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Armando Durán / Laberintos: ¿Venezuela está de fiesta?

 

No, claro que no. Lo que ocurre es que hace varias semanas, Venezuela fue informada  que este mes de noviembre celebraríamos dos “fiestas” históricas: el adelanto anticipado de las Navidades a partir del primer día del mes, porque según declaró Nicolás Maduro los venezolanos sufrimos los rigores del bloqueo que el “imperio” le ha impuesto al país y las restricciones forzadas por la guerra sin cuartel del gobierno contra la pandemia del coronavirus, y al menos merecemos dos meses de alegría. El segundo evento son las elecciones regionales previstas para el domingo 21 de noviembre. Dos tradiciones asociadas que el régimen ha decidido unir para hacer ver que aquí y ahora, a pesar de todos los pesares que nos asedian, la acertada gestión de la revolución chavista, bolivariana y socialista nos permite encarar el futuro con la certeza de que muy pronto el país comenzará a recuperar su normalidad.

 

Por supuesto, otra mentira podrida. Quienes vivimos en esta tierra de gracia sabemos que la crisis devastadora que asfixia a los venezolanos no mejorará sino todo lo contrario. Y que en el memorándum que Karim Khan, fiscal de la Corte Penal Internacional, le entregó personalmente a Maduro en el Palacio de Miraflores, el tribunal le informa oficialmente que da por terminado el “examen preliminar” de Venezuela que ha venido realizando desde hace cuatro años y que a partir de ese momento iniciaba la “investigación formal” de las denuncias recibidas para determinar si, en efecto, a partir de las masivas protestas contra el régimen que estremecieron las vida nacional durante 5 meses de 2017, la represión del régimen es culpable de haber cometido crímenes de “lesa humanidad.” Una amenaza difícil de muy complicado cumplimiento, pero real, aunque Maduro haya rechazado rotundamente esta decisión de la justicia internacional y a pesar también de que su Fiscal General haya declarado “que quien no la tiene no la teme.”   

 

Lo cierto es que estas dos fiestas anunciadas a tambor batiente por el régimen, apenas son expresión de la política informativa adoptada por sus dirigentes desde hace 20, con la finalidad de vender mentiras por verdades y ponerle buena cara a lo malo de la realidad. En este caso, dar por hecho que desde el primero de noviembre, igual que durante los cuarenta años de democracia representativa, las navidades y la realización de elecciones serán los mágicos ingredientes de maravillosas nuevas realidades, que todos tendremos oportunidad de compartir.

 

En aquella Venezuela saudita del petróleo y del “dame dos porque está barato”, se vivía inmerso en la burbuja de una riqueza que se creía inagotable y absolutamente todo se veía color de rosa. Gracias a esa percepción irreal de la existencia, uno tras otro, fracasaron todos los intentos de la izquierda y la derecha de tomar el poder por asalto. También por esa razón, los gobiernos de turno y los ciudadanos gastaban sus ingresos con arrogancia insostenible. Tanto, que buena parte de las naciones latinoamericanas veían en la estabilidad política de Venezuela, en la expansión continua de su clase media y en el altísimo nivel de ingresos y gastos del Estado venezolano y sus habitantes, un espejo donde creían ver el futuro que deseaban para ellas. Ni siquiera el brusco estallido de esa pompa de jabón un viernes negro de febrero de 1983, cuando el gobierno de Luis Herrera Campíns se vio obligado a decretar una devaluación inesperada pero necesaria del bolívar, hasta ese día sólido bastión de la felicidad nacional, la despreocupación dejó de regir la vida de los venezolanos y los extranjeros que se habían instalado en el país con la esperanza de encontrar aquí lo mucho que les faltaba en sus países de origen.

 

Por supuesto, a esa Venezuela de antaño no se la llevó el viento, sino la falta de previsión económica e insensibilidad social que terminó por dinamitar los cimientos del experimento acordado por las élites políticas, económicas y sociales del país, y la mezcla de incompetencia suprema y codicia sin límites que le imprimen un sello indeleble a la actuación de los gobernantes actuales y a los partidos que representan a una imprescindible oposición “oficial.” Una mezcla explosiva, que terminó por arrojar a lo quedaba de Venezuela, incluso a Caracas, al abismo insondable que describe magistralmente El País de España en un excelente y deprimente reportaje de Florantonia Singer, La desigualdad rompe Caracas, publicado en su edición del pasado 2 de octubre.

 

De poco sirven los empeños del régimen y del sector dialogante de la oposición por disimular y ocultar esa realidad. Basta tener presente, por ejemplo, que la gasolina, en un país que hasta hace 20 años era uno de los principales productores de petróleo del planeta, ha pasado a ser un artículo tan escaso, que a las puertas de las estaciones de servicio puede uno pasar horas en cola para llenar el tanque con gasolina, después de haber sido la más barata del mundo, que ahora se paga a 50 centavos de dólar el litro, mientras que un profesor universitario gana el equivalente a 10 dólares mensuales y la pensión de vejez que reciben los ancianos no llega ni a 5 dólares. Y mientras, el muy deficiente suministro de agua y servicio eléctrico ha convertido a los hospitales públicos -otrora orgullo del compromiso social de la democracia venezolana- en siniestro depósitos de cadáveres. Realidades que no solo le arrebatan múltiples derechos a los ciudadanos, sino que además nos convierte en prisioneros condenados a perpetuidad a la miseria material y a un aislamiento social muy agravado desde hace casi dos años por la amenaza cierta del covid-19.

 

Lo peor de esta insostenible situación es que el montaje de las elecciones regionales a celebrarse este mes no parece que vayan a cumplir, ni por aproximación, las expectativas del gobierno y la oposición. El primer y más sólido golpe lo recibieron esas urnas electorales cuando Maduro y compañía decidieron levantarse de la mesa de “diálogo y negociación” que se venía reuniendo cada dos semanas en Ciudad de México, con la moderación del gobierno de Noruega, etapa necesaria para que la participación de los partidos de oposición, aglutinados alrededor de Juan Guaidó, legitimara esas elecciones y sus resultados, que a su vez legitimaran la espuria reelección de Maduro en la fraudulenta votación de mayo de 2018, causa de que las principales democracias del planeta lo sigan desconociendo como presidente legítimo de Venezuela.

 

Con la retirada de los representantes de Maduro de la mesa mexicana como expresión de rechazo a la extradición del corrupto empresario Alex Saab a Estados Unidos, acusado de haber lavado en el sistema financiero de ese país al menos 350 millones de dólares producto de turbios negociados amparados por el régimen, Maduro no podrá recurrir a las elecciones del 21 de noviembre como antídoto para superar ese manifiesto repudio universal a su Presidencia. Por su parte, los representantes de esa oposición del entendimiento y el colaboracionismo con el régimen tampoco podrán jactarse de haber obtenido en esas urnas tramposas un trozo del pastel electoral sin confesar su culpa en ese nuevo atropello a los derechos políticos de los venezolanos, sino todo lo contrario. Tanto si participa en el fraude al país, como si retira sus candidaturas y llama a los electores a abstenerse de votar. Esa es, sin duda, la gran incógnita que muy pronto tendrán que despejar. Por ahora, ninguno de sus voceros ha vuelto a hablar de las negociaciones con el régimen y sus candidatos siguen haciendo sus campañas, campañas por cierto bien melancólicas, sin que lo que hacen y prometen les ha permitido encontrar muchos electores dispuestos a votar, ni siquiera a escuchar sus ridículas propuestas. Triste espectáculo sin espectadores, que se desarrolla como en el escenario de una pieza de puro teatro del absurdo. A sabiendas de que en esta Venezuela de los trucos, las simulaciones y las mentiras, perversas señas de identidad de unos y otros, ni pasa ni pasará nada. Y como si después de estas dos fiestas que no lo son, todo, incluyendo las posiciones de cada quien, al margen de las recompensas que reciban algunos como premio a su buena conducta ciudadana, la vida en Venezuela no luce que vaya a ser lo que ciertamente no es.

 

 

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