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Armando Durán / Laberintos: Venezuela, rumbo al 21 de noviembre (1 de 3)

 

Esta semana ha llegado a Venezuela una comisión técnica de la Unión Europea para entrevistarse con representantes del oficialismo y de la oposición integrada al liderazgo que encarna Juan Guaidó. El propósito de la visita, informan sus promotores, es comprobar si existen condiciones electorales que se correspondan con las exigencias de la comunidad internacional, condición, advierten, para que la UE envíe una misión de observadores a las elecciones regionales convocadas por el régimen para el próximo 21 de noviembre. O sea, que de esta visita de inspección depende en gran medida el rumbo que a partir de ahora sigan los negociadores europeos, de Estados Unidos, de Canadá, de Nicolás Maduro y de Guaidó para una solución política duradera a la insondable crisis venezolana. Y señalo que “teóricamente”, porque mientras no se demuestre lo contrario, esta es la misma fraudulenta opción que hace 20 años Hugo Chávez se sacó de su ancha manga de buen charlatán de feria para garantizarle a la naciente revolución “bolivariana” conservar el poder hasta el día de hoy. Con la indispensable complicidad de una dirigencia política supuestamente de oposición, pero resuelta en todo momento a lo que sea para no ser expulsada del terreno de juego.

Nadie tiene que recordarnos que hablando se entiende la gente, pero debemos añadir que siempre y cuando no se trate de una simple habladera de pendejadas, como se dice en venezolano. O sea, si en verdad todas las partes involucradas actuaran con relativa buena fe, aunque solo sea porque después de tantos años de infructuosas confrontaciones, todos llegan finalmente a la conclusión de que para destrancar una situación que ha terminado por hacerse insostenible, se impone la necesidad de sacrificar algunos intereses y espacios con el objetivo de no perderlo todo. Suerte de penoso equilibrio entre unos y otros, como ocurrió en Vietnam, en la Nicaragua de los años ochenta del siglo pasado y más recientemente en Colombia, donde la paz fue el resultado ineludible, aunque absolutamente insuficiente, porque para ponerle fin a aquellas cruentas guerras todos los contrincantes al fin admitían que ninguno de ellos estaba en condiciones de salir victorioso del campo de batalla.

La incógnita a despejar en Venezuela, como ocurrió en esos casos, es hasta qué extremos políticos y morales estarán dispuestos a llegar régimen, oposición y comunidad internacional para darle una respuesta concreta a las necesidades de 30 millones de venezolanos desesperados por escapar antes de que sea definitivamente demasiado tarde del estancamiento político, económico y social que ha transformado a Venezuela, de ser una esperanza muy concreta para buena parte de América Latina, en una tierra baldía, y que sus habitantes, con algunas pocas y canallas excepciones, haya pasado a ser una población material y espiritualmente miserable, sin presente y, mucho peor, sin porvenir. Por culpa de unos y otros, socios desde hace años en un proyecto cuya único efecto ha sido la destrucción de Venezuela como nación.

Esta realidad no la puede silenciar nadie. Tampoco nadie puede negar que por acción o por omisión todos somos culpables de esta gran catástrofe nacional. Razón convincente para hacer lo que haya que hacer con tal de rescatar a esos 30 millones de seres humanos de su orfandad actual, al parecer irremediable. Y razón para que después de 20 años de triquiñuelas y desmesuras del régimen y de la mayoría de los autoproclamados dirigentes de la oposición, haya desaparecido del país la posibilidad de depositar en alguien o en algo la confianza de nuestros acosados ciudadanos. Un debilitamiento general de la población, cuyo destino lo fijaron hace 18 años quienes de muy buen grado se sentaron a la infame mesa llamada de negociación y acuerdos que César Gaviria y Jimmy Carter le sirvieron a Hugo Chávez en bandeja de plata para sobrevivir a la crisis provocada tras su breve derrocamiento el 11 de abril de 2001 y para legitimar la liquidación de la sociedad civil, cuya más cabal materialización fue la celebración del siniestro simulacro de referéndum revocatorio del mandato presidencial de Chávez en agosto de 2004.

Por ese camino de espinas ha transitado Venezuela desde entonces. Hasta llegar a este punto sin retorno del día de hoy. Gracias a la incapacidad de unas fuerzas políticas para imponerse a las otras y a la perseverancia con que sus dirigentes le han demostrado a la sociedad civil su sistemática ineptitud. Penosa realidad a la que habría que añadir los errores cometidos por una comunidad internacional que tampoco ha comprendido la naturaleza de la crisis venezolana y que ahora, de repente, ha decidido llenar el vacío abierto por este exorbitante drama y asumir el papel de protector de Venezuela, nación que a todas luces parece haber perdido el rumbo para siempre. Disparate que  Estados Unidos y la Unión Europea han decidido remediar, para bien o para mal, en nombre de la añeja tradición de las grandes potencias imperiales que a lo largo de la historia han reaccionado para neutralizar los desequilibrios generados por los pequeños y evitar que terminen por afectar la estabilidad política y económica regional, que a fin de cuentas es los que les importa. La próxima semana exploraremos los pocos y angostos caminos que, dadas las circunstancias, emprenderá Venezuela para tratar de eludir las apocalípticas consecuencias del intrincado disparate actual.

 

 

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