Arranca la farsa electoral en Cuba
Infaltablemente, el general Raúl Castro vuelve a estar entre los candidatos a la Asamblea Nacional del Poder Popular.
El pasado 30 de enero la prensa oficialista cubana anunciaba el inicio del proceso que culminará con las «elecciones generales» previstas para el 26 de marzo, cuando los electores irán a las urnas para confirmar (ya veremos por qué no decimos elegir) a los diputados que conformarán la X Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Ahora los 470 precandidatos a diputados, que han sido escogidos por las Comisiones de Candidaturas —integradas por organizaciones apéndices del gobernante Partido Comunista—, serán sometidos a la opinión de los delegados de las circunscripciones. Después, y en un acto meramente formal, los precandidatos serán oficialmente nominados y en espera de la citada votación de los electores.
La propaganda oficialista, en un alarde inclusivo, menciona que en esa precandidatura están presentes los más variados exponentes de la sociedad cubana. Hay hombres, mujeres, jóvenes, negros, mestizos, y una mayoritaria presencia de personas con nivel educacional universitario. Sin embargo, todos plenamente identificados con el castrismo.
No vemos en esa precandidatura a nadie que se oponga a la maquinaria del poder en la Isla. Una exclusión que, por supuesto, impedirá que en ese órgano legislativo haya la pluralidad necesaria para discutir a fondo los problemas que agobian a la sociedad cubana. En cambio, 114 altos dirigentes del país (incluyendo al generalato de las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior) tienen su inclusión asegurada en dicha precandidatura.
Y es que, en la manera que se concibe el proceso electoral cubano, es casi imposible que un candidato que no comulgue con el Gobierno llegue al Parlamento (Asamblea Nacional).
En caso de que alguien con esas características resulte electo en las elecciones a nivel de circunscripción, es casi imposible que las Comisiones de Candidaturas lo acepten para nominarlos. Lo anterior, sin contar con que en las biografías que se exponen públicamente para las elecciones a nivel de base cualquier candidato que no sea del agrado del oficialismo puede recibir injurias de todo tipo. Así ocurrió, por ejemplo, con la candidatura de Hildebrando Chaviano en 2015.
Una vez aprobada la precandidatura, los aspirantes al Parlamento son distribuidos por municipios, y solo los electores de esos territorios serán los que voten por sus candidatos. Tenemos el caso de Raúl Castro, que siempre ha aparecido en las boletas por el municipio Segundo Frente, en la provincia de Santiago de Cuba.
Entonces solo el 0,36% de los cubanos, que son los que forman la población de ese apartado sitio de la geografía nacional, tenían la posibilidad de votar por el general de Ejército, el que a la postre resultaba electo presidente del Consejo de Estado. Y en esas condiciones el castrismo, impúdicamente, señalaba que en EEUU, a veces, los presidentes salían electos con solo el 20% de los votos. ¡Hay que tener la cara dura para decir eso!
Como si todo lo anterior fuese poco, las boletas que usan los electores en esos llamados comicios generales —al menos, así ha sucedido hasta ahora— vienen con un círculo en su parte superior, que indica «Votar por todos los candidatos». Así, si se marca en ese círculo, se garantiza que todos los candidatos que aparecen en la boleta reciben el voto positivo de los electores, que serán elegidos finalmente como diputados en caso de recibir más del 50% de los votos válidos.
Y para completar la faena, todos los medios de difusión de la Isla, controlados por el Gobierno, mediante una campaña que saturará los ojos y los oídos del cubanos de a pie, insistirán en que se vote por todos. Es decir, que se marque el círculo de la parte superior de la boleta.
Si todo lo expuesto hasta aquí no constituye una farsa electoral, como decimos comúnmente, que baje Dios a verlo.