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Armando Durán / Laberintos: ¿Se recupera realmente la economía venezolana?

 

“Frente a las sanciones”, anunció esta semana Nicolás Maduro en cadena de radio y televisión, “lo que hemos hecho ha sido plantarnos, meterle el coco, buscar los mejores asesores mundiales en economía, en moneda, en finanzas, en políticas fiscales, en políticas productivas, y hoy podemos decir que nos merecemos el Premio Nobel de Economía, porque hemos echado palante solitos, con la Agenda Económica Bolivariana y sus 18 motores, paso a paso.”

 

Se trata, por supuesto, de una versión falsificada de la realidad económica y social de Venezuela con la intención, en primer lugar, de desvirtuar que el régimen ha terminado por darle la espalda a la política económica impuesta al país por Hugo Chávez hace 20 años. En segundo lugar, convertir a Maduro en el protagonista de una eventual y casi mágica recuperación de una economía que por culpa, no del del imperio y sus sanciones sino del delirio socializante de Chávez y también de Maduro, desde los primeros días del “proceso” se fue hundiendo en el abismo de la recesión, la escasez y una hiperinflación galopante. Recuérdese que en 2019 la inflación superó la barrera del 7 mil por ciento, y la pérdida total del valor de la moneda nacional.

 

Lo cierto es que si algo ha logrado Maduro se debe a su decisión de pasar la página chavista y adoptar el guion que le han escrito los asesores económicos que les recomendó un viejo amigo, el expresidente ecuatoriano Rafael Correa. El resultado de este callado golpe de timón ha sido que, en febrero, la inflación se redujo a menos de 3 por ciento y el tipo de cambio del dólar se ha mantenido en torno a los 4 bolívares y medio por dólar.

 

Este brusco cambio de rumbo no ha sido pues el resultado de la aplicación de los supuestos motores de esa también supuesta Agenda Económica Bolivariana, cuya existencia no es para nada reciente, como pretende Maduro hacernos creer, ni su existencia real. En un régimen que goza, no del beneficio de la duda sino de la ventaja incalculable de que la única voz que se expresa libremente en Venezuela es la de Maduro. Para que nadie caiga en los sistemáticos engaños de la propaganda oficial, debemos recordar que fue el propio Maduro quien anunció esa “agenda” hace años, el 17 de febrero de 2016, con el objetivo, sostuvo entonces, de implementar “una estrategia del pueblo trabajador para el pueblo trabajador, no de la oligarquía para los oligarcas”, cuya finalidad era otra muy distinta, acorralar y someter, incluso físicamente, a la Asamblea Nacional, controlada por la oposición desde la derrota aplastante de los candidatos oficialistas en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015.

 

Para enfrentar aquella desoladora encrucijada política, Maduro decretó entones esta inexistente  Agenda, con 14 motores productivos, luego hablaría de que eran 15, 16 y ahora serían 18, “ejes fundamentales de la recuperación, crecimiento y prosperidad económica, para impulsar con mayor eficiencia las potencialidades de la nación y la reestructuración de las empresas socialistas para generar empleo y aumentar la riqueza de la nación.” En el terreno de los hechos concretos, esta Agenda no resolvió ninguno de los problemas que pretendía remediar, sino todo lo contrario. Hasta el extremo de que cuando el primero de octubre del año pasado se aplicó el decreto de reconversión monetaria y se tomaron las primeras medidas para iniciar sin decirlo un borrón y cuenta nueva en materia económica, al tipo de cambio, que había alcanzado la inmanejable cifra de 6 millones de bolívares por dólar, se le quitaron seis ceros y se le fijo una tasa de 6 bolívares por dólar.

 

A partir de ese momento, el régimen, sin dar explicación alguna porque en el marco de un régimen unipersonal y totalitario el jefe no le debe explicación alguna de sus actos y decisiones a sus súbditos, Maduro emprendió una rigurosa y clandestina desideologización de la economía, es decir, una rectificación  inapelable de esa política económica mediante la cual Hugo Chávez, a punta de expropiaciones y controles de todo tipo, pretendía conducir a Venezuela rumbo a lo que él llamó el mar de la felicidad cubana. Hasta que esa quimera de la multiplicación imposible de los panes terminó bruscamente con el estallido de la crisis financiera mundial de 2008. Para entonces, Petróleos de Venezuela, politizada a partir del año 2001 para convertirla en la caja chica que financiara la ambición de Chávez de liderazgo continental, solo había conseguido reducir su producción diaria de crudo, de más de 3 millones y medio de barriles diarios con planes de ampliarla hasta los 6 millones, a menos de un millón de barriles diarios y a la casi completa paralización de la enorme capacidad de refinación de sus instalaciones, hasta que desde hace años el país, en lugar de exportar productos refinados, se ha visto obligado a importar pésima gasolina iraní para su consumo interno, multiplicar por miles de veces el precio interno de los combustibles y hasta racionar su suministro, a veces abiertamente, a ratos disimuladamente. Profunda y sostenida degradación de la vida ciudadana, cuya más escandalosa expresión fue el éxodo de entre 5 y 6 millones de venezolanos, algo así como una sexta parte de la población total del país, por las fronteras terrestres con Brasil y Colombia.

 

La falsificada versión de la recuperación de la economía venezolana de la que ahora se jacta Maduro, -“vencedor de imperios”, lo han llegado a llamar algunos adulantes partidarios suyos recientemente-, es en realidad el resultado de dos circunstancias políticas. Por una parte, porque en efecto Maduro demostró tener implacable firmeza para sofocar la amenaza que representó en su momento la imprevista derrota de sus candidatos en las elecciones parlamentarias de 2015 y las masivas manifestaciones de protesta de 2017 con su saldo de decenas de jóvenes asesinados en las calles, un suceso que daba la impresión de marcar el principio del fin de la dictadura, pero en poco tiempo, por culpa de la penosa insuficiencia de los presuntos dirigentes de la oposición para estar a la altura de aquella imprevista oportunidad, terminó siendo factor decisivo en la consolidación del poder autocrático de Maduro y del desconcierto de una sociedad civil despojada de golpe y porrazo de toda esperanza razonable de cambio, y condenada a la más deprimente de las orfandades.

 

La segunda, que entretanto, Maduro, acorralado por el rechazo de 80 por ciento de la población y de la inmensa mayoría de las democracias de las dos Américas y Europa, pero neutralizados aparentemente para siempre sus adversarios internos, supo estrechar sus vínculos políticos y económicos con Rusia, China, Irán y Turquía, y poco a poco comenzó el régimen a llenar el vacío internacional abierto en torno suyo, pero a cambio de escuchar las exigencias que le hacían sus nuevos socios de introducir reformas que racionalizaran el manejo de la economía, las finanzas y el comercio, única manera de compensar su ayuda política y material al régimen. Eso significó, en la práctica, el diseño de una nueva política económica, cada vez menos sujeta a los dogmas ideológicos, tal como ocurre en China, en Rusia, en Vietnam desde que en diciembre de 1978 Deng Xiao Ping se sacó de la manga aquello de una nación y dos sistemas como herramienta esencial para fortalecer su autoritarismo político con la adopción de una política económica regulada exclusivamente por la oferta y la demanda, de acuerdo con rigurosas normas del más extremo liberalismo, pero sin afectar la estructura política del Estado.

 

La adopción de esa nueva estrategia le ha permitido a Maduro iniciar un modesto pero sostenido proceso de desideologización de la economía, con la finalidad, desde el primero de octubre del año pasado mediante la llamada “reconversión monetaria”, de dolarizar la economía, eliminar gradualmente el control de precios, incluyendo en el lote el de los combustibles, y reincorporar progresivamente al sector privado a la actividad económica y financiera. Este imparable deslizamiento de la política económica, las finanzas y el comercio, diametralmente opuesta a los objetivos de la Agenda Económica Bolivariana, comenzó este año a profundizarse con los primeros pasos que ya se han dado para para restablecer los créditos bancarios y el uso de tarjetas de crédito, y la desaparición del servicio de gasolina a precios subsidiados, para llevar toda la gasolina que se distribuye en el país al precio actual de 50 centavos de dólar por litro, precio inalcanzable para más de la mitad de la población, aprobar un aumento del salario mínimo, que hasta ahora equivalía a dólar y medio, a casi 30 dólares y comenzar a devolverle a sus antiguos dueños la propiedad de sus empresas expropiadas.

 

En esta crucial encrucijada del proceso político venezolano, esta conjetural modernización de la economía ha recibido un soplo de aire fresco con la brutal invasión rusa de Ucrania, al devo

lverle la guerra a la potencial riqueza petrolera de Venezuela un valor crítico ante el presente y más inmediato futuro de Estados Unidos y sus aliados en Europa y Asia. Sobre todo, porque aunque en Moscú se pensaba que resolver el reto de esta guerra sería cuestión de muy pocos días, la resistencia que le han opuesto a los invasores rusos el pueblo ucraniano y sus dirigentes, le ha demostrado con crudeza a Putin y al mundo, en especial a sus pocos aliados internacionales, que la realidad de la guerra es muy diferente. Basta leer el diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, y comprobar como en Venezuela se ha silenciado la consigna que coreaban los chavistas más militantes, en Venezuela de que “si en Rusia hay peo, con Rusia nos resteamos”, para entender por dónde van ahora los tiros.

 

Por esta compleja razón se produjo la súbita reunión de Maduro con funcionarios de altísimo nivel del gobierno de Joe Biden el pasado 6 de marzo, discreto pero claro primer paso por razones de interés nacional para restablecer las relaciones entre Washington y Caracas, rotas hace tres años, aunque esas relaciones se limiten por ahora a los ámbitos comerciales y financieros. Para Maduro, esta opción le abre un mundo de opciones. Como desde hace pocos días sostienen algunos voceros del colaboracionismo empresarial con el régimen, las únicas negociaciones capaces de facilitar la solución real del “problema” venezolano deben ser entre delegados de los gobiernos de Estados Unidos y Venezuela. Sin la presencia de representantes de una oposición cuya existencia solo cumple la función de ser coartada del régimen para alimentar el espejismo de que digan sus enemigos lo que digan, en Venezuela existe un gobierno legítimo, el de Maduro, con quien la Casa Blanca puede entenderse directamente, sin necesidad de intermediarios de oposición. Al fin y al cabo, la actual urgencia energética provocada por la guerra en Ucrania, que no terminará con un eventual cese al fuego, y la urgencia de Maduro por avanzar en su necesidad de aproximar sus reformas económicas a las expectativas sociales de los venezolanos de a pie antes de que sea demasiado tarde, quizá valgan una misa. ¿Será este el pretexto y el destino a mediano plazo al que en verdad apunta esta presumida recuperación económica de Venezuela?

 

 

 

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