Armando Durán: ¿Quién ganó, quién perdió?
Lo he repetido muchas veces: votar o abstenerse era un falso dilema, porque estos resultados ya estaban previstos desde hace meses. Tan previstos como lo han estado los resultados electorales que hemos sufrido a manos del chavismo desde la Constituyente de 1999. Por eso, el pasado 23 de mayo, Julio Borges, en su condición de presidente de la Asamblea Nacional, lo advirtió tajantemente: “No volveremos a caer en la trampa de las elecciones regionales.”
¿Qué ocurrió para que a pesar de esa declaración y, sobre todo, del mandato popular del 16 de julio, Borges, su partido Primero Justicia, Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo y para sorpresa de todo el país Leopoldo López y Voluntad Popular, en solo 15 días, olvidaran la decisión de esos millones de ciudadanos que desde el 2 de abril habían respondido en las calles de todo el país al llamado de una MUD que entonces invocaba los artículos 330 y 350 de la Constitución y llamaba a los venezolanos a rebelarse contra un régimen que al fin era caracterizado de dictadura?
Lo ocurrido el domingo 15 de octubre fue en efecto un fraude. Eso nadie lo pone en duda. Un fraude, además, de proporciones inconmensurables. La cesión al “adversario” de unas pocas gobernaciones también estaba previsto, como recurso calculado por los estrategas nacionales y extranjeros del régimen para darle un cierto aire de verosimilitud a unos resultados imposibles. No cabe, pues, explicación alguna que aclare las primeras reacciones de la MUD, la de promover un optimismo absurdo (¿recuerdan la afirmación de Henry Ramos Allup de que la MUD ganaría las 23 gobernaciones del país?), ni las razones del patético lamento final puesto en boca de un Gerardo Blyde de expresión desfallecida, declarando que “lo intentamos”, pero es que “este sistema electoral no es confiable.” Como si hasta este punto crucial del penoso proceso político venezolano este sistema electoral sí lo hubiera sido.
La más cabal demostración de esta indescifrable confianza en el triunfo la protagonizó Ángel Oropeza en su columna publicada el lunes en este mismo espacio, pero escrita días antes de la jornada electoral del domingo con suicida anticipación de principiante, en la que el responsable político de la MUD presupone una tajante victoria opositora, tras la cual, sostiene, “es necesario insertar lo ocurrido este domingo 15 de octubre en el marco del heroico proceso histórico por la nueva independencia nacional y conectarlo con las nuevas batallas que se avecinan.” Antes de la 9 de la mañana del lunes, a toda carrera para que el bochorno fuera menos ostensible, sustituyeron en la página web del diario esa clamorosa sarta de lugares comunes por un artículo de Jorge Castañeda. El daño ocasionado por el disparate de Oropeza, sin embargo, ya estaba hecho. A no ser que la MUD haya sido capaz de recoger todos los ejemplares impresos del periódico.
Esta catástrofe total nos obliga a hacer la más angustiosa de las preguntas: y ahora, ¿qué hacer? Una opción insinuada por algunas voces opositoras igual de desconectadas de la realidad ha sido impugnar esos resultados, proposición desmantelada de inmediato por un escueto y demoledor tuit de Ramón Piñango: “Impugnar, ¿ante quién?” Otras voces, como la del propio Blyde, reiteraron la ciega perseverancia de la dirigencia dialogante de la MUD en el error de irrespetar sistemáticamente la inteligencia de los ciudadanos: “Hacemos un llamado para que nos sentemos todos a planificar juntos una nueva fórmula y estrategia.” ¿Acaso hasta el pasado 31 de julio no había estado toda la oposición unida por primera vez en una sola y ganadora estrategia, la calle, cuya conmovedora contundencia había hecho posible que el país civil y democrático se manifestara como lo hizo aquel 16 de julio?
Habrá que esperar a ver qué ocurre en los próximos días. Por ahora sí quedan dos certezas. Una, que el domingo ganó el pueblo que, con o sin pañuelo en la nariz, de nuevo demostró su resuelta disposición a hacerlo todo con tal de producir un cambio político profundo. Y dos, perdieron, al alimón, Nicolás Maduro, que este domingo se despojó del último velo que a duras penas cubría las desnudeces del régimen, y perdieron los actuales dirigentes de la MUD, que tal vez, a partir de ahora, no hay mal que por bien no venga, se vean forzados a desaparecer en la niebla del olvido para siempre.