Armando Durán / Los errores y las opciones de Nicolás Maduro (1 de 2)
Desde hace algunos meses, la realidad ha desvanecido los esfuerzos comunicacionales del oficialismo por venderle al mundo la fantasía de una Venezuela que al fin volvía a la vida. Durante las últimas semanas, la agudización de la insostenible crisis política y económica que devasta a Venezuela se hizo tan ostensible, que Nicolás Maduro se vio forzado a tomar una serie de decisiones equivocadas, de consecuencias potencialmente fatales.
El primer error de Maduro fue ceder a las exigencias no negociables que Joe Biden le planteaba al régimen desde marzo del año pasado, cuando a un mes de la invasión rusa a Ucrania, funcionarios de muy alto nivel de su gobierno se reunieron con Maduro en Caracas para informarle que Washington estaba dispuesto a aliviar gradualmente las sanciones que le aplica al régimen y a algunos de sus jefes políticos y militares, pero solo a medida que adoptase las disposiciones necesarias para celebrar, en algún momento de 2024, una elección presidencial con condiciones realmente democráticas y transparentes. Es decir, que Estados Unidos le arrojaría al régimen un salvavidas de miles de millones de dólares a corto plazo, pero a cambio de que Maduro aceptara la inevitabilidad de una transición pacífica y electoral de Venezuela hacia una auténtica democracia representativa.
El primer paso para poner en marcha esa ambiciosa hoja de ruta, aunque desde todo punto de vista era una ruta inadmisible para Maduro y su gente, fue la firma, el pasado 17 de octubre, en Barbados, de un acuerdo entre representantes del régimen y la oposición, que comprometía al gobierno de Estados Unidos a iniciar el levantamiento de algunas de esas costosas sanciones económicas y financieras que desde 2019 le aplica Washington al régimen venezolano, a cambio de que el régimen produzca cambios significativos en las condiciones que regulen la celebración de una elección presidencial aceptable . Un acuerdo que a fin de cuentas no se apartaba de los múltiples y mentirosos acuerdos negociados por el gobierno y la oposición desde el año 2002, con el único resultado decepcionante de que esas negociaciones y acuerdos solo han servido para neutralizar algún peligro puntual y terminar atornillando en el poder a Hugo Chávez hasta el día de su muerte y a Maduro desde entonces.
La diferencia entre esas otras negociaciones y acuerdos con el que firmaron en Barbados este 17 de octubre es que, aunque los firmantes del acuerdo fueron Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional y jefe del grupo negociador del régimen, y Gerardo Blyde, jefe del grupo negociador de la oposición desde que se iniciaron estas negociaciones en Noruega en agosto de 2015 y continuaron en Barbados, luego en Ciudad de México y ahora de vuelta en Barbados, es que en esta ocasión los negociadores del “antichavismo” no fueron Blyde y compañía, sino Juan Sebastián González, director de la oficina de asuntos hemisféricos del Departamento de Estado norteamericano desde enero de 2021. Es decir, que el compromiso adquirido por Maduro al aprobar la firma del Acuerdo de Barbados, no es con la alianza opositora llamada Plataforma Unitaria Democrática, sino directamente con el gobierno de Estados Unidos. Y esa es harina de otro costal.
No asumir esta realidad fue el primer y decisivo error cometido por Maduro en este punto crucial en la historia del régimen. Dos razones lo llevaron a dar este paso en falso. El primero, la urgente necesidad del régimen al levantamiento de las sanciones económicas y financieras, porque sencillamente ya se le han hecho asfixiantes. Su segundo y gravísimo error fue creer en los cálculos de sus asesores políticos, quienes le garantizaron que no era políticamente conveniente ni prácticamente necesario interferir en la celebración de la elección primaria convocada por la oposición para seleccionar un candidato único para una eventual elección presidencial en 2024, porque la extrema debilidad de los desmantelados partidos políticos de oposición bastaba para alcanzar el mismo objetivo de anular sus efectos, pero ahora sin necesidad de meter visiblemente la mano. Vaya, que bastaba haberle negado a la alianza opositora la asistencia técnica y material del Consejo Nacional Electoral para condenar la autogestión del evento al más patético de los fracasos. Sobre todo, si además se prohibía el uso de las escuelas donde desde siempre se instalan los centros de votación en toda Venezuela, si ese domingo se paralizaba buena parte del transporte público y se impedía el suministro de gasolina, si se amenazaba con firmeza a los propietarios de comercios y viviendas dispuestos a permitir que se instalaran en sus espacios físicos las mesas de votación, si en internet se bloqueaba el acceso a las páginas donde los electores podían consultar la nueva ubicación de los centros donde le correspondería votar ese domingo y si se advertía a los pocos medios de comunicación privado que quedan en Venezuela la conveniencia de silenciar por completo la información sobre la consulta electoral.
De acuerdo con la aplicación combinada de estos obstáculos, las tensiones que dividían a los miembros de la Plataforma Unitaria, coalición de fuerzas a la que por cierto no pertenece Vente, el partido de María Corina Machado, la evidente desorganización de todas esas fuerzas, su escasez de recursos materiales para cubrir los gastos y las demandas logísticas de un evento de tantísima magnitud y el estruendoso rechazo de la gente a la clase política en general, constituían datos válidos para asegurar que no había necesidad de ir más allá de estas medidas preventivas. Según esta visión optimista del momento, los propios adversarios del régimen se encargarían de terminar de cavar la tumba donde enterrar para siempre la poca esperanza que todavía animaba a algunos pocos venezolanos de oposición a pensar en sacar a Maduro de Miraflores a punta de votos.
Precisamente esta ciega convicción de lo que ocurriría el pasado 22 de octubre fue lo que hizo aún más demoledor el mensaje que transmitió la masiva participación ciudadana en esta elección del candidato presidencial único de la oposición. No solo porque contra viento y marea dos millones y medio de venezolanos acudieron ese día a las urnas electorales, sino que a pesar de todos los pesares, se hizo patente que la autogestión del evento fue impecable, que los tres mil y tantos centros de votación que se instalaron en todos los municipio del país fueron atendidos por decenas de miles de voluntarios que sirvieron de miembros o testigos de mesa, de eficientes asistentes en la prestación de servicios complementarios, como el suministro de materiales, de alimentos y bebidas, de transporte y de transmisión de datos, una movilización voluntaria que puso de manifiesto el más rotundo rechazo popular a Maduro y al régimen que él preside. En pocas palabras: un ansia de cambio a toda costa que también se dirigió contra el resto del estamento político nacional, agrupado en la Plataforma Unitaria, pues la obtención de casi 93 por ciento de los votos emitidos, más que la elección del candidato unitario de la oposición para enfrentar a Maduro en la elección presidencial por venir el año que viene, fue la elección de un nuevo y único liderazgo de todas las fuerzas opositoras al régimen.
Estos errores de Maduro, a su vez, limitaron notablemente su menú de opciones para enfrentar aquel arrollador desafío al régimen del pasado 22 de octubre y lo llevaron a cometer nuevos y más irreversibles errores. De ello nos ocuparemos en nuestra columna Laberintos de la semana que viene.