticano. Razón precisamente que impulsó al presidente Donald Trump a expresar de inmediato su satisfacción al conocer la noticia de su elección.
En el resto del planeta, a la sorpresa que produjo la elección del cardenal Prevost se sumó de inmediato la necesidad de despejar otra incógnita. Sin la menor duda, los 12 años del papado de Francisco habían sido polémicos y su muerte actualizaba las viejas tensiones entre las fuerzas conservadoras y las renovadoras, que desde el Concilio Vaticano Segundo, el escándalo del banco Ambrosiano y la proliferación de denuncias sobre abusos sexuales a menores por parte de clérigos en muy diversos escenarios mundiales, habían generado una crisis de tal magnitud, que Benedicto XVI se sintió obligado a presentar su renuncia, la primera renuncia de un papa en muchos siglos, como su única alternativa para enfrentar esa hidra de tantas cabezas. De ahí la elección de un renovador como Jorge María Bergoglio y por eso, hace un par de semanas, en este mismo espacio, señalé que la realización de “este Cónclave pondría en peligrosa evidencia la contradicción entre las virtudes inmutables de la religión católica y las realidades materiales del quehacer de los hombres de carne y hueso en el implacable universo de la política y las finanzas. Por otra parte, mucho tendrán que ver sus decisiones con la conducta moral de quienes concentran en sus manos los privilegios que les concede el hecho de ser los representantes de un Dios humilde y desamparado en un mundo intoxicado por las guerras, la explotación de los más pobres e ignorantes y la acumulación sin límites de la riqueza material.”
Nunca lo sabremos, pero yo no puedo imaginarme al papa Francisco no planificando cuidadosamente su sucesión, es decir, su legado, y no me parece nada casual, sino todo lo contrario, que desde principios de su papado fuera dándole sucesivas responsabilidades a su amigo norteamericano y también peruano, pruebas que el misionero agustiniano fue superando sin estridencias, exitosamente. Primero, en 2014, lo nombró administrador apostólico de la peruana región de Chiclaya y poco después obispo de esa diócesis. Después, en 2023, año clave en la vida del obispo, lo integró a su equipo de colaboradores más cercanos en el Vaticano, como prefecto del Dicasterio de los obispos, responsabilidad que incluía el nombramiento de obispos en todo el mundo y de la coordinación de sus actividades, y como presidente de la Comisión Vaticana para América Latina, actividades que le permitieron viajar por todo el mundo y conocer personalmente a las principales figuras de jerarquía eclesiástica. A finales de ese año, lo hizo cardenal. Pasos que colocaron a Robert Francis Prevost Martínez, en el tramo final de la recta que finalmente lo ha llevado a la cima de la Iglesia católica.
La resistencia que encontró el papa Francisco no solo fue por plantear la necesidad de asumir un compromiso con los sectores más humildes de la sociedad, su ostensible austeridad personal y haber sostenido que la Iglesia católica estaba enferma de “Alzheimer espiritual”, sino también por la posibilidad de autorizar ordenar a mujeres como oficiantes. ¿Seguirá León XIV los pasos de Francisco?
En las palabras que este viernes le dirigió al cuerpo diplomático acreditado ante el Vaticano, el papa León XIV resumió lo que podemos considerar como su programa ideológico, indiscutible victoria póstuma del papa Francisco, comenzando por afirmar que la tarea de la Iglesia es admitir “la urgencia pastoral de no buscar los privilegios sino intensificar su misión evangelizadora al servicio de la humanidad.” En este sentido, recalcó que su deseo es “alcanzar y abrazar a cada pueblo, a cada persona de esta tierra, deseosa y necesitada de verdad, justicia y paz”, los tres pilares que según él constituyen el sostén y la fuerza de la Iglesia. Por último, advirtió que en “el cambio de época que estamos viviendo la Santa Sede no puede dejar de hacer sentir su propia voz ante los numerosos desequilibrios y las injusticias que causan condiciones indignas de trabajo y sociedades cada vez más fragmentadas y conflictivas.”
Mientras en Roma el papa hijo de inmigrantes y a su vez inmigrante fijaba su posición sobre un mundo cada día más polarizado y más injusto, la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos ratificaba su veto a las deportaciones masivas de inmigrantes ordenadas por Donal Trump de acuerdo con una ley de 1798. Al enterarse de esta decisión judicial, amenazante, Trump advirtió que “este es un día malo y peligroso para Estados Unidos.”