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Armando Durán / Laberintos: Se apaga Venezuela

 

  

   Y de repente, se hizo la oscuridad.

   Eso ocurrió el pasado martes, poco después de las 9 de la mañana, en la Gran Caracas y sus alrededores. Hasta pasadas las 2 de la tarde. Un apagón que sumió a millones de ciudadanos en el mayor de los desconciertos. Sin metro, el único sistema de transporte público que funciona a medias en la capital venezolana, sin ascensores ni aire acondicionado, la vida en Caracas se paralizó prácticamente por completo. Un fenómeno que desde hace más de un año afecta de manera implacable a la provincia venezolana, sacrificada por el régimen para evitarle a Caracas la ingrata rutina de vivir como en el siglo XIX. Un caos que se manifestó en interminables columnas de peatones que solo podían dirigirse adonde fueran caminando y en las protestas de muy indignados ciudadanos.

   El régimen rehuyó explicar lo sucedido. En realidad, nada tenían que aclarar En un principio, en las redes sociales, algunos ministros se limitaron a echarle la culpa a las lluvias, otros al corte de cuatro cables de alta tensión y por último Nicolás Maduro se precipitó a declarar, sin tener en cuenta que por esos cables pasan 400 mil voltios y que desde abril de 2013 él había ordenado la militarización de todas las instalaciones eléctricas del país, que se trataba de un sabotaje y que en las próximas horas los culpables serían capturados. Y como los medios de comunicación, sobre todos los radio eléctricos, están sometidos a una rígida autocensura, en Venezuela se hizo un silencio cómplice y absoluto. Excepto por los señalamientos de algunos ingenieros y técnicos independientes filtrados en mensajes de texto, indicando que la culpa de este desastre había que achacársela a la falta de mantenimiento de la red eléctrica nacional, a la pésima gestión de los servicios públicos y a la corrupción desenfrenada de funcionarios ávidos de asociarse con quien sea para hacer turbios negocios y robarle a los venezolanos miles de millones de dólares. Todo ello aderezado con la destrucción del aparato productivo en manos del sector privado como rigurosa política de Estado.

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   La consecuencia de este histórico estropicio iniciado por Hugo Chávez desde que puso un pie en el despacho presidencial del palacio de Miraflores y continuado ciega y obsesivamente por Maduro y sus lugartenientes desde la muerte del comandante “galáctico”, está a la vista de quien tenga ojos para verla: los diversos y devastadores rostros de una crisis general sin precedentes en la Venezuela republicana. El apagón de este martes 31 de julio, apenas es un símbolo, muy palpable por cierto, de lo que sucederá durante los próximos meses, y advierte de la inminencia de una catástrofe que hace pocos días denunciaba el Fondo Monetario Internacional: al ritmo actual, a finales de este año, la hiperinflación en Venezuela alcanzará la cota nunca vista en este hemisferio del millón por ciento anual.

   Se trata, a todas luces, de una realidad que, tal como sucedió este martes con el apagón en la Gran Caracas, ya nadie, ni los chavistas, pueden dejar de ver y analizar. Precisamente para intentar buscarle una salida urgente a esta situación desde todo punto de vista insostenible, el PSUV, partido oficial del régimen, reunió en una sala del antiguo hotel Caracas Hilton, ahora llamado hotel Alba Caracas, a los miembros de su cúpula, con la finalidad de debatir a puertas cerradas qué hacer para enfrentar el peligro de un colapso total del régimen. Es decir, ¿cómo abordar la crisis de manera eficiente y cómo reorganizar el funcionamiento interno del régimen antes de que esa crisis sencillamente le ponga punto final al proceso?

   Trató de ser una discusión al más alto nivel político para decidir dos aspectos cruciales del problema. Por una parte, tomar una decisión definitiva sobre el espinoso tema del precio de la gasolina en el mercado interno, menos de un bolívar por litro, mientras que la tasa real de cambio en Venezuela, tasa que regula los precios de productos y servicios, ya se aproxima este jueves 2 de agosto a los 4 millones de bolívares por dólar. ¿Qué hacer, pues, sobre todo ahora, cuando el derrumbe de las refinerías venezolanas obliga al régimen a importar a precio internacional la gasolina para prácticamente regalarla, gracias a un subsidio de alrededor de 12 mil millones de dólares anuales, una cantidad que ya no están las finanzas públicas en condiciones de pagar? ¿Decretar un aumento progresivo del precio de la gasolina o internacionalizarlo de una vez por todas, a sabiendas de que hacerlo podría desencadenarse un estallido popular como el del “caracazo” o mucho peor? Y en definitiva, ¿qué hacer con el actual régimen cambiario, causa eficiente de la crisis, impuesto por Chávez al país a comienzos del año 2003 como reacción política a la rebelión cívico militar que lo derrocó el 11 de abril de 2002 y lo encarceló durante casi tres días?

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   El análisis de estos temas y las tímidas soluciones que podían llegar a ser aprobadas en el seno del partido oficial resbalaron por la superficie de una crisis interna del PSUV, que ya está en plena ebullición y nadie puede pasar por alto. Un enfrentamiento interno que divide a los chavistas de la vieja guardia desplazados de sus posiciones, de quienes amalgamados por el oportunismo y la corrupción han cerrado filas en torno a Maduro. Pero también entre quienes piensan que para salvar el proceso es menester sacrificar a Maduro y poner en marcha una transición negociada con el enemigo para no perderlo todo, y quienes se niegan tercamente a salir de Maduro para modificar el rumbo sin destino emprendido por el régimen.

   En otras palabras, mientras la crisis general que devasta al país y desespera a los ciudadanos avanza inexorable hacia un desenlace que ya luce inevitable, la dirigencia chavista no se pudo poner de acuerdo, mucho menos asumir el desafío de echar por la borda lastre suficiente, incluyendo a Maduro y su círculo más íntimo, como única manera de mantener a flote las pocas tablas que logren salvar del naufragio, o aceptar disciplinadamente correr la misma suerte que corra Maduro. Dilema sin duda terrible, cuyo expresión simbólica, por ahora, el mencionado apagón del martes en la Gran Caracas, tuvo su inquietante anticipo la noche del lunes, cuando en el acto de clausura de este Congreso exasperado de chavistas incapaces de acordar los pasos futuros del régimen, Diosdado Cabello, todavía segundo hombre fuerte de régimen, tomó la palabra para que el Congreso ratificara a Maduro en la Presidencia del partido y proponer, además, que se concedieran plenos poderes para hacer y deshacer, en el partido y en el régimen, lo que le venga en ganas, grosero recurso totalitario para dar por superado el conflicto interno.

   El problema fue que ni así pudo Cabello eludir el drama, pues la respuesta del Congreso a su proposición no llegó a conocerse, porque en ese preciso instante, como si la improvisación que ha venido erosionando todos los aspectos de la vida ciudadana también hubiera arrasado con las opciones de sus gobernantes, cuando todos los presentes creían estar a un paso de aprobar a mano alzada la posición adelantada por Maduro, ¡plafff! de golpe y porrazo se interrumpió el servicio eléctrico y dejó en el vacío la proposición de Cabello. Penoso y cabal sentido del apagón, apagón técnico pero también y sobre todo político, pues ese silencio oscuro que se hizo en ese instante inesperado hace pensar que en verdad ya nada ni nadie parece estar en condiciones de iluminar el día de mañana del régimen.               

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