Armando Durán: Triunfó la democracia
La jornada del domingo fue una estruendosa victoria popular y demostró que los venezolanos sencillamente quieren un cambio político profundo. De presidente, de gobierno y de régimen. Que se le devuelva su vigencia a la Constitución Nacional y se restaure el estado de Derecho. Ese fue el mandato de los ciudadanos en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, reiterado este domingo por más de 7 millones de electores.
Ante este hecho, la primera página del diario Granma, órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, publica una foto pequeñísima y fuera de foco de una multitud que festeja algo con alegría, y la tergiversa con un título canalla, “Venezuela dice sí a la Constituyente”, como si en verdad correspondiera al fallido simulacro organizado por el CNE para sabotear la convocatoria opositora. Ventaja de un régimen que desde hace 58 años se resguarda tras el muro de un silencio sepulcral gracias a la más férrea censura mediática del continente, una falsedad a la que personajes como Jorge Rodríguez y Ernesto Villegas recurren sin el menor pudor en sus declaraciones del domingo a la prensa oficial, como si el régimen pudiera engañar a los ciudadanos con idéntica impunidad con que se le miente sistemáticamente a los cubanos.
Lo cierto es que frente a la melancólica participación de empleados públicos amenazados con perder su trabajo si no participaban y de humildes venezolanos que dependían de su asistencia para acceder a las humillantes bolsas del CLAP y mitigar el hambre que sufren, la Venezuela mayoritaria, la que desde hace más de 100 días ha tomado y resistido los embates de la brutal represión oficial en las calles de todo el país para expresar su categórico compromiso con los valores del orden democrático, protagonizó un acto de responsabilidad política ejemplar. Una avalancha de rechazo cívico a Nicolás Maduro y al régimen que representa, cuyo mayor impacto fue la posición adoptada por los habitantes de barrios que en otros tiempos fueron baluartes del chavismo. Fue precisamente esa bofetada la que provocó la inaudita violencia desatada por sicarios civiles custodiados por guardias nacionales en la avenida Sucre de Catia. Manifestación cabal de una intolerancia ciega, empeñada en el infructuoso y desesperado disparate de querer tapar el sol con un dedo.
En este sentido vale la pena registrar dos verdades objetivas de lo ocurrido este ya histórico domingo 16 de julio. En primer lugar que a pesar de solo disponer de una séptima parte de los centros de votación habituales, sin presencia alguna en las zonas rurales del país y sin contar con la supuesta tecnología del CNE ni con sus recursos financieros, sin propaganda, con censura de prensa previa desde varios días antes del evento y amenazantes colectivos armados rondando los puntos de concentración ciudadana, una vez totalizados 95 por ciento de los votos emitidos, se comprobó que la participación ciudadana fue de casi 7.2 millones de ciudadanos. Apenas 200 mil votos menos de los alcanzados por Maduro en la elección presidencial de 2014, con siete veces más de colegios electorales. En segundo lugar, que esta experiencia dejó bien en claro que la existencia del CNE y del Plan República son absolutamente innecesarias, así como la tramposa automatización del proceso. Que tal como ocurre en el resto del mundo democrático basta el respeto a las normas, lápices y papel, para convertir cualquier acto electoral en una experiencia rápida, sencilla, meramente institucional y civil.
Desde esta perspectiva podemos afirmar que el 16 J se escenificó en Venezuela y en centenares de ciudades del resto del mundo un auténtico triunfo de la democracia. Y que ese triunfo legitima la opción de designar nuevos poderes públicos y colocar al país en el sendero que nos conduzca desde la dictadura actual hasta la democracia por venir. El desafío, sin embargo, se presenta inmenso. ¿Cómo obligar pacíficamente a un gobierno que no respeta la Constitución ni las leyes a adaptar sus pasos a las exigencias de un estado de Derecho? De la respuesta a esta pregunta depende lo que pueda ocurrir dentro de dos semanas, cuando los jerarcas del régimen pretenden dar un triple salto mortal en el vacío y lanzar al país al abismo del que todavía, 58 años después, no ha logrado salir Cuba.