Así es “El Infiernillo” donde el obispo Rolando Álvarez cumple 100 días encarcelado
La galería de máxima seguridad donde la dictadura tiene al obispo es oscura, insalubre, sin ventilación, un verdadero infierno, describen excarcelados
En la celda 19 de “El Infiernillo”, ubicada en la Galería 300 del Sistema Penitenciario Nacional Jorge Navarro, mejor conocido como “La Modelo”, las cucarachas recorren hasta el último rincón. Emergen por la tubería de un lavamanos en mal estado y se esparcen por todo el lugar. “Esa era una de mis torturas… las benditas cucarachas están por todos lados”, recuerda Yubrank Suazo, quien estuvo encarcelado en ese lugar. El líder universitario fue preso político de la dictadura orteguista en dos ocasiones, primero en 2018 y luego en 2022.
Suazo recuerda que la “falta de aseo” en aquella mazmorra es “terrible” y el calor se siente “como en el infierno”, debido a que las celdas de máxima seguridad de la Galería 300 no tienen ventilación, peor aún en ese pabellón de “El Infiernillo”, un conjunto de 26 celdas destinadas para los presos que envían a castigo o aislamiento. El espacio apenas es de unos dos metros y medio de largo por dos metros de ancho. Ahí “el bochorno provoca mayor ansiedad, desesperación, ganas de salir corriendo”, describe.
En esas celdas de “El Infiernillo” es donde se encuentra recluido el obispo de la Diócesis de Matagalpa, monseñor Rolando Álvarez. Un lugar insalubre, sombrío y completamente opuesto al salón amueblado, con cortinas blancas y pequeñas palmeras, donde el religioso fue exhibido por la dictadura de Daniel Ortega el 25 marzo pasado.
Álvarez fue llevado a ese lugar el 9 de febrero de 2023, luego de rehusarse a aceptar la orden de destierro a Estados Unidos impuesta por el régimen de Daniel Ortega a 222 presos políticos. Al día siguiente, la jueza Nadia Tardencilla Rodríguez, del Tribunal Segundo Distrito de Juicio en Managua, lo condenó a 26 años y cuatro meses de prisión en un proceso considerado por expertos como una “acción delictiva”.
La Galería 300 de La Modelo
Quienes han estado recluidos en la Galería 300, explican que esta consta de aproximadamente 150 celdas distribuidas en tres módulos. El módulo 3-1 es una construcción de una sola planta conocida como “El Infiernillo”, y es de total aislamiento. Ahí las celdas están habilitadas para dos personas, pero normalmente solo hay un reo que muchas veces está con grilletes en las manos y los pies. Los módulos 3-2 y 3-3 son edificios de dos plantas, también son celdas de máxima seguridad, pero ahí los reos están acompañados.
En estas celdas de máxima seguridad —inauguradas por el régimen en 2015— el espacio es reducido. La única puerta es de metal pesado, los camarotes son de concreto, son oscuras, insalubres, sin ventilación ni suficiente luz natural, y las personas que están ahí se encuentran expuestas a la humedad, el frío o el calor “de hasta 45° Celsius”, indica el informe del Grupo de Expertos en Derechos Humanos sobre Nicaragua (GHREN, por sus siglas en inglés) presentado en marzo pasado.
La única fuente de aire es una ventanita en la puerta de aproximadamente diez pulgadas de alto por cinco de ancho, sellada por una malla de metal; y otra de 15 centímetros de ancho por 15 centímetros de alto por la cual le pasan la comida a los reos.
“En el 80% de las celdas de la (Galería) 300 donde uno hace sus necesidades fisiológicas es en un hoyo, como una espera para inodoro”, advierte Suazo. Pero en «El Infiernillo», que es un área de total aislamiento, “pareciera que fue el primer edificio que se construyó”. Ahí las celdas cuentan con un lavamanos metálico y un retrete, que “viene siendo como los inodoros que están en las cárceles de los Estados Unidos” solo que “en completo mal estado”, comenta.
Suazo recuerda que en la celda 19 de “El Infiernillo” —donde él estuvo la segunda vez que fue encarcelado— el desagüe del lavamanos y del inodoro no servía. Por esa circunstancia “hacía mis necesidades fisiológicas en el orificio donde desagua el baño, porque no me permitían tener un balde o un recipiente para poder echar abundante agua para el desagüe de las heces”, agrega.
Una persona entrevistada por el GHREN sobre su experiencia en la cárcel describió: “en ‘El Infernillo’ se me contaminó la piel, se me pudrió. Me salieron hongos, mi piel se erupcionaba. Sentía profundo dolor y ardor. Mi mamá había tratado de traer la farmacia entera porque además tenía problemas en los pulmones. Faltaba luz, faltaba aire, es muy difícil reciclar el aire ahí”.
Sobrevivir sin agua en “El Infiernillo”
En esas condiciones ni siquiera es posible hidratarse constantemente porque el servicio de agua solo es habilitado por veinte minutos dos veces al día, a las 5:00 a. m. y a las 12:00 p. m. “En ese momento podés bañarte y hacer tus necesidades fisiológicas porque después no hay condiciones para estar lavando si se te ensucia algo”, explica Suazo.
Otro preso político que estuvo recluido en “El Infiernillo”, donde se encuentra monseñor Álvarez, fue el líder estudiantil Kevin Solís, quien al igual que Suazo fue capturado en dos ocasiones, primero en 2018 y luego en 2020.Lo primero que recuerda Solís es la oscuridad de la celda número 13. Ahí no hay bombillo eléctrico. La luz del sol no entra por la ventanita de la puerta, que da a un muro de concreto que tapaba completamente la luz natural. “No hay luz y el calor es de un carajo” comenta.
Solís pasó la mayor parte del tiempo en bóxer porque el “bochorno” de la celda hace “imposible estar con el uniforme azul de preso” y los carceleros “solo te permiten tener una botella de agua”. Situación que lo mantenía débil y completamente deshidratado.
Aún en esas condiciones tan lamentables, los presos son monitoreados las 24 horas del día a través de un sistema de cámaras, que habría sido instalado en 2020, después que la mayoría de los presos políticos fueron excarcelados bajo la autoamnistía del régimen.
La cámara está instalada “completamente arriba” de la celda, justo “encima de un murito” que separa el baño del camarote de cemento. “Ahí estás completamente solito. Vos, la cámara y tu alma”, comenta Solís.
Solís también recuerda las cucarachas, zancudos y otros insectos que hay en la celda. Además de los malos olores que salen del inodoro metálico, que “la mayor parte del día pasa sucio” debido a la falta de agua. “Honestamente no sé cómo soporté todo eso”, reflexiona.
Trato cruel, inhumano y degradante
Desde que monseñor Álvarez fue llevado a las celdas de “El Infiernillo”, han pasado 100 días, hasta este 21 de mayo. Durante este tiempo el régimen únicamente lo ha exhibido en una sola ocasión, cuando divulgó imágenes de una visita familiar en las que mostró al obispo con uniforme de prisionero, visiblemente delgado, pálido y canoso.
Según el Relator Especial sobre la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes, Nils Melzer, citado en el informe del GHREN, el régimen de aislamiento reduce los contactos sociales significativos a un mínimo absoluto. El nivel de estímulo social que resulta de ello no es suficiente para que la persona conserve un estado razonable de salud mental.
Para el relator, el régimen de aislamiento prolongado reviste “especial preocupación»; el plazo de 15 días es el límite entre el “régimen de aislamiento” y el “régimen de aislamiento prolongado” porque, en ese punto, algunos de los efectos psicológicos nocivos del aislamiento pueden ser irreversibles.
El relator especial ha considerado que cuanto más prolongada sea la duración del régimen de aislamiento o mayor la incertidumbre acerca de la duración, mayor será el dolor y el sufrimiento de las personas sometidas a ese régimen, así como el riesgo de causar un daño grave o irreparable a la persona reclusa.
Diversos mecanismos de derechos humanos, tales como el Comité de Derechos Humanos, el CAT y la Corte Interamericana han considerado que dicha situación podría constituir un trato o castigo cruel, inhumano o degradante, o incluso tortura.
Para Suazo y Solís, El Infiernillo en la galería 300 es un mal recuerdo. Sin embargo, lamentan que el obispo de Matagalpa y otras 60 personas continúen en las cárceles del régimen por motivos políticos. Situación que los motiva a continuar —ahora desde el exilio y despojados de su nacionalidad— con su demanda de libertad para los presos políticos, así como verdad, justicia y reparación para la sociedad nicaragüense.