Armando Durán / Laberintos: Venezuela, elección fallida
En toda elección, un candidato gana y sus adversarios pierden. Esa es la única verdad real de la política, una verdad irrefutable, pero que en Venezuela, desde hace cinco días, se ha vuelto sencillamente elusiva, porque los dos candidatos con opción de triunfo reclaman la victoria y lo que en apariencia era para algunos un simple dilema electoral, ha terminado convertido en lo que siempre ha sido, una crisis política de desenlace impredecible.
Por supuesto, esta singularidad del caso “elección presidencial en Venezuela”, no surgió de pronto la medianoche del 28 al 29 de julio, cuando el presidente del Consejo Nacional Electoral, precipitadamente y sin mostrar las pruebas previstas en cualquier contienda electoral, anunció que Nicolás Maduro había obtenido 51 por ciento de los votos y Edmundo González Urrutia 44 por ciento. Una manipulación electoral que no debió tomar por sorpresa a nadie, porque sólo los espíritus más ingenuos del planeta podían haber previsto la opción de que Elvis Amoroso, ficha clave del chavismo desde el primer día del “proceso” y amigo personalísimo de Maduro, proclamara esa tensa noche electoral a González Urrutia ganador de esta decisiva jornada electoral.
Esta es la razón de que la elección presidencial del pasado domingo en Venezuela y los sucesos desencadenados de inmediato por el escándalo del desmañado primer boletín del CNE despertara un desmesurado interés político y mediático. De ahí que no fuera desatinado preguntarse por qué diablos una votación en un país latinoamericano tan venido a menos como la Venezuela actual podía generar curiosidad y vigilancia tan especiales más allá de sus fronteras.
La primera y más evidente causa de este terremoto electoral es que su convocatoria no limitaba sus alcances a la simple competencia de una decena de candidatos por la Presidencia del país. Estaba claro que con esta votación del 28 de julio quienes se enfrentaban en las urnas eran los representantes de dos sistemas de gobierno claramente diferenciados. En un rincón del cuadrilátero estaba Nicolás Maduro, presidente de la República, candidato a la reelección y, desde el fallecimiento de Hugo Chávez, jefe supremo de un proyecto político autocrático que pretendía conservar el poder político hasta el fin de los siglos. Y en la otra esquina, un candidato retador, Edmundo González Urrutia, diplomático de carrera jubilado hace muchos años, quien jamás se había paseado por la idea de encontrarse donde se encuentra, resultado de una audaz carambola política de los partidos de oposición agrupados en una alianza llamada Plataforma Unitaria Democrática, que desde el pasado mes de abril lo convirtieron, de la noche a la mañana, en el candidato invencible de un proyecto de cambio a fondo del sistema puesto en marcha por Chávez con su intentona golpista del 4 de febrero de 1992.
El problema es que 5 días después, la dramática elección del 28 de julio sigue sin quedar resuelta. Tengamos en cuenta que Maduro sabía perfectamente bien que concurría a esta consulta electoral sin ninguna posibilidad de ganarla si no recurría a la manipulación y la trampa; por otra parte, María Corina Machado, auténtica e indiscutible líder del antichavismo en Venezuela desde el pasado 22 de octubre, cuando fue electa en primaria de la oposición como su candidata única para enfrentar a Maduro al obtener 92 por ciento de los votos, candidatura negada administrativamente por el régimen, tampoco podía haber creído posible una eventual transición hacia la democracia por la vía tranquila y normal de lo que ella califica como “ruta electoral.”
Lo cierto es que Maduro, como intenta demostrar desde la misma noche del domingo, no necesita alzarse con triunfo electoral alguno para conservar el poder, ni Machado aspiraba a que Elvis Amoroso anunciara la noche del domingo que González Urrutia era el ganador de esta compleja competencia electoral. Mucho más allá de las apariencias, Maduro y Machado pretendían y pretenden, con este evento electoral, crear las condiciones que les permitan alcanzar sus verdaderos objetivos.
Para Maduro, ese objetivo era devolverle a su Presidencia la legitimidad que había perdido tras ser “reelecto” en la farsa electoral de mayo de 2018, operación política tan grosera, que condenó al régimen venezolano a un aislamiento internacional casi universal y a las muy costosas consecuencias generadas por las sanciones económicas y financieras adoptadas contra su ilegítimo gobierno por la mayoría de las democracias de las dos Américas y la Unión Europea. Hasta que la invasión de Ucrania por parte de Rusia le dio la oportunidad de entablar negociaciones directas con la Casa Blanca, maniobra que culminó con la firma del llamado Acuerdo de Barbados, según el cual el régimen venezolano se comprometía a convocar una elección presidencial bajo condiciones de transparencia y respeto democrático a sus opositores y a los resultados de la elección, a cambio de que Estados Unidos iniciara de inmediato una progresiva abolición de las sanciones.
¿Pensó Maduro entonces que aquel era un compromiso manipulable o sencillamente no se tomó en serio lo acordado y calculó que, llegado el momento, con la complicidad de los intereses materiales que representaba el petróleo venezolano en tiempos de guerra le serviría para escabullirse una vez más por la rendija del oportunismo de sus contrincantes? En todo caso, pocos días más tarde, el 22 de octubre, la aplastante victoria de María Corina Machado en elección primaria de la oposición le hizo comprender que las reglas del juego se habían modificado radicalmente y denunció la victoria de Machado de fraude, el primero de una serie de muy graves errores estratégicos y tácticos que lo han colocado en un callejón sin salida del que ha demostrado que no sabe cómo salir.
Por su parte, Machado, verdadera autora de la derrota del chavismo en las urnas del domingo, tiene que superar el obstáculo que representa tener la razón y el apoyo de 70 por ciento de la población, pero carecer de la fuerza necesaria para resistir la contraofensiva de Maduro, plagada de arrogancia y errores, pero con la ferocidad de quien no tiene mucho o nada que perder. Cuenta sí con un apoyo internacional incondicional, pero no absoluto. Rusia, China, Irán y Turquía apoyan a Maduro. Mientras tanto, desde la desintegración de la Unión Soviética y del mundo socialista, Estrados Unidos y Europa occidental se concentraron en los antiguos aliados de la URSS en Europa oriental. En columna publicada en El Nacional hace casi veinte años sobre el creciente desafío latinoamericano a Estados Unidos a raíz de ese fenómeno y la consolidación del liderazgo de Hugo Chávez en la región, señalaba que “en América Latina el crecimiento desmesurado de la población, la adopción de políticas económicas orientadas exclusivamente a satisfacer las exigencias macroeconómicas fijadas por los centros mundiales del poder económico y financiero, y la subsiguiente profundización del subdesarrollo y la pobreza, progresivamente convirtieron la pradera latinoamericana en un polvorín. Ni las clases dominantes de la región ni los sucesivos gobiernos de Estados Unidos le dieron importancia a la situación. Basta tener presente el desinterés en América Latina demostrado por Washington a lo largo de estos últimos años para entender la tranquilidad con que han ocurrido los cambios políticos en l región desde que Chávez llegó al poder en Venezuela.” Una realidad que conserva su vigencia hoy por hoy.
Escribo estas líneas el viernes 2 de agosto por la mañana. Imposible saber qué ocurrirá mañana. En medio de este final todavía incierto, solo dos cosas pueden afirmarse sin temor a equivocarnos. Primero, que la elección del domingo podemos calificarla de “fallida”, porque Venezuela sigue hundida en las sombras de la peor de las confusiones y que el destino del país en paz depende en estos momentos de que las gestiones que realizan los presidentes de México, Brasil y Colombia, Andrés Manuel López Obrador, Luiz Inácio Lula da Silva y Gustavo Petro, interlocutores válidos de Washington, La Habana y Caracas, con el apoyo que representa el rechazo planetario a la pretensión de Maduro de negar con torpeza extrema la verdad aritmética de la elección presidencial del 28 de julio y el sólido respaldo popular que se aglutina en torno a Machado y a González Urrutia, conduzcan a la solución negociada del conflicto. Precisamente, el sentido que tiene esa ruta electoral que ha sostenido Machado, con firmeza y más firmeza.