Aveledo: Democracia venezolana, reflexión cumpleañera
Cumpleaños infeliz. Al cumplirse sesenta y cuatro años de la jornada verdaderamente histórica y nacional, del 23 de enero de 1958, vivimos la dolorosa paradoja de una niña venezolana de siete años muerta cuando cruzaba el río Bravo con su mamá, para entrar desde México a Estados Unidos por un punto de la frontera tejana.
El drama y en este caso tragedia de los venezolanos pateando el planeta es ilustrativo de una crisis más ancha y profunda. Según Noticias ONU para octubre de 2021 los migrantes y refugiados venezolanos en el mundo superaban los 5.9 millones. De estos, ocho de cada diez viven en América Latina y el Caribe. Por cierto, no conozco de casos en Nicaragua o Cuba. Un flujo contrario a la historia del siglo XX, cuando personas que huían de la guerra o del hambre encontraron aquí campo para, con esfuerzo, construir un porvenir en paz y desde 1958, también en libertad. La democracia que amaneció como esperanza entonces no detuvo ni desvió la llegada de gentes de todas partes. Al contrario, continuamos recibiendo inmigrantes numerosos.
Caen nuestras exportaciones, incluso la petrolera que solía estar entre las más elevadas mundialmente, y sube nuestra exportación de seres humanos de todas las regiones y todas las condiciones sociales. Al revés, importamos de todo, pero nadie se quiere venir para acá.
Con los antecedentes del período reformista 1936-1945 y el revolucionario 1945-1948 y las experiencias acumuladas por los errores cometidos y el amargo paréntesis militarista, la democracia venezolana se estabilizó y brindó sin ignorar sus imperfecciones, unas más protuberantes que otras, oportunidades ciertas de convivencia libre, pacífica con prosperidad accesible para una sociedad que se modernizaba. Logros educativos y sanitarios tangibles, así como avances en todos los órdenes de la vida. ¿Insuficientes? Ciertamente, sobre todo tras los primeros avisos del colapso del modelo rentista, pero ese camino accidentado a veces, deteriorado en tramos, interrumpido, era un camino y siempre fue posible rectificar y reemprender la marcha.
Los progresos institucionales, de los cuales nunca fui apologista ni espectador satisfecho, sin negar mi corresponsabilidad en un tramo de ellos, han retrocedido a un punto que nos mueve de la tristeza a la indignación. En cuanto a separación y equilibrio de poderes desempeñados con idoneidad y honestidad, eficacia de las prestaciones públicas, respeto a los derechos de todos y seguridad jurídica, la regresión no necesita exageraciones. La vivimos. Nadie se siente hoy más seguro en Venezuela, ni siquiera quienes están en el poder, si uno juzga por lo que dicen sus discursos o por cómo se protegen.
Recuperar la senda democrática, no para restablecer el pasado sino para construir un futuro más humano, no será fácil, pero como es tan necesario, tarde o temprano nos veremos cara a cara con ese desafío. Ojalá sepamos hacerlo entre todos, con las naturales diferencias.
Más complejo lo hace una crisis de la democracia que parece global cuando florecen autoritarismos, populismos, nacionalismos extremos, intolerancias. Pero ya lo decía Churchill en 1947, “Muchas formas de gobierno han sido intentadas y serán intentadas en este mundo de pecado y aflicción. Nadie pretende que la democracia sea perfecta o sabelotodo. Ciertamente ha sido dicho que la democracia es la peor forma de gobierno, si se exceptúa a todas aquellas que se han intentado de cuando en cuando”