Armando Durán / Laberintos: Pedro Sánchez y Núñez Feijóo contra las cuerdas
“¡Más corrupto eres tú!”
Esta expresión de confrontación barriobajera ha pasado a ser el tema central de la actual crisis que oscurece dramáticamente el presente y el futuro político de España, triste desenlace de aquella transición a la democracia que se inició tras la muerte de Francisco Franco en noviembre de 1975, gracias a las convicciones que animaban entonces a los protagonistas de aquel episodio extraordinario, Juan Carlos I, recién coronado rey, Adolfo Suárez, producto del franquismo tardío, el socialista Felipe González y el ya maduro dirigente comunista Santiago Carrillo.
De aquellas históricas negociaciones que concluyeron el 25 de octubre de 1977 con la firma de los decisivos pactos firmados en el palacio de La Moncloa queda muy poco o nada. Apenas una constitución que le ofrecía a los españoles razones para contemplar su porvenir con optimismo y un proyecto muy concreto y moderno de país que a estas alturas, a fuerza de ciega polarización, enriquecimiento ilícito y corrupción, hace agua por todas sus costuras. Pasos en falso que han eclipsado por completo el debate de las ideas y las confrontaciones ideológicas para concentrarse en determinar quién es más culpable, un gobierno cuyo presidente ha sido acorralado por los escándalos de corrupción y al que solo parece obsesionarle la alternativa existencial y política de conservar el poder al precio que sea hasta las elecciones generales de 2027, o una oposición que aspira a sustituirlo de inmediato y sin condiciones, a pesar de que sus culpas pasadas son idénticas a las que acorralan estos días a Pedro Sánchez, y hacen penar a los españoles; a fin de cuentas, todos, sean de izquierda o de derecha, son iguales de culpables.
En efecto, la causa final de la dramática encrucijada actual del sistema político español es la consecuencia directa de dos escándalos protagonizados por los dos últimos secretarios de organización del PSOE, hombres de la mayor confianza política y personal de Sánchez, José Luis Ábalos, a punto de ingresar a prisión en cualquier momento, y Santos Cerdán, ya en prisión preventiva y sin fianza, acusados de haber cometidos todos los delitos habidos y por haber relacionados con el enriquecimiento ilícito de funcionarios públicos.
La gravedad de esta situación es que no se trata de una novedad, sino que su penoso origen se remonta a los años del gobierno de José María Aznar (1996-2004), aunque demoró en estallar, ya en el gobierno de Mariano Rajoy, primero con el caso Gürtel, que involucraba a empresarios privados en el financiamiento ilegal de las arcas del Partido Popular, y después el caso de Luis Bárcenas, tesorero nacional del Partido Popular, condenado por el Tribunal Supremo de Justicia a 33 años de prisión por utilizar aquellos fondos ilegales para el pago igualmente ilegal de sobresueldos a funcionarios del gobierno y del partido, que iban desde 5 mil a 30 mil euros mensuales. Un escándalo que provocó una sesión de censura parlamentaria contra Rajoy en junio de 2018, quien se sintió obligado a renunciar a su cargo, decisión que propició la elección de Pedro Sánchez como nuevo presidente del Gobierno.
Sobre aquel escándalo del PP ha caído ahora el que compromete al dúo Ábalos-Cerdán. Aquellos y estos son responsables directos de haber colocado a la democracia española en este punto de quiebre, cuyo primer acto fue la feroz confrontación parlamentaria en la que la oposición y algunos socios de su gobierno pusieron a Pedro Sánchez contra las cuerdas. Ese debate lo inició Núñez Feijóo acusando a Sánchez de ser “un presidente profundamente atrapado en una trama de corrupción. Por mucho que se maquille, usted no es la víctima. La víctima somos los españoles.” A lo que Sánchez respondió con una desoladora frase: “¡Más corrupto serás tú!” Luego añadió que mientras su gobierno actuaba nada más detectarse una ilegalidad, los gobiernos del PP se habían limitado a encubrir sus ilegalidades. El tono de este intercambio de imputaciones nada ideológicas se elevó al máximo con la intervención de Santiago Abascal, líder del ultraderechista partido Vox, quien sostuvo, antes de marcharse abruptamente del hemiciclo parlamentario, “que los españoles pagan impuestos muy elevados para que algunos los gasten en putas”, refiriéndose a algunas conversaciones telefónicas de Ábalos y Cerdán en las que intercambiaban libremente detalles de sus andanzas extramatrimoniales.
Por otra parte, resultó altamente significativo que Yolanda Díaz, líder de Sumar, partido de izquierda más radical y socio del gobierno de Sánchez, sencillamente no asistió a esa tensa sesión parlamentaria, a todas luces para no verse obligada a intervenir en un debate del que prefiere mantenerse bien al margen. Quien desde la izquierda sí expresó su rechazo fue el independista catalán Gabriel Rufián, secretario general de Esquerra Republicana Catalana (ERC), que apoya al gobierno en el Congreso de los Diputados, quien le reclamó duramente a Sánchez haber declarado que el PSOE actuaba nada más detectarse un acto de corrupción, pero que en esta ocasión “lo han hecho cuando lo ha detectado la Guardia Civil”, organismo cuyas investigaciones destaparon la trama Ábalos-Cerdán.
En el marco de esta confrontación, los adversarios a muerte son Sánchez y Núñez Feijóo, cuyos partidos, este fin de semana, reúnen a sus máximos dirigentes para acordar la estrategia a seguir en los próximos y conflictivos días. Sin duda teniendo muy en cuenta los estudios de opinión más recientes, los que registran que en los últimos 30 días el PSOE ha perdido casi 3 puntos de apoyo popular, su nivel más bajo desde las elecciones generales de hace dos años, a pesar de la aprobación ciudadana a la gestión del gobierno en materia económica y de empleo. El PP, sin embargo, solo ha subido 0,2 por ciento, mientras que el partido que se beneficia del cataclismo socialista es Vox, que sube esos 2,8 por ciento que pierde el PSOE.
Para agravar aún más una situación que cada día se distancia más de las manos de Sánchez, el presidente Donald Trump, al finalizar la cumbre de la OTAN la semana pasada en La Haya con la aprobación de su exigencia a que los 32 países miembros de la organización aprobaran elevar sus gastos militares a 5 por ciento de sus productos brutos internos, solo se tropezó con la excepción del gobierno español, aunque Sánchez estampó su firma en el documento final. Razón suficiente para que Trump, como siempre amenazante, le advirtió a Sánchez que “tiene usted una bonita economía y sería una pena que le ocurriera algo.” Es decir, o mete usted a España por este aro del 5 por ciento o aténgase al castigo de un aumento de aranceles a los productos españoles que se exporten a Estados Unidos, equivalente a lo que piensa ahorrar en sus gastos militares.
En medio de este auténtico derrumbe de su carrera política, hasta ahora, Sánchez se resiste a aceptar el consejo que hace menos de 10 días le hizo el diario español El País, periódico que nunca ha dejado de sentirse vinculado al PSOE, en un editorial explosivo: tener muy en cuenta que más allá de cualquiera que sea el desenlace de la crisis, lo que está en juego es su pérdida de credibilidad como presidente del Gobierno español. En este sentido, esta misma semana, en artículo publicado en la portada del portal digital de ese periódico, el escritor Javier Cercas señala que la única victoria política posible que le queda a Sánchez es la dimisión.
Esta es, sin duda, la esencia de la decisión que tomen este fin de semana los jerarcas del PSOE y del PP. En un régimen parlamentario como el español, el remedio natural para esta enfermedad política terminal es una moción de censura propiciada por la oposición, como hizo el propio Sanchez hace siete años para derribar el gobierno Rajoy, o una moción de confianza del propio Sánchez para legitimar su permanencia en el poder hasta las elecciones generales del 2027. El problema es que ni Sánchez esta dispuesto a poner en peligro su permanencia en la jefatura del Gobierno y prefiere aferrarse al cargo por encima de cualquier otra opción, ni Núñez Feijóo, acorralado a su vez porque el sector más intransigente de su partido, encabezado por Aznar, le exigen lanzarse a fondo en su ataque para precipitar el derribo inmediato de Sánchez y hasta su encarcelamiento, y porque sabe que a sus 63 años, después del fiasco que significó obtener la victoria popular en las elecciones de hace dos años y no poder validarla en el Congreso de los Diputados, de fracasar en este empeño correría la triste suerte de una jubilación adelantada. Peligro cierto por su error al rechazar entenderse hace dos años con partidos conservadores pero nacionalistas, como el Partico Nacionalista Vasco (PNV), y conservadores pero independentistas como Junts per Catalaunya, partidos que en función de ese rechazo le dieron a Sánchez los votos de su victoria en el Congreso de los Diputados.
Esta realidad no ha cambiado en absoluto desde entonces. Peor aún, porque si bien Núñez Feijóo ha expresado públicamente su deseo de negociar con Carles Puigdemont, líder de Junts, “para poner en cero el reloj de las relaciones entre los dos partidos”, requisito imprescindible para pasearse por la posibilidad de sacar adelante la moción de censura contra Sánchez, su partido se opuso con firmeza a la recién aprobada Ley de Amnistía y la rama catalana del PP acaba de presentar en el Congreso de los Diputados una enmienda a esa Ley de Amnistía, precisamente, para excluir a Puigdemont y otros dirigentes independentistas catalanes de los beneficios de la ley.
Contradicciones que afectan a Sánchez y a Núñez Feijóo, que dan la impresión de ser insalvables y que por ahora impiden ver siquiera un rayito de luz al final del túnel. Mientras tanto, habrá que esperar a que terminen esas reuniones de los máximos dirigentes del PSOE y el PP. El lunes ya veremos.