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Armando Durán / Laberintos – México: la continuidad con cambio

Claudia Sheinbaum y AMLO: en qué se diferencian y en qué se parecen el  presidente de

 

    El pasado martes, primero en el palacio de San Lázaro, donde se juramentó como presidente del Gobierno, y después ante la multitud de entusiastas partidarios que llenaba el Zócalo, la inmensa y emblemática plaza de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum recibió de manos de su amigo y mentor, el presidente saliente, Andrés Manuel López Obrador, el bastón de mando, símbolo material del poder político que adquiría en ese momento.

Ceremonia sin la menor duda histórica, porque ella es la primera mujer que asume la jefatura del Estado y del Gobierno en una sociedad tan groseramente machista. Triunfo indiscutible de las mujeres latinoamericanas en su lucha por cerrar la brecha que a pesar de los importantes avances alcanzados desde el fin de la Segunda Guerra Mundial aún les obstaculiza en todo el mundo, muy particularmente en América Latina, los caminos que las lleven a los niveles más altos de los mundos de la política, los negocios y el trabajo.

   Desde esta perspectiva, el triunfo personal de Sheinbaum adquiere en México la fuerza de un auténtico huracán político  y social, sobre todo, si tenemos en cuenta que el principal contendiente de Sheinbaum en la jornada electoral del pasado 2 de junio, Xóchitl Gálvez, también es mujer y entre ambas sumaron nada  más y nada menos que 85 por ciento de los 98 millones y tantos de votos que se depositaron aquel domingo en las urnas electorales. No en balde, en el curso de esta jornada que le cambia el rostro al presente y al futuro de su país, Sheinbaum, que en ningún momento se ha identificado con posiciones “feministas” extremas, le advirtió a los hombres mexicanos que ella “no llegó sola, todas llegamos.”

    A pesar de la revolucionaria significación que tiene el hecho de que una mujer haya alcanzado el punto más elevado de la pirámide del poder político mexicano, Sheinbaum arranca esta nueva etapa de su historia personal acosada por tres interrogantes decisivas. La primera es determinar hasta dónde se extenderá la sombra de López Obrador sobre su gobierno. La sucesión en el México prehispánico incluía el asesinato del emperador azteca por su sucesor, para que nadie dudara de quien ejercía el mando en el imperio. La tradición se conserva, pero dándole a esa muerte con aires edípicos un valor real: la figura del presidente saliente se disuelve para siempre en una niebla impenetrable desde el mismo instante en que los electores eligen a un nuevo presidente. ¿Hará lo mismo López Obrador? Hace varias semanas ha declarado que él no romperá esa norma de distanciamiento total, pero por lo pronto, en ningún momento se ha apartado de los focos. Todo lo contrario. Con la excusa de despedirse de un pueblo que lo respalda aún más que hace seis años, estos meses finales de su mandato los ha dedicado a recorrer el país y promoviendo su imagen y su liderazgo y ofreciendo nuevos programas de gobierno, como si el futuro gobierno de Sheinbaum fuera un gobierno de MORENA, partido que él fundó en octubre de 2011, como plataforma de su candidatura presidencial para las elecciones generales del año siguiente y del que sigue siendo su jefe político. Y como si a fin de cuentas, Sheinbaum siguiera siendo la profesora del Instituto de Ingeniería de la Universidad Autónoma de México (UNAM), especializada en la investigación de las relaciones entre energía y cambio climático, a quien sin apenas conocerla más allá de su prestigio académico, al ganar en julio del año 2000 la jefatura del Gobierno del entonces Distrito Federal, ahora Ciudad de México, la incorporó a su gabinete como responsable del área de Medio Ambiente.

   Desde entonces, Sheinbaum se convirtió en estrecha colaboradora de AMLO. Cuando este renunció a su cargo cinco años más tarde para presentar su candidatura a la Presidencia de México en las elecciones de 2006, en las que fue derrotado por Felipe Calderón, ella regresó a la vida académica, aunque ya no se apartaría de la actividad política. Ni de López Obrador, a quien acompañaría en ese fallido intento electoral, en la fundación de su Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) y en su segunda aspiración presidencial, en la de 2014, derrotado por Enrique Peña Nieto, comicios en los que ella, con el apoyo de AMLO, ganó la jefatura del gobierno de Ciudad de México, la primera mujer en lograrlo. Ahora, a los múltiples y muy complejos desafíos que tendrá que afrontar como presidenta de México, también tendrá que estar muy atenta a los pasos que pueda dar su mentor, quien seguirá moviendo los hilos de MORENA, no vaya a ser que caiga en la tentación de querer intervenir en los manejos de su Gobierno.

   La tercera interrogante es la que encontramos en su consigna de continuidad en el cambio. Es decir, que su proyecto es continuar haciendo lo que hizo AMLO durante los seis años de su Presidencia, especialmente en su lucha contra la desigualdad social, pero con algunos cambios. Los dos más evidentes, y de lo que ella es modelo ejemplar, son impulsar los derechos de la mujer para hacerlas alcanzar protagonismo en todas las áreas posibles, razón para lo cual creará el Ministerio de la Mujer, y hacer realidad su promesa electoral de convertir a México en una potencia técnica y científica, sin duda, con énfasis en materia de medio ambiente y cambio climático. Dos objetivos a los que nadie tiene por qué oponerse. El problema surge de la popularidad generada por las políticas impulsadas por AMLO en materia social y por ella misma como jefe de gobierno de Ciudad de México, circunstancias que le han permitido, no solo obtener más de 59 por ciento de los votos emitidos, sino contar con mayoría absoluta en el Congreso y con los gobernadores de 24 de los 32 estados mexicanos, una fuente de poder que le concede a su autoridad presidencial una fuerza total, más que suficiente para impulsar los cambios más controversiales de su programa, incluyendo en el paquete la legislación necesaria para que los miembros del Poder Judicial sean designador por elección popular. En un México acosado por la pobreza, por la corrupción, por el narcotráfico, por la violencia desmesurada y por la inflación, con un desarrollo económico que apenas crece uno por ciento anual y con el sofocante tema de la inmigración ilegal a Estados Unidos, todo ello en medio de una crisis política y económica mundial cada día más grave, ¿hasta dónde estaría entonces la todopoderosa presidenta Sheinbaum resuelta a llegar?

   He ahí la cuestión, como diría el angustiado príncipe de Dinamarca.

 

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