Aveledo: Alcabalas
Aprovechamos un feriado para bajar a la playa. Una vez en territorio varguense, encontramos varias alcabalas. En Catia la Mar fuimos retenidos en una que nos reclamaba que mi esposa y yo, solos en el vehículo y con las ventanas cerradas, no llevábamos la mascarilla debidamente colocada. El funcionario, quien de arrancada advirtió que “aquí las multas son muy caras” invocaba una “Ley de Convivencia” que nunca mostró, pues cuando se la pedíamos esgrimía el talonario para las boletas. Revisó los papeles, completamente en orden. Aún discrepando de su criterio aceptamos pagar la multa, así que pedimos la boleta. Entonces nos dijo que serían cien millones de bolívares (no usó la nueva expresión monetaria) que deberíamos ir a La Guaira y que retendría licencia y carnet de circulación. Ante la imposibilidad material de pagar tal cantidad, le dijimos que nos llevara detenidos, a lo cual respondió que podía ayudarnos si lo ayudábamos. Optamos por hacernos los desentendidos y no se atrevió a ir más allá, salvo otra amenaza si subíamos después de las tres de la tarde, en cuyo caso la multa sería de “cuatrocientos millones”.
No es la primera vez que paso por la desagradable experiencia. En la Avenida Rómulo Gallegos caraqueña, parejas de policías me han parado porque “por poco los atropello” y revisaron mis papeles. Con ellos y con otros que me retuvieron en la también capitalina autopista del Este, a la altura de Los Ruices, el procedimiento concluyó cuando preguntaron “a qué se dedica” y supieron que soy abogado. Algo similar viví en el distribuidor que va a Plaza Venezuela. Conocidos cuentan episodios parecidos y en las redes abundan las denuncias. Nunca he pagado coimas, pero sé que otros lo hacen para salir del problema. En carretera te sientes más indefenso.
La situación no es un secreto. En Caracas, muchos evitan la Cota Mil, donde también me paró la PNB sin ton ni son o la autopista Centro Occidental. Oí un comunicado de la Fiscalía General promoviendo la denuncia, con muchos requisitos de difícil cumplimiento. No siempre los efectivos llevan identificación ni es fácil leerla o se las tapa el chaleco antibalas. Los del litoral mostraban en el brazo el logo del partido de gobierno, en esa confusión partido-Estado que tanto daño nos hace. Súmese la desconfianza en la legalidad frecuentemente burlada.
Bajos salarios, malos ejemplos e impunidad estimulan la corrupción y el abuso de poder. En vez de protegernos, las alcabalas son síntomas de nuestra ilegalidad e indefensión ciudadana.