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Armando Durán / Laberintos – Venezuela: Derrota total de Maduro, pero…

 

Sucedió lo previsto. Venezuela, hundida hasta cuello en el insondable abismo de una crisis sin precedentes en la historia nacional, no está para fiestas ni para jueguitos y manipulaciones electorales. Según las cifras dadas a conocer por las autoridades electorales del régimen poco antes de las 5 de la tarde del lunes 7 de diciembre, con 98,63 por cientos de los votos emitidos contabilizados y una abstención de 69,5 por ciento del electorado, los candidatos del chavismo obtuvieron 68,43 por ciento de esos 6 millones de votos supuestamente depositados en las urnas electorales del domingo.

Por supuesto, nadie se cree estas cifras. Ni dentro ni fuera de Venezuela. Hasta la noche del lunes, solo dos gobiernos habían reconocido estos resultados. Estados Unidos los condenó por fraudulentos, la Unión Europea anunció que los desconocía y las naciones latinoamericanas miembros del Grupo de Lima los calificaron de fraudulentos. A Nicolás Maduro y compañía puede que esta reacción no parece que le hayan afectado estos números. Ni siquiera han dejado entrever preocupación alguna este rechazo de la inmensa mayoría de la población a lo queda de la falsa revolución bolivariana puesta en marcha por Hugo Chávez hace 22 años. Un desastre que se ha producido a pesar del maquillaje a fondo de las sumas y restas, de las múltiples ofertas políticas, incluyendo en el lote la reiterada por Maduro de marcharse del Palacio de Miraflores si perdía esta partida, y a pesar también de las múltiples amenazas sociales, como la grosera advertencia de que “quien no vote no come”, formulada la semana pasada por Diosdado Cabello, segundo hombre fuerte del régimen y, a partir del próximo 5 de enero, presidente de la Asamblea Nacional si no se interpone en su camino Cilia Flores, esposa de Maduro y “primera combatiente” según la jerga chavista.

Para pesar de muchos, lo cierto es que ningún caramelito azucarado, ninguna intimidación mitigó en lo más mínimo la voluntad ciudadana de notificarle a Maduro que hasta aquí llegaban las cosas. Que no se calaban una farsa más. Y que si el régimen todavía conserva la vida, es solo gracias a la respiración asistida que le proporcionan Irán, Turquía, Rusia y China. Lo cual no significa, sin embargo, que esta circunstancia preavise del fin del régimen. Lo que sí debe tenerse en cuenta es que esta masiva abstención de la sociedad civil es una sentencia firme de la opinión publica venezolana y mundial, al menos en el futuro inmediato. Que se ejecute la sentencia y se produzcan grandes cambios en el proceso político venezolano es harina de otro costal. Como este mismo domingo por la noche advertían dos agudos observadores del drama venezolano, Susana Raffalli y Erik del Búfalo. Según Raffalli, este masivo rechazo popular a Maduro y al régimen fue en realidad “una gran pita nacional, pero en silencio.” Por su parte, Del Búfalo se lamentaba de que “al otro lado de este fracaso del chavismo no hay quién lo capitalice ni quien convierta esta circunstancia en acción consciente: resulta desgarrador ver la nulidad de nuestra clase política.”

Es decir, que esta rebelde negación de los muchos millones de venezolanos no ilustra la profundización de la brecha que separa al régimen de unas imaginarias fuerzas de oposición, sino entre el país y toda su clase política, a la que como señaló el lunes por la mañana en una entrevista radial Víctor Maldonado, otro perspicaz observador de la realidad venezolana, los ciudadanos de a pie sencillamente consideran “un estorbo.” Es decir, que si bien la desolación que caracterizó el desarrollo de este domingo electoral fue la expresión cabal de un repudio colectivo del régimen, de lo que representa y de sus cabecillas, también lo fue del divorcio ciudadano de los dirigentes de una oposición que en su diversas versiones no ha pasado de ser desde hace dos décadas la desdeñable otra cara de una misma moneda, cómplice por acción u omisión en el funcionamiento de un sistema político astuta y perversamente diseñado por los estrategas nacionales y cubanos del régimen para mantenerse en el poder y hacerlo cada semana más hegemónico, pero bajo una capa de trucos y manoseos para alimentar la ficción de que el origen y la naturaleza del régimen siguen estando ajustados a las exigencias formales de los sistemas democráticos.

Para eso le sirven a Maduro estas elecciones. Y para quitarse finalmente de encima la amenaza que hace ahora casi dos años representó la súbita aparición de un diputado hasta entonces desconocido, de nombre Juan Guaidó, quien de la noche a la mañana se convirtió en el campeón de la restauración de la democracia y el orden constitucional al asumir la Presidencia de la Asamblea Nacional en enero de 2019 enarbolando las banderas del cese de la usurpación y el fin de la dictadura. Parecía cerrarse entonces el círculo que la sociedad civil venezolana abrió en diciembre de 2015 al acudir masivamente a las urnas para conquistar electoralmente dos terceras partes de los escaños parlamentarios, una victoria sin duda histórica que puso a Maduro y al chavismo contra la pared sin recurrir a la violencia. Lamentablemente por muy poco tiempo, porque muy poco después, porque su éxito inicial pronto se hizo insignificante, cuando el imprevisto desafío terminó por hacerse humo, primero en Oslo y después en Barbados, y Guaidó pasó a ser otro miembro más de la inservible dirigencia opositora de siempre. Esa inmaterial Presidencia interina de Guaidó no ha muerto del todo todavía, y sigue siendo la razón de ser de las implacables sanciones aplicadas por Washington y la Unión Europea al gobierno chavista y a muchas de sus cabezas civiles y militares más visibles. Este nuevo engaño electoral persigue desalojarlo de ese pedestal legal y devolverle al régimen una falsa pero funcional normalidad institucional, la nueva Asamblea Nacional cuyos miembros ya han sido seleccionados a dedo en las penumbras del Palacio de Miraflores, para concentrar en una sola y chavista instancia los incomunicados mecanismos de un Poder Legislativo que realmente no existe desde hace 5 años porque el régimen no ha reconocido en ningún momento la Asamblea Nacional impecablemente elegida entonces por los votos de 70 por ciento de los electores.

El próximo capítulo de esta suerte de novela por entregas lo conoceremos el próximo fin de semana, cuando Guaidó y su gente informen de los resultados de una suerte de referéndum sobre la permanencia o no de Maduro como gobernante. Consulta desde todo punto de vista innecesaria, porque para nadie es un secreto que 80 por ciento de los ciudadanos desean quitarse a Maduro de encima desesperadamente. Lo han demostrado en las calles, en el referéndum del 17 de julio de 2017 y, ahora en esta demoledora abstención del domingo. Una consulta necesaria, sin embargo, con la esperanza de que una masiva participación ciudadana mediante, para que Guaidó y su Presidencia conserven su legitimidad más allá de la instalación, el próximo mes de enero, de la nueva y muy decisivamente chavista Asamblea Nacional. Ese día comenzará a escribirse el tercer capítulo de la ficción chavista y sabremos si en efecto el régimen comenzará a desaparecer del horizonte nacional o podrá volver a funcionar en el marco de una “normalidad” mejor vista por cierta comunidad internacional después de la grotesca farsa del domingo. Con lo cual aspiran, ayudados por personajes de la calaña del impresentable José Luis Rodríguez Zapatero, a que comiencen a levantarse las sanciones. El verdadero objetivo de la burla electoral del domingo.

 

 

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