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Armando Durán / Laberintos: Las opciones de María Corina Machado

   En mi columna Laberintos publicada el pasado 9 de febrero, analizaba el complejo momento político venezolano y concluía que a pesar de la incertidumbre generada por los muchos y tortuosos sucesos que lo oscurecían, incluyendo la sentencia del Tribunal Supremo de Justicia avalando la inhabilitación administrativa dictada al margen de la Constitución y las leyes por la Contraloría General de la República contra María Corina Machado, el desenlace del conflicto actual entre el gobierno y la oposición está previsto que se produzca en la elección presidencial del próximo 28 de julio, con dos únicos contrincantes, ella y Nicolás Maduro.  “O el uno o la otra”, sostenía entonces y lo reitero hoy. “Nada ni nadie más.”

   Escribo estas líneas a menos de una semana de que se abra el plazo de 5 días para que los partidos políticos reconocidos como tales por las autoridades electorales inscriban a sus candidatos en el Consejo Nacional Electoral, pero aún ni siquiera se sabe cuáles partidos serán autorizados a hacerlo. Por otra parte, el CNE desconoce el derecho de los venezolanos a votar al no cumplir su obligación política y legal de actualizar el Registro Electoral Permanente, instrumento imprescindible para que los venezolanos ejerzan ese derecho al voto, ni han cursado todavía la invitación formal a organismos internacionales a participar como observadores, no acompañantes, en el proceso electoral. Por estos y por otros abiertos desconocimientos de los compromisos adquiridos por ambas partes al firmar el pasado 17 de octubre el llamado Acuerdo de Barbados, a medida que pasan los días, la ruta electoral se hace más incierta y escabrosa.

   Ante estas evidencias, cuesta mucho no calificar la estrategia opositora, como tantas otras veces, como un sí pero no. Una confusión que puso en evidencia el aparato del oficialismo al denunciar la noche del 22 de octubre de fraude el resultado de la elección primaria y amenazar judicialmente con la cárcel a sus organizadores. Sin embargo, nadie sabe con certeza si lo que ocurrió aquella noche y ocurre desde entonces, ¿es una perversa reacción de Maduro para neutralizar las irreversibles consecuencias políticas de aquella votación, o se trata de una nueva manifestación de la naturaleza totalitaria del régimen que le impuso Hugo Chávez a Venezuela el 2 de febrero de 1999, al asumir la Presidencia de Venezuela, con la intención de repetir en Venezuela la experiencia revolucionaria cubana?

   En todo caso, recuerda el categórico mensaje que transmitió Fidel Castro con su decisión de no dar un paso atrás en la ruta revolucionaria emprendida por su gobierno, aunque ello significara colocar al mundo al borde del inimaginable abismo de una guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética en octubre de 1992. Ni más ni menos lo que le había anticipado el propio Castro a Richard Nixon, vicepresidente entonces de Estados Unidos, en Washington, el 19 de abril de 1959. Encuentro de casi tres horas de duración, que Nixon resumió para el presidente Dwight Eisenhower en un memorándum de seis páginas mecanografiadas a un solo espacio, en el que incluye una pregunta suya sobre las elecciones a realizarse en Cuba, a la que el primer ministro cubano respondió tranquilamente con un “por el momento los cubanos no desean elecciones.” Elíptica frase para disimular Castro sus planes secretos, medio despejados cuando regresó a Cuba,  al sostener que antes de hablar de elecciones primero se imponía la necesidad de hacer la revolución. Hasta que finalmente esclareció la realidad con una pregunta formulada a los cuatro vientos: “Elecciones para qué?” Hasta el día de hoy.

   La versión chavista de aquella categórica declaración de principios la resumió el propio Castro en el aula magna de la Universidad Central de Venezuela el 3 de febrero de 1999, cuando ante un numeroso grupo de partidarios de Chávez, reunidos allí para escuchar en vivo y en directo al  padre de todas las posibles revoluciones en América Latina, les pidió que no le exigieran al nuevo presidente venezolano hacer lo que ellos habían hecho en Cuba cuarenta años antes. El mundo era ahora otro. Ya no existían la Unión Soviética, la Comunidad Socialista ni la guerra fría, y ante estas nuevas circunstancias internacionales, si bien los objetivos de la revolución cubana y la venezolana podrían ser los mismos, los medios para alcanzarlos tendrían que ser distintos. De ahí surgió la versión electoral del chavismo, celebrar elecciones cada dos por tres, cuantas más mejor, siempre de acuerdo con las formalidades de la democracia burguesa, menos la de darle al votante la fuerza de elegir.

   Lo único que ha cambiado desde entonces ocurrió en diciembre de 2015, cuando por un “descuido” de Maduro, presidente de Venezuela tras la desaparición física de Chávez, sus candidatos fueron aplastados sin contemplaciones por los de la oposición, pírrica victoria, la habría calificado Chávez, porque el régimen rápidamente recuperó la compostura y, con la complicidad de una cúpula opositora que prefería seguir cohabitando con el régimen para no perder los pocos pero jugosos beneficios compartidos con el régimen. Dos años más tarde las aguas de la normalidad política ya habían recuperado su nivel.

    De esa turbia sustancia surgió en enero de 2019 la estrella de Juan Guaidó, muy fugaz porque pronto se disolvió en la nada, lánguidamente, sin pena ni gloria. Tremenda frustración ciudadana que duró hasta que María Corina Machado, que había sabido mantenerse muy lejos de esas humillantes componendas de la mal llamada oposición venezolana con el régimen, incansable en su tarea de enfrentarlo y cambiarlo, se convirtió en lo que ha llegado a ser, símbolo de un inconmovible y creciente rechazo popular al régimen. Esa fue la razón de su contundente victoria en la elección primaria del 22 de octubre y por eso, a pocas horas del breve período de postulaciones fijado en el cronograma electoral, a sabiendas de que el régimen no permitirá la participación de Machado en la elección del 28 de julio, la incertidumbre domina el escenario político nacional. ¿Acudirá Machado al CNE a inscribir su candidatura a sabiendas de que no podrá hacerlo? ¿Con qué finalidad? Una incógnita que abre otra, pues tampoco nadie sabe a ciencia cierta qué hará la Plataforma Unitaria Democrática, entregada desde aquella ya remota jornada electoral del 22 de octubre a deshojar la margarita de una candidatura que sustituya a la de Machado, también al tanto de que cualquiera que sea su decisión, abrirá otra serie de incógnitas que a su vez abrirán otra serie de interrogantes y nuevas y muy controversiales incertidumbres. Hasta que los deseos se hagan realidad, o estallen como una pompa de jabón.

 

 

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