Autonomía: repensar y rescribir
La autonomía, en todos los ámbitos, es un principio básico en la vida de cualquier ser humano y una necesidad fundamental en el desarrollo de las sociedades. Sin ella, la autoestima primero y la armonía comunitaria después sufren, se desgajan. Cuando la autopercepción es pobre, quien la padece crece con dificultad y puede ser víctima de humillación. En el ámbito comunitario el poder toma la batuta y oprime. Las relaciones entre hombre y mujer —feminismo—, entre blancos y negros —racismo—, entre ricos y pobres —trabajadoras domésticas—, entre países europeos y africanos —colonialismo y esclavismo—, entre migrantes y opresores —políticos y narcotraficantes— y entre pacientes y médicos —paternalismo— conforman un tejido cada vez más deshilachado, quizás imposible de urdir. Las cicatrices del brutal y execrable colonialismo de la civilización europea, ahora infectada por neonazismo y fanatismo religioso perviven.
Enumeré seis avatares contemporáneos. La falta de oportunidades de algunos de sus integrantes facilita que se perpetúe la opresión. Dicha carencia tiene muchos apellidos. Uno es autonomía. Repensar y rescribir sobre autonomía es necesario.
Ilustración: Sergio Bordón
En lenguaje llano la autonomía es la capacidad de autolegislarse de acuerdo a la razón y a la experiencia y es característica de los seres humanos como animales sociales y racionales. Tenerla o no depende de obviedades en ocasiones insalvables: la casa donde se nace, el estatus socioeconómico, la educación, la salud y las interrelaciones con personas cercanas y con la sociedad. La autonomía tiene límites. Asesinar es ilícito, robar es ilegal, mentir desde el poder como suelen hacer los políticos, tergiversar como hacen los médicos y hacer demasiados estudios con tal de recibir prebendas económicas infringe la idea “sana” de la autonomía.
Ejercerla adecuadamente implica actuar pensando en los otros —la tan preciada alteridad u otredad de Emmanuel Lévinas— y no sólo de acuerdo a los deseos personales. Emmanuel Kant ofrece dos argumentos indispensables para entender los significados de la autonomía “sana”. El primero es proceder de acuerdo con el imperativo categórico: “Actúa de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio”. Segundo: conducirse como un miembro responsable de la comunidad moral.
En medicina, sobre todo en la medicina contemporánea, la autonomía debe ser piedra angular en la relación entre médicos y pacientes. La autonomía, lo he escrito en otras ocasiones, es uno de los pilares de la bioética y en particular de la ética médica. Confidencialidad, veracidad, hacer el bien —beneficencia—, no hacer daño —no maleficencia—, justicia y autonomía conforman las bases del ejercicio médico. Todo un dechado de bellas ideas y principios médicos y universales. El desgaste de la medicina contemporánea no cumple con esos preceptos.
Empoderar a las personas/pacientes es necesario y ético: otorgarles el poder de decidir y alejarse del paternalismo médico es fundamental. Promover los diálogos cara a cara, como base de la autonomía es imprescindible. Llevarla a cabo presupone que el doctor reconoce al enfermo como un interlocutor necesario, donde ambos, en conjunto, deciden. Dos ejemplos: hay enfermos que prefieren fenecer antes que amputarse una pierna o embarazarse en edades avanzadas a pesar de que el producto nacerá con malformaciones.
La autonomía incluye responsabilidades. En los párrafos previos mencioné algunas características. En medicina la autonomía debe ejercerse pensando en el otro como una extensión de uno mismo. De nuevo, dos avatares. Uno: no comentarle(s) a la pareja(s) que se es portador del virus de la inmunodeficiencia humana es amoral. Dos: proseguir un embarazo en donde el médico ha diagnosticado malformaciones y no compartirlo con el padre para decidir si debe o no proseguir la preñez es incorrecto. En ambos casos prevaleció la autonomía de la persona. En ambos ejemplos las personas relacionadas deberían estar informadas.
La autonomía es un bien necesario para la persona e indispensable en la sociedad. Sin ella las inequidades se multiplican y el bienestar personal y comunitario padece. En medicina la autonomía es fundamental para el enfermo y el médico, así como para el círculo en torno al doliente.
Concluyo sin concluir. La autonomía, lo escribí en los párrafos previos, debe ejercerse sin dañar a otras personas. El suicidio es, para algunos, para otros no, el culmen de la autonomía. La inmensa mayoría de las veces las personas cercanas son víctimas colaterales del acto: ¿dónde estaba yo?, ¿por qué no leí sus advertencias?, ¿soy corresponsable? Concluyo sin concluir: es necesario repensar y rescribir sobre el tema.
Arnoldo Kraus
Profesor en la Facultad de Medicina de la UNAM. Miembro del Colegio de Bioética A. C. Publica cada semana en El Universal y en nexos la columna Bioéticas.