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Armando Durán / Laberintos: Trump – Maduro: ¿Borrón y cuenta nueva?

Maduro abre la puerta a reanudar relaciones diplomáticas con EE. UU.

 

   Según Marco Rubio, los gobiernos de “Cuba, Nicaragua y Venezuela son enemigos de la humanidad.” Esta afirmación del hijo estadounidense de inmigrantes cubanos que se supone dirige la política exterior del nuevo gobierno de Donald Trump, en un primer momento, se interpretó como una amenaza real de Estados Unidos a los regímenes que presiden Raúl Castro, Daniel Ortega y Nicolás Maduro. Sin embargo, a medida que pasan las horas y los días esa presunción se ha ido diluyendo melancólicamente en el espacio gaseosos de otras prioridades y de los nuevos intereses que marcan el rumbo que parece haber emprendido Washington desde el pasado 20 de enero: guerra comercial al mundo, expansión territorial de Estados Unidos y expulsión de los inmigrantes no deseables.

   En cuanto a Venezuela, durante su campaña electoral, Trump no se refirió a Venezuela excepto para denunciar la presencia en Estados Unidos del llamado Tren de Aragua y otras bandas criminales venezolanas y señalar que ello responde a la política antinorteamericana del régimen venezolano. En su primer período presidencial (2016-2020) Trump había adoptado medidas de gran presión para debilitar al régimen de Maduro y acorralar a sus principales lugartenientes como parte de su plan para derrocarlo. Pero además de duras sanciones de carácter financiero, petrolero y diplomático al régimen, también reconoció a Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, como presidente legítimo de Venezuela, en esa condición le abrió de par en par las puertas de la Casa Blanca y lo presentó al Congreso de Estados Unidos como si en verdad fuera el presidente de Venezuela. Desde los tiempos de Dwight Eisenhower y John F. Kennedy ningún presidente estadounidense había asumido tan a la luz del día una posición de semejante beligerancia contra un gobierno latinoamericano.

   Ha corrido mucha agua desde entonces y los cálculos que hizo Trump en su primer Gobierno no son los que hace ahora. No solo porque su derrota en las elecciones de 2020 lo condenó a sufrir las tinieblas más espesas del desierto político, sino porque su programa para devolverle a Venezuela su pasado democrático había terminado bruscamente con el patético desenlace que tuvo la efímera y gaseosa aventura encarnada por Juan Guaidó. Una burla que marcó indeleblemente la visión de Venezuela y los venezolanos que hasta el día de hoy tiene un hombre como Trump, que no es precisamente un hombre de matices. Razón a la que debemos añadir que en esta segunda oportunidad que le ha brindado el destino y su riqueza las prioridades de su gobierno son de muchísimo mayor peso, como su terca decisión de reestablecer a Estados Unidos como lo que fue, un imperio en expansión, incluso territorial, y porque a fin de cuentas Marco Rubio no es lo que se dice de confianza, condición indispensable para llegar a ser parte de su equipo.

   Quizá por culpa de estas realidades, Trump apenas mencionó a Venezuela durante su tercera campaña electoral y a un mes de haber vuelto a ocupar la Casa Blanca, mientras Marco Rubio reitera cada vez que se le presenta la oportunidad de “que esos tres regímenes son enemigos de la humanidad y no seguirán engañando a nuestros diplomáticos”, Trump se ha limitado a hablar de Venezuela solo como recurso para denunciar “la horrible traición” que significó para Estados Unidos la gestión presidencial de Joe Biden, su imperdonable vencedor en las elecciones del 2020.

   De acuerdo con esta radical e inflexible visión del mundo (coincides conmigo o eres mi enemigo), el caso de Venezuela resulta paradigmático, pues según sostuvo en su primera rueda de prensa después de haber jurado su lealtad a la Constitución como 47avo presidente de la nación, el gobierno de Maduro había tratado “muy mal” a Estados Unidos, pero que cuando él dejo la Presidencia hace cuatro años “su régimen estaba a punto de colapsar, entonces llegó Biden y lo resucitó”, al entregarle a Maduro “miles de millones de dólares autorizando la importación de petróleo venezolano.” Aunque luego, tras una breve pausa, en lugar de anunciar que su Gobierno le daría un vuelco muy significativo a esa situación, advirtió que “Venezuela es un desastre y probablemente, vamos a dejar de comprar petróleo venezolano. No lo necesitamos.”

   El adverbio “probablemente” es la clave necesaria para descifrar el verdadero sentido de su mensaje. Al menos, de esas palabras, Maduro dedujo que Trump quería hacerle saber que su gobierno consideraba “posible” seguir autorizando las operaciones de Chevron en Venezuela y la exportación a Estados Unidos de 220 mil barriles diarios de petróleo pesado y extrapesado. Según “información” publicada por el diario de Miami El Nuevo Herald bajo la firma de Antonio José Delgado, en esa imprevista oportunidad intervino Henry Sargeant, millonario de Florida dedicado a negocios de petróleo y asfalto, razón por la que, desde 2017, ha viajado varias veces a Caracas a reunirse con el presidente y otros altos gerentes de la empresa petrolera estatal venezolana PDVSA, con la intención de comprar ese crudo extrapesado que extrae Chevron en los campos que explota en Venezuela en asociación con PDVSA.

   ¿Es cierta esta “información”? Lo que sí sabemos con certeza es que el viernes 31 de enero, solo 11 días después de su juramentación, Richard Grenell, ex embajador de Trump en Alemania y desde el 15 de diciembre Enviado Especial suyo para Venezuela, viajó a Caracas tan de sorpresa, que la noticia la divulgó la Casa Blanca cuando el avión que trasladaba a Grenell y su comitiva estaba a punto de aterrizar en el aeropuerto venezolano de Maiquetía. Y como es natural, despertó todo tipo de especulaciones, incluso que este viaje algo tendría que ver con un eventual reconocimiento de Maduro como presidente de Venezuela. “Absolutamente no”, fue la categórica respuesta que le dio Karoline Leavitt, secretaria de Prensa de Trump a los periodistas que cubren la Casa Blanca.

   La visita de Grenell a Caracas duró exactamente seis horas, en el curso de las cuales se entrevistó con Maduro, a quien según la información oficial de Estados Unidos, le planteó dos únicas y muy puntuales cuestiones: la liberación de los 12 ciudadanos estadounidenses encarcelados por el régimen venezolano y la disposición del régimen venezolano a recibir a los venezolanos que por estar en Estados Unidos ilegalmente serían deportados de inmediato. Maduro no discutió estos dos planteamientos y Grenell regresó a Washington con seis ciudadanos estadounidenses liberados y con la cordial aceptación de Maduro a recibir a los venezolanos deportados y a facilitar aviones de la aerolínea estatal Conviasa para volar a Estados Unidos y traer a los deportados de vuelta a casa.

   Lo que no se dijo entonces, y de lo que solo se informó el 2 de febrero, aunque muy pero muy discretamente, es que a Chevron se le prorrogó su licencia para seguir enviando a Estados Unidos 220 mil barriles diarios de crudos venezolanos. Los mismos con los que según Trump le había devuelto Biden la vida al régimen venezolano y que Estados Unidos, según el propio Trump, no necesita. También se supo, porque así lo informo el propio Maduro, que en su encuentro con Grenell planteó que el momento le parecía propicio para reiniciar las relaciones entre ambos gobiernos con lo que él calificó como negociación de una “agenda cero.” ¿Fue la opción de un posible borrón y cuenta nueva lo que a fin de cuentas provocó esta visita inesperada del enviado especial de Trump al palacio de Miraflores?

 

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