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Armando Durán / Laberintos: Venezuela – La destrucción de la democracia

 

El reinicio del diálogo en Barbados entre representantes de Nicolás Maduro y Juan Guaidó bajo el manto de la llamada mediación noruega ha tomado por sorpresa a medio mundo. A lo largo de las dos últimas semanas venían circulando rumores muy bien fundados de que pronto, en Barbados, se celebraría la tercera ronda de las negociaciones promovidas por el gobierno noruego con el respaldo de la Unión Europea, pero hace pocos días, las torturas y el vil asesinato del capitán de corbeta Rafael Acosta Arévalo le dieron un vuelo irremediable a la opción dialogante de la oposición. Sobre todo desde el viernes 5 de julio, cuando en el marco del 208 aniversario de la firma del acta declarando la independencia de Venezuela, ante la ferocidad represiva del régimen, Juan Guaidó se vio en la necesidad de rechazar esos dimes y diretes tajantemente:

   “No habrá una nueva ronda de negociaciones”, señaló con claridad meridiana. Al menos, no mientras el tema a tratar deje de ser electoral a medias y nada más, y no sea, como debe ser, el cese de la usurpación. Luego, para disipar las muchas dudas que provocaría volver a Oslo mientras la ferocidad represiva del régimen les cerrara todas las puertas a una salida pacífica de la crisis, añadió que “aquí nadie se chupa el dedo y sabemos que nos enfrentamos a una dictadura asesina.”

De esta misma brusca manera Guaidó cambió de parecer por enésima vez al dar a conocer el domingo, en un comunicado oficial de la Presidencia interina de Venezuela, su decisión de asistir a una nueva reunión con representantes del “régimen usurpador en Barbados”, pero, añadió, “para establecer una negociación de salida de la dictadura.” Finalmente, Guaidó le fijó plazo a esta nueva y a todas luces última ronda de conversaciones: “No tenemos un tiempo ilimitado, cada día que pasa la situación empeora. La profunda crisis que vivimos, y que plasmó en su último informe la Alta Comisionada de los Derechos Humanos de la ONU, resalta el sentido de urgencia que tenemos. La solución (es decir, el cese de la usurpación, la conformación de un gobierno de transición y la celebración de elecciones democráticas) debe ser ahora.”

   El descrédito del diálogo

Se trata, sin la menor duda, de un anuncio controversial, que amenaza directamente el futuro del liderazgo de Juan Guaidó, cada día más debilitado por su falta de resultados concretos, como se vio en la tímida respuesta popular a su llamado a marchar el viernes a la sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin), policía política del régimen, señalado como centro de torturas y asesinatos de los adversarios más peligrosos del régimen. Muy polémico mensaje porque desde el año 2003 las maniobras colaboracionistas de un sector de la oposición han impregnado al legítimo derecho a dialogar con el adversario un insoportable olor a complicidad con el régimen. Sobre todo a partir del año 2017, cuando a cambio de celebrar amañadas elecciones regionales y municipales como paso previo a negociar las condiciones bajo las cuales se celebraría la elección presidencial prevista para diciembre del año siguiente, la Mesa de la Unidad Democrática desmovilizó las masivas protestas que durante cuatro sangrientos meses habían terminado por acorralar a Maduro y al régimen. Una felonía que se hizo mucho más palpable en febrero de 2018, cuando en el marco de las negociaciones que se adelantaban en República Dominicana con la mediación tramposa de José Luis Rodríguez Zapatero, el régimen sencillamente le dio una patada a la mesa al anunciar el adelanto no discutido con la oposición de esa elección para el 20 de mayo. La oposición protestó, la respuesta del régimen fue inhabilitar a algunos partidos y a ciertos posibles candidatos presidenciales de la oposición, y Maduro, sin un contrincante real, fue reelegido en una votación desde todo punto de vista espuria. Precisamente de esa flagrante ilegalidad salió el desconocimiento de Maduro como presidente legítimo de Venezuela desde el 10 enero de este año, fecha de su segunda toma de posesión, el carácter usurpador de su nuevo mandato presidencial y el desconocimiento de su Presidencia por parte de las principales democracias del planeta, que a su vez reconocían a Guaidó, en su condición de presidente de la Asamblea Nacional, como legítimo presidente interino de la República.

Para ese momento la opción de negociar con el régimen sufría un merecido e irrefutable descrédito. A raíz de lo ocurrido en República Dominicana, el rechazo al diálogo con los representantes de Maduro pasó a ser un acto repudiable para la mayoría de los venezolanos. Por eso, cuando en mayo de este año se informó del primer encuentro de una nueva ronda de conversaciones oposición-régimen en Oslo, el rechazo dentro y fuera de Venezuela fue total. Incluso después que Guaidó, quien en un primer momento se había mantenido al margen de la mediación noruega, admitió que él estaba al tanto, la aprobaba y en consecuencia participaría en lo que a todas luces parecía ser la sustitución de su “hoja de ruta” por una nueva, en la cual se planteaba la posibilidad de celebrar a finales de este año o comienzos del que viene una elección Maduro-Guaidó sin el cese previo de la usurpación y sin necesidad de conformar un gobierno de transición que le devolviera a Venezuela la relegitimación de sus instituciones públicas. Hasta que el vil asesinato del capitán Acosta provocó la ruptura de ese diálogo que ahora, a pesar de todo, se reanuda en Barbados.

   Salir de la dictadura

En su comunicado del domingo, Guaidó introduce, sin embargo, dos variables importantes a los términos del diálogo con el régimen iniciado el pasado mes de mayo en Oslo. La primera, que ahora, en lugar de negociar exclusivamente el tema electoral para superar por la vía de una elección presidencial de emergencia la “usurpación” de las funciones presidenciales por parte de Maduro, reelegido a la brava el 20 de mayo del año pasado, ahora se trataría de “negociar” la salida de la dictadura. Sólo eso. En otras palabras, que el régimen, convertido en “dictadura criminal”, ha venido destruyendo sistemáticamente el ejercicio de la democracia en Venezuela y que ya no se trata de corregir la indiscutida ilegitimidad de Maduro como Presidente de la República, sino su salida y la del régimen como requisitos indispensables para restaurar la democracia como sistema político y forma de vida en Venezuela. La segunda variable es que este “diálogo” con representantes de la dictadura no puede extenderse indefinidamente sino que debe dar su único resultado admisible, el cese de la dictadura, lo que se dice ya.

¿Será verdad tanta belleza? Por ahora sólo podemos señalar que con su comunicado del domingo Guaidó le propinó una gran y desconcertante sorpresa a los venezolanos. Y abre una nueva y dramática incógnita. ¿Esta vez las palabras de Guaidó se ajustan a lo que podría ocurrir estos días en Barbados, el fin inmediato de la dictadura, o seguirán siendo más de lo mismo y será causa de la muerte definitiva de las últimas esperanzas que todavía alimentan el ánimo de una sociedad civil sencillamente desesperada por la magnitud de una crisis desoladora y sin precedentes en la historia nacional? Es decir, ¿nos hallamos ante un sí o un no definitivo en Barbados, como insinúa Guaidó en su comunicado, o todo terminará en la nada que significa haber dilapidado las últimas municiones que le quedaban a los venezolanos para enderezar el retorcido rumbo del proceso político venezolano?

Guaidó, eso espero, debe estar consciente de lo que él se juega, política y existencialmente, en Barbados. Después de esta semana, ya no habrá para él ni para quienes a muy duras penas siguen respaldando sus iniciativas, día de mañana alguno. La gravedad de la situación, tan terriblemente descrita por Michelle Bachelet en el informe que presentó en Ginebra el pasado 3 de julio, ya no permite una vacilación más, una incoherencia más. Quizá por eso Guaidó ha reconocido públicamente que él es responsable de lo que ocurra a partir de este instante en Venezuela. En todo caso, él mejor que nadie sabe lo que ha significado la sistemática destrucción de la democracia en Venezuela para sustituirla por una dictadura a la cubana y también sabe que en Barbados, para él como líder de la oposición, y para Venezuela como nación, ya no hay espacio para más maniobras políticas ni electorales. El dilema del momento es otro, mucho más sencillo y terrible: ahora o nunca. Nada más.

 

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