Democracia y Política

Aveledo: ¿Democracias sin partidos?

La debilidad del sistema de partidos, cuando no su franco colapso, es de los problemas principales en las frágiles democracias latinoamericanas. Que el mal sea de muchos, ya se sabe, es consuelo de tontos.

Partidos viejos y nuevos con serios problemas de representatividad, personalización de la política con movimientos ad hoc, partidos únicos y otros con vocación de serlo y comportamiento propio de esa condición aunque no la tengan. Fauna variopinta en un contexto en el que la intermediación está en entredicho por las redes sociales con su oferta de participación directa que es más espejismo que realidad.

Las tres “p” de Moisés Naím, populismo, polarización y postverdad dificultan la implantación y crecimiento de los partidos, llenan el vacío de la política sustituyéndola por formas velada o abiertamente antipolíticas.

Sin conocer los resultados de la segunda vuelta de la elección presidencial colombiana, lo que ya sabemos desde la primera es la polarización entre las opciones más extremas. ¿Qué tienen en común el izquierdismo de Petro y el pragmatismo de derecha de Hernández? Pues la apelación al resentimiento propio de frustraciones y exclusiones, reales o sentidas. Su disputa es por quien tiene menos que ver con los que han mandado.

Se habla de la derrota de los partidos tradicionales como una novedad, pero los ultracentenarios Liberal y Conservador, llamados en el viejo ripio partido de Santander y partido de Bolívar, no ponen un presidente desde Andrés Pastrana que dejó el poder hace veinte años. Si bien de origen Liberal, Uribe llegó por Primero Colombia y fundó en 2005 con Santos, de ancestro similar, el partido de la U para optar por la reelección y esa fue la base político-organizativa de los dos triunfos de éste, quien fuera su ministro, sucesor y rival. Y en 2013, separado de su antiguo aliado, Uribe promueve el Centro Democrático cuyo candidato Zuluaga no pudo impedir la reelección del Presidente, pero sí logró vencer con Iván Duque en 2018, comicios en los que los aspirantes Humberto de La Calle del Liberalismo y Vargas Lleras de otro movimiento y apoyado por el Conservatismo, llegaron cuarto y quinto, mientras Gustavo Petro pasaba a segunda vuelta. Difícilmente pueden llamarse partidos tradicionales, agrupaciones con diecisiete y nueve años de existencia.

El panorama de sistemas de partidos fragmentados y de representatividad declinante, lo registro sin el menor regocijo pues es asunto grave que me preocupa mucho, se aprecia en Chile, en Perú cuyas segundas vueltas fueron entre candidatos que en primera rondaron una cuarta parte del voto en el austral y menos de dieciocho y catorce en el incaico. Maromas hacen los chilenos para acordar un proyecto constitucional más o menos viable y no pasar el trago amargo de su no aprobación por el electorado, una posibilidad imposible de descartar. En Perú, un Castillo inusualmente incompetente, aún en los estándares subregionales, es constantemente amenazado por una censura parlamentaria cuya demora no implica que no llegue. En Brasil, los congresos balcanizados obligan a su peculiar presidencialismo de coaliciones con el que Bolsonaro ha roto, apoyado en su nutrida votación que sin embargo es minoría parlamentaria. Atípico en Argentina por un peronismo multiforme. La de Macri fue y es también, una fórmula nueva.

Democracia sin partidos, como más de uno sueña, no puede subsistir, pero que los partidos deben reiventarse y reconectar con las mayorías es una cuestión más sencilla de enunciar que de lograr. El reto es enorme, para los pueblos, sus democracias pero sobre todo, para sus partidos políticos y quienes aspiran al liderazgo.

 

 

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