Armando Durán / Laberintos: Maduro se queda solo (y II)
António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, se apartó hace pocos días del tradicional distanciamiento que le impone el cargo a la hora de opinar sobre situaciones tan difíciles como la que hoy se vive en Venezuela, y sostuvo, en declaraciones a la televisora mexicana Televisa, “que es fundamental tener una Venezuela democrática, donde los derechos humanos sean respetados.” Es decir, que según Guterres, el régimen “bolivariano” no es democrático y el gobierno que preside Nicolás Maduro no respeta los derechos humanos. Rotunda condena que a su vez recoge el sentimiento que, sin excepción alguna, impregna indeleblemente la visión que tienen los gobiernos democráticos de Europa y las dos Américas del actual régimen venezolano. Un criterio que, como advertíamos la semana pasada en este mismo espacio, ha terminado por hacerse universal: “Día a día se ha venido acentuando la soledad de Maduro ante un pueblo indignado y desesperado que lo señala como responsable del desastre que significa la progresiva desaparición de Venezuela como nación y ante una comunidad internacional que ya no está dispuesta a seguir contemplando, impasible, la violación grosera de los derechos humanos y las devastadoras consecuencias de una crisis que se ha hecho humanitaria y se agrava a diario y sin remedio.”
Durante los últimos días dos sucesos ilustran cabalmente esta penosa soledad política de Maduro. La primera tiene que ver con la reacción que generó el anuncio formulado por el propio Maduro en Caracas de que el próximo lunes 11 de octubre se dirigiría al mundo desde la tribuna del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, presuntamente para denunciar las “agresiones injerencistas” del imperio en Venezuela, pregonadas por el presidente Donald Trump. Según se divulgó por medio de las redes sociales, diversos países miembros le responderían a Maduro desde esa misma tribuna, razón por la cual, sin perder un solo minuto, muy pocas horas después de haber hecho el anuncio, Maduro canceló su viaje a Ginebra y le encargó a su canciller asumir esa misión imposible de desmontar en el mismo ojo del huracán los argumentos que de acuerdo con la retórica oficialista emplea la derecha internacional para justificar sus arremetidas contra el pueblo venezolano.
Este rechazo planetario a Maduro, lugar común en la vida política de las principales capitales del mundo, tuvo su máxima expresión esta misma semana, cuando los jefes de los gobiernos de Francia, España, Alemania y Gran Bretaña, pasando por alto las exigencias protocolares y las normas de buena conducta política, recibieron al presidente de la acosada Asamblea Nacional de Venezuela, diputado Julio Borges, y a su vice presidente, diputado Freddy Guevara, ostensible entendimiento de esos gobiernos con la oposición al régimen, quienes además de ser recibidos con todos los honores por Emmanuel Macron, Mariano Rajoy, Angela Merkel y Therese May también fueron receptores del apoyo oficial de esas naciones a la Asamblea y a los ciudadanos, empeñados en rechazar las acciones de espuria Asamblea Nacional Constituyente y devolverle su vigencia a la Constitución Nacional y al orden democrático.
Se trata de un hecho político y moral de enorme importancia. Un salto cualitativo que rompe con la indiferencia habitual de los gobiernos de mayor peso en el mundo, y contrarresta el gran éxito de la política exterior de Hugo Chávez para prevenir y neutralizar a tiempo cualquier posible reacción desfavorable de la comunidad internacional. Para alcanzar este objetivo estratégico Chávez usó a fondo el petróleo como herramienta política que desplegó sin ningún disimulo para establecer vínculos de carácter clientelar con muchos gobiernos de la región, que entre otras muchas ventajas políticas le permitió contar con votos suficientes en la OEA para compensar la influencia de Washington, como quedó demostrado con las sucesivas derrotas de Estados Unidos y de los principales gobiernos de la región cada vez que Luis Almagro intentó aprobar la aplicación al gobierno Maduro de los artículos 20 y 21 de la Carta Democrática Interamericana. Y como si esto fuera poco, Chávez que también se anotó grandes victorias al lograr la constitución de organismos regionales como UNASUR y la CELAC, sin participación estadounidense, y en estrecha complicidad con Fidel Castro logró el lanzamiento de la estratégica Alianza Bolivariana de los Pueblos de América (ALBA), para socavar por todos los medios imaginables la presencia hegemónica de Estados Unidos en la región y sustituirla por la proyección del ideario cubano-venezolano en los asuntos hemisféricos.
El ascenso de Maduro a la Presidencia de Venezuela, que coincidió con el dramático descenso de los precios del petróleo en el mercado institucional y el agotamiento de los recursos financieros de Venezuela, que no eran tan inagotables como los jerarcas del régimen habían calculado, a la que muy pronto se sumó la insuficiencia de Maduro para gobernar Venezuela en tiempos de crisis, provocó un rápido desgaste de la popularidad interna del chavismo y del régimen, cada día más visiblemente incapaz de satisfacer las crecientes urgencias materiales de millones de venezolanos acostumbrados a contar con la presencia siempre generosa de un Estado que literalmente nadaba en un océano de petróleo. Ventaja comparativa de Venezuela en tiempos de bonanza petrolera, que a partir de 2008 comenzó a ser todo lo contrario y que después de la elección presidencial de Maduro se hizo insostenible.
El resultado de esta mala gestión se puso políticamente en evidencia en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015, cuando millones de venezolanos castigaron al régimen eligiendo una Asamblea Nacional con mayoría absoluta de parlamentarios de oposición. A la indetenible crisis económica, con una crisis social sin precedentes como su más dramática y directa consecuencia, se añadió entonces una crisis política que ni Maduro, ni sus socios cubanos, ni los expertos de ambos gobiernos han sabido enfrentar. Fue una tormenta perfecta que arrasó con el proyecto que había puesto Chávez en marcha, y cuyo peor contratiempo fue tanto la crisis institucional generada por el desconocimiento sistemático de aquella victoria electoral de la oposición desde el mismo día de la instalación de la nueva Asamblea, como los cuatro meses de turbulencias que a partir del 2 de abril obligaron al régimen a recurrir al único mecanismo que sus dirigentes parecían tener a mano para superar el obstáculo de un pueblo que por fin exclamaba ¡Ya basta! O sea, la acción de las fuerzas represivas, al margen de la constitución y de los derechos políticos y humanos del adversario. Los vientos de esa tormenta han terminado por arrasar con lo poco que aún queda en pie de Venezuela y condenan a los ciudadanos, abandonados a su suerte porque sus supuestos dirigentes los han despojados de una conducción política adecuada, a la incertidumbre y el caos. Con la única y vana esperanza de saber que a pesar de todos los pesares, Maduro por fin se ha quedado solo, absoluta e irremediablemente solo.