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Astrid Lindgren, la escritora que revolucionó la infancia a base de activismo y Pippi Calzaslargas

ABC habla con la nieta de la arrolladora autora sueca, que visitó España para homenajear a su abuela y presentar su obra en español, más allá de la pelirroja más rebelde de la literatura infantil

Astrid Lindgren fue una abanderada de los derechos de los niños y autora de las aventuras de Pippi Calzaslargas

 

Annika, la nieta de Astrid Lindgren (1907-2002), narra que, cuando apenas contaba con 5 años, pasó por una experiencia que resultaría decisiva para el resto de su vida y para la de los millones de lectores que han crecido, y crecen todavía hoy, a la sombra de Pippi Calzaslargas. Una chica que trabajaba cerca de la granja que los padres de la inolvidable escritora sueca tenían cerca de Vimmerby le leyó un cuento en voz alta. Fue el bing bang de su particular universo creativo.

«Aquello sacudió su mundo», ha corroborado Lina Talgre, de The Astrid Lindgren Company, durante la presentación de la obra de la autora en España que agrupa la editorial Kókinos, que coincide con el 60 aniversario de la publicación de uno de sus personajes favoritos, Emil el Travieso.

Lindgren se dedicó en cuerpo y alma a replicar aquella vivencia en los demás niños, a propulsar su imaginación a través de la narración de historias. «Ella siempre decía que todas las cosas que suceden en el mundo comienzan en la mente de un niño», ha señalado Talgre. Por ello, quería, con su obra, ocupar en ellas un lugar destacado, ser la chispa de encendido: «Quiero escribir para lectores que pueden crear milagros. Los niños crean milagros cuando leen«, afirmaba la también autora de ‘Los hermanos Corazón de León’.

Esa concepción de la infancia era revolucionaria para la época, pero es que ella nunca dejó de regresar a la suya. Volvía una y otra vez a sus años en su granja sueca, hoy convertida en museo. «Allí se explica que ella y sus hermanos podían saltar y jugar sobre los muebles, aunque fueran delicados. De hecho, reconoció en más de una ocasión que no sabía cómo ninguno de ellos se había matado. A pesar de que tenían que cumplir con sus tareas en el campo, tenían mucho tiempo para jugar y se movían con gran libertad. Y sus padres los criaron con muchísimo amor. Aunque eran muy conservadores, fueron muy modernos a la hora de criar a sus hijos», ha aseverado Talgre.

Cierto es que, cuando se quedó embarazada a los 18 años, tuvo que emigrar a Copenhague para ser madre soltera, pero siempre fue consciente de que lo que albergaba su corazón y su memoria era un tesoro. Precisamente, fue otra experiencia vivida con ese pequeño, el padre de Annika, la que forjó la faceta de Lindgren de defensora de los derechos de los niños y del derecho a ser un niño. Un día fue al parque con Lars y se indignó al ver cómo las madres trataban a los pequeños.

 

Annika, en una imagen de archivo junto a su abuela Astrid y en la actualidad

 

«Veía que no se les daba ningún valor, ningún poder de decisión, y dependí­an totalmente de los mayores. Creo que en esa percepción también tuvo que ver la Segunda Guerra Mundial. Sentía que ostentaban el poder las personas equivocadas y que por eso hacían un mal uso de él», ha afirmado Annika en una entrevista para ABC. Poco después, en 1945, vino Pippi Calzaslargas, la niña más fuerte del mundo, capaz de levantar con sus brazos a ‘Pequeño Tío’, y que vivía sola, fuera de la órbita adulta.

Pero no se quedó ahí. Su discurso de aceptación del premio de la Paz de los Libreros Alemanes de 1978 (titulado ‘Violencia, jamás’, acaba de ser editado por Kókinos) inspiró una ley al año siguiente que convirtió a Suecia en el primer país que prohibió legalmente el castigo corporal a los niños. No fue la única vez: consiguió que se revisara el sistema de impuestos de su país y gracias a ella se promulgó una legislación contra el maltrato animal en 1988, conocida como Ley Lindgren en su honor.

Astrid Lindgren fue una gran creadora de opinión y una trabajadora infatigable, que compaginó su faceta como escritora con la de editora en Rabén & Sjögren. «Estaba en la bancarrota cuando ella llegó -ha relatado Talgre-, y remontó gracias a Pippi. Desde allí ella dio paso a una literatura infantil comercial, pero cuando se trataba de nuevos autores, buscaba una voz muy diferente». «Sí -asiente Annika-, les escribía para darles consejos acerca de cómo escribir para niños. Básicamente les decía que escribieran sobre ellos, sobre el mundo que conocían, pero simplificándolo porque es literatura para niños».

Ese afán de facilitar la comprensión está presente en las instrucciones que dejó a los traductores -también futuros- de sus obras. Ella quería que sus historias se leyeran como si fueran leídas en voz alta, así que no escatimaba en repeticiones ni dudaba en inventarse términos para conseguir tal fin. «No te saltes al niño y dame, por favor, palabras sencillas», les decía.

Roald Dahl y el término ‘nigger’

¿Cómo llevaría alguien tan puntilloso con sus libros que los reescribrieran como han hecho con Roald Dahl? «Nosotros nunca lo hubiéramos hecho. La próxima generación, ya veremos», ha contestado tajante Annika. De momento, reconocen excepciones: eliminaron el capítulo en el que Pippi recibía armas como regalo en Estados Unidos y cambiaron términos en el tratamiento de la esclavitud o de los indios. También decidieron cambiar la expresión inglesa ‘nigger’ por sus connotaciones peyorativas. «Resultaba dañina hacia los niños y Astrid eso nunca lo hubiera querido«, ha recalcado Talgre.

 

Astrid junto a sus nietos en el verano de 1969

 

Con una película nueva de Pippi en camino, el futuro del legado de Astrid parece asegurado. En nuestro país, la última obra en salir de la imprenta de Kókinos ha sido ‘Ronja, la hija del bandolero’, con ilustraciones del Studio Ghibli, que llevó a cabo una serie basada en esta novela de Lindgren, la última de su carrera en la literatura infantil.

Annika recuerda que su abuela le leía pasajes del libro cuando lo estaba escribiendo. «Es uno de mis recuerdos favoritos», responde con una sonrisa. Lindgren también sigue paladeando en su memoria los veranos de su infancia junto a ella en su casa del archipiélago sueco. Astrid compró una residencia allí y fue comprando otras para sus vástagos y respectivas descendencias. «Por la mañana, no podíamos ir a su casa porque estaba escribiendo, pero luego le encantaba ver a sus nietos nadar y jugaba mucho con nosotros. Estuvo subiéndose a los árboles hasta los 60 años».

 

 

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