Armando Durán / Laberintos: Tormenta sobre Venezuela
En su edición de este miércoles 2 de mayo, el editorial del diario español El País lo advierte con absoluta claridad: “El desarrollo de los acontecimientos en Venezuela supone un lamentable nuevo paso en la degradación de la situación social e institucional que vive el país sudamericano, que se acerca cada vez más a un choque civil a gran escala de consecuencias imprevisibles.”
Poco antes de amanecer del martes 30 de abril, Juan Guaidó, presidente interino de Venezuela, asumió la enorme responsabilidad de convocar al pueblo y a las fuerzas armadas a sublevarse contra el régimen chavista. Ya hemos visto que la iniciativa no discurrió como la habían previsto sus promotores. Excepto la sorpresiva liberación de Leopoldo López, encarcelado desde febrero de 2014 en la prisión militar de Ramo Verde y desde hace año y medio en su casa por cárcel, el resto no pareció irle nada bien a Guaidó. A su llamado no acudieron las masas que siempre han respaldado sus actividades con extraordinario fervor y fuera de algunas docenas de efectivos militares que lo acompañaron en su pronunciamiento, la Fuerza Armada Bolivariana permaneció leal a Nicolás Maduro. Sin embargo, bajo esta apariencia de fracaso, su decisión, si bien no logró el objetivo de producir un rápido cambio político en Venezuela, ha arrojado frutos de irreversible importancia política y estratégica.
En primer lugar, la liberación de López supuso la complicidad de al menos algunos jefes del Sebin (Servicio de Inteligencia Bolivariana), cuya principal consecuencia fue la inmediata remoción de su director, un hecho que puso de manifiesto la existencia de graves fracturas en una cúpula militar que se jactaba de ser monolítica en su defensa a la mal llamada revolución y a su comandante en jefe. Una sospecha que poco después se acrecentó con una información discutible pero muy relevante: el ministro de la Defensa y el presidente del Tribunal Supremo de Justicia, hombres de la mayor confianza de Maduro, habrían estado negociando con representantes de Guaidó y de la comunidad internacional la salida pacífica de Maduro esa misma mañana, pero la intervención de los gobiernos de Rusia y Cuba lo habrían impedido. Al caer la noche, el propio Maduro presumió de haber engañado a Donald Trump y a sus asesores haciéndoles creer lo que no era, pero confirmando así, trucadas o no, la existencia de conversaciones muy concretas entre el régimen y sus adversarios sobre una posible rendición suya.
En segundo lugar, aunque la sociedad civil no acudió masivamente al llamado de Guaidó, una cosa es participar en protestas pacíficas y otra muy distinta sumarse a acciones de carácter militar, el adelanto de la convocatoria prevista para el día siguiente, además de sorprender por su adelanto no anunciado y por el carácter abiertamente insurreccional del llamado, le permitió a Guaidó, a sus aliados internacionales y a la causa de la restauración democrática en Venezuela recuperar de golpe la primera página de la prensa internacional, que durante las últimas semanas venían concediéndole menos y menos importancia a la lucha civil y pacífica por restaurar la democracia en Venezuela. Desde esta perspectiva, la sola eventualidad de una sublevación cívico-militar constituía una imprevista vuelta de tuerca que le devolvía actualidad y mucho peso informativo al proceso político venezolano. Por último, es de notar que esta acción, más allá de cualquier duda, despertó una nueva y vigorosa ola de respaldos internacionales al movimiento democratizador de Venezuela.
Precisamente gracias a estos logros indiscutibles, esa misma noche del 30 de abril, mientras Leopoldo López se instalaba en la residencia del embajador de España en calidad de “huésped”, Guaidó convocaba por internet a la sociedad civil a sumarse el primero de mayo a las movilizaciones convocadas en toda Venezuela para tomar una vez más las calles, esta vez sin “vuelta atrás.” Una convocatoria cuya masiva respuesta popular estremeció el ánimo hasta del más apartado rincón de la geografía nacional y le hizo ver a Maduro que lo ocurrido la madrugada de ese 30 de abril era en realidad el principio de un fin ineludible, el pronto cese de la usurpación, la inminente instalación de un gobierno de transición y la rápida reinstitucionalización del Estado para convocar a elecciones generales democráticas y transparentes en el menor plazo posible. Una realidad que ha arrinconado a la dictadura, sobre todo porque Guaidó, a quien es evidente que el régimen chavista no se atreve a meter preso, aprovechó las masivas movilizaciones del primero de mayo para anunciar una cadena de paros obreros escalonados que muy pronto deben desembocar en la convocatoria a una huelga general indefinida.
Mientras esto ocurría en Venezuela, la comunidad internacional volvía a prestarle toda su atención a los millones de ciudadanos que ya no soportan un día más de abusos y violencia oficial. Una posición de radical oposición que adquiere ahora una importancia aún mayor con la contundente declaración de Mike Pompeo, secretario de Estado de EE UU, quien a raíz de estos sucesos declaró a la prensa que “si lo que se necesita (para ponerle fin a la usurpación) es una intervención militar, Estados Unidos la asumirá.” Un paso más en la cadena de acontecimientos que estos días se suceden en Venezuela a velocidad vertiginosa, que aumenta tensión ominosamente y convierte al país en un polvorín, como señala con máxima preocupación el editorial de El País.
En este punto exacto del proceso, ante la inmensa magnitud de la reacción ciudadana contra el régimen, Maduro, ¿quién sabe bajo qué presiones?, sorprendió a muchos la noche del primero de mayo al anunciar que había convocado a lo que él llamó “una gran jornada de diálogo, acción y propuesta para el próximo sábado 4 de mayo y domingo 5 de mayo, con la finalidad de que Congreso Bolivariano de los Pueblos, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y todos los niveles del gobierno elaboren un Plan de Cambios y Rectificación de la Revolución. ¡Avancemos!” Última patada de ahogado que se corresponde con las insistentes ofertas de la Casa Blanca al entorno civil y militar de Maduro a fin de que faciliten el fin pacífico de la dictadura. Nada casualmente, el propio Trump, en entrevista por televisión, le ofreció al gobierno cubano una nueva apertura si dejan de intervenir en Venezuela.
Es decir, que a partir del pronunciamiento cívico-militar de Guaidó, Maduro y el gobierno de Cuba deben enfrentar el desafío de un dilema definitivo: o aceptan abandonar Venezuela por las buenas, ya, lo que dice ya, o con el respaldo mayoritario de los ciudadanos y de la comunidad internacional, al menos de la comunidad latinoamericana, el cese de la usurpación se producirá, también ya, pero por la fuerza. Estos son los dos irreductibles términos de la actual ecuación venezolana. O el régimen chavista y sus aliados cubanos aceptan el desenlace inevitable de la dantesca catástrofe que sufren los venezolanos, para eso es que sirve la presión que hace la permanente movilización ciudadana en las calles de toda Venezuela, o más temprano que tarde la inmensa mayoría de los demócratas venezolanos le solicitarán a la comunidad internacional intervenir en el país militarmente para devolverle a la población su constitución y sus derechos, en primerísimo lugar su derecho a la vida.
En la desoladora realidad venezolana no existe en este instante espacio alguno para otra finalidad que el inmediato cambio político que le devuelva a los ciudadanos su futuro y su libertad. Aunque la terca intransigencia de Maduro y compañía desencadene sobre Venezuela una tormenta sin precedentes en la historia de América Latina.