Armando Durán / Laberintos – Venezuela 2023: ¿Salvará el petróleo a Maduro? (2 de 3)
Tras la firma del acuerdo estratégico con Cuba el año 2000, las relaciones de Hugo Chávez con el resto de América Latina y con Estados Unidos comenzaron a hacerse más audaces y desafiantes, como había hecho Cuba 40 años antes, pero con una gran diferencia. Mientras la historia y el destino de Cuba marcaban la marcha de su economía en la exportación de azúcar, un producto no vital y nada costoso, el proyecto de dominación casi imperial de Hugo Chávez al asumir el poder en febrero de 1999, disponía de un arma formidable, el petróleo, producto esencial y cada vez más costoso desde el embargo petrolero de 1973.
En el marco de esta realidad, Chávez, como generoso proveedor de petróleo barato, anunció a finales de aquel año 2000, que Venezuela, unilateralmente, había decidido ampliar su cooperación en materia energética más allá de los límites y condiciones que fijaba el Acuerdo de San José, para beneficiar a las naciones que la solicitaran. Barbuda y Guyana fueron los primeros países en acogerse a esta nueva versión del Acuerdo, y poco después se unieron Granada y San Vicente y las Granadinas, Antigua, Trinidad y Tobago, las Bahamas y Surinam. En 2004, con la incorporación de Paraguay, nación a la que Cuba le estableció una cuota de casi 19 mil barriles diarios de crudo, y Uruguay, que comenzó a recibir 43 mil barriles diarios, Venezuela rompió la barrera geográfica que limitaba al Caribe y Centroamérica los beneficios del Acuerdo. Para completar esta significativa extensión de la cooperación energética a todo el continente, un año más tarde, la Compañía Eléctrica de Argentina (CAMMESA) firmó con Petróleos de Venezuela (PDVSA) la entrega de 25 mil barriles diarios de gasoil.
Cuatro años después, Chávez y Luis Inacio Lula de Silva firmaron un acuerdo de cooperación binacional, que contemplaba la construcción en Brasil de una refinería que procesara crudo pesado venezolano, y esta alianza de Venezuela con el gigante suramericano, UNASUR y el ALBA, con el liderazgo del dúo Castro-Chávez y el petróleo como motor de la estrategia latinoamericana de ambos, un número cada mayor de gobiernos comenzaron a identificarse con las posiciones adoptadas por Cuba y Venezuela, un enorme cambio político regional que se puso muy claramente de manifiesto en 2009, cuando diversos gobiernos de la región respaldaron el esfuerzo que realizó Venezuela para restablecer en el poder a Manuel Zelaya, derrocado presidente izquierdista de Honduras.
En abril de 2010, en la cumbre de UNASUR realizada en Argentina, Chávez impuso a Néstor Kirchner, expresidente argentino de 2003 a 2007, que había desistido de presentarse a la reelección para respaldar la candidatura de su esposa, Cristina de Kirchner, como nuevo presidente de la organización. Una designación que le permitió a Chávez obtener suficiente respaldo regional para impedir la participación de Porfirio Lobo, sustituto de Zelaya como presidente de Honduras, en la VI Cumbre América Latina, el Caribe y la Unión Europea (ALCUE), celebrada en Madrid el 18 de mayo de ese año. Fue un éxito que confirmó el poder que ya ejercían Castro y Chávez para reorientar la política internacional de América Latina y el Caribe con el fin de desafiar la tradicional influencia de Estados Unidos al sur del río Grande, gracias al empleo del petróleo como argumento irresistible para conducir la región por el sendero del antiimperialismo. Este objetivo político de la cooperación petrolera se había materializado el 29 de junio de 2005, durante la primera cumbre energética de jefes de Estado y de Gobierno del Caribe y Centroamérica convocada por Chávez para notificar la creación de Petrocaribe, empresa conformada por los gobiernos de Venezuela, República Dominicana, Antigua, Barbuda, Bahamas, Belice, Dominica, Granada, Guyana, Honduras, Jamaica, Nicaragua, Surinam, Santa Lucía, Guatemala, San Kitts y Nevis y San Vicente y las Granadinas, que según él, habían decidido para recompensar la solidaridad del grupo con Venezuela a pesar de las fuertes presiones del gobierno de Estados Unidos, “y porque creemos que con Petrocaribe contribuimos a impulsar un auténtico proceso de integración y complementación política y económica de la subregión.”
De acuerdo con lo aprobado en esa primera reunión de Petrocaribe, Chávez informó que en adición a la participación de Venezuela en el viejo Acuerdo de San José, su gobierno suministraría a sus socios en el nuevo mecanismo 185 mil barriles diarios de crudo y productos derivados en condiciones muy especiales de pago, con financiamiento a 25 años, dos años de gracia y uno por ciento de interés cuando el precio del barril de crudo superara los 40 dólares. Petrocaribe se ocuparía, además, del transporte del crudo y los productos derivados directamente, sin necesidad de recurrir a terceros, y las naciones beneficiadas podrían pagar su factura petrolera a Venezuela con productos nacionales, o sea, con plátanos de Dominica, médicos de Cuba o legumbres de Nicaragua. En aquella primera reunión de Petrocaribe, Leonel Fernández, presidente de la República Dominicana, en nombre de los gobiernos miembros de la empresa, declaró a la prensa que “Venezuela le está dando al mundo una gran lección, al demostrar que, al margen de la especulación, la codicia y la insaciable búsqueda de riqueza reinantes en el mundo, es posible la solidaridad y la generosidad.”
Para mayo de 2009, Venezuela se jactaba de haber entregado a Petrocaribe en sus cuatro años de existencia 90 millones de barriles de crudo y productos terminados, con un valor de tres mil millones de dólares, una cooperación que en esos cuatro años le había ahorrado a las naciones beneficiadas mil millones 500 mil dólares. Durante ese período, Venezuela señaló que había financiado 8 proyectos de inversión en refinerías locales, almacenes de crudo y productos derivados, y en la construcción de muelles y otras obras infraestructuras, que profundizaban la calidad de la cooperación venezolana. El gobierno de Chávez advirtió que buen ejemplo de estos esfuerzos fue la recuperación física de la abandonada refinería construida por la Unión Soviética en la ciudad cubana de Cienfuegos para procesar crudo soviético, gracias a la cual, a partir del año 2007, comenzó a refinar 67 mil barriles diarios de crudo pesado venezolano.
Como era de esperar, la gran crisis financiera de 2008 afectó seriamente esta “generosidad” de Chávez, que tantos y muy serios problemas ya le habían acarreado a la economía y las finanzas venezolanas. En primer lugar, como señalaba la OPEP en sus informes mensuales, la producción de crudo en Venezuela había descendido, de más de tres millones de barriles diarios al finalizar el siglo XX, a solo 2.1 millones. Entretanto, las ventas de petróleo venezolano a Estados Unidos, el único cliente que pagaba de contado y a precio de mercado, había descendido, de 1,3 millones diarios a algo menos de un millón de barriles en febrero de 2010. No obstante, PDVSA sostenía que sus planes eran elevar la producción a más de 6 millones diarios para el año 2020, gracias a China, que en esos años se había convertido en el principal cliente de petróleo venezolano.
Desde entonces, gracias a la opacidad y la desinformación como fundamentos de la política comunicacional del régimen, resulta imposible precisar la verdad de la economía y las finanzas públicas de Venezuela, ni la magnitud exacta de la crisis sin precedentes que arrasa a Venezuela desde 2008, cuya expresión más cabal son las tres reconversiones monetarias que ha sufrido el país desde entonces. La primera, ordenada por el entonces presidente Hugo Chávez en 2008, consistió en quitarle tres ceros a los viejos y devaluados bolívares venezolanos, y fijar el precio del dólar en 2.15 nuevos bolívares, llamados “fuertes” con la intención de alimentar una manipulada ilusión de riqueza. La segunda, ordenada en agosto de 2018 por Nicolás Maduro, sucesor de Chávez tras la muerte del ex teniente coronel golpista, le quitó otros cinco ceros a los súper devaluados bolívares fuertes, llamados a partir de ese momento bolívares “soberanos”, otro maquillaje sin asidero financiero alguno, que permitió pasar el precio de 600 mil bolívares fuertes por dólar a 60 bolívares, calificados ahora como bolívares “soberanos”. Otro espejismo que apenas duró tres años, porque en octubre de 2021 Maduro tuvo que repetir el tratamiento y quitarle otros 6 ceros a unos bolívares que en ese cortísimo tiempo se habían vuelto polvo cósmico. El dólar pasó entonces de equivaler más de cuatro millones y medio de bolívares soberanos a 4,60 bolívares que ahora recibieron el calificativo de “digitales.” En total, catorce ceros en 24 años de revolución bolivariana y bonita que muestran el tamaño de un desastre que nadie podía haber previsto ni en sus pesadillas más pavorosas.
A pesar de estas ingratas realidades, Chávez no redujo los alcances de sus programas de cooperación regional y subregional, ni dejó de financiar los crecientes costos de su ayuda a una Cuba condenada a la nada por la desaparición de la llamada “comunidad socialista” a raíz del derrumbe del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, de la Argentina de Cristina Kirchner, del Ecuador de Rafael Correa, de la Bolivia de Evo Morales, de la ilimitada compra de armamento ruso, de los negocios con Irán y Turquía, ni del aumento desmesurado de los gastos corrientes del Estado.
A estas alturas, la crisis ha obligado a Venezuela a suspender sus vastos programas de cooperación internacional, excepto el de Cuba, cuyo volumen es el secreto mejor guardado de las Américas. Y el petróleo, en lugar se seguir siendo el instrumento perfecto para impulsar el original proyecto geopolítico del chavismo dominante, ha pasado a ser, desde la invasión rusa de Ucrania, la única posible tabla de salvación del régimen que preside Maduro. De eso nos ocuparemos la semana que viene en la tercera y última entrega de este análisis sobre la Venezuela del año 2023.