Aveledo: El legado de Luis Herrera Campíns
El 4 de mayo fue el Centenario del nacimiento de Luis Herrera Campíns ¿Qué puede decir de él quien fue su amigo, discípulo y colaborador cercano? Más allá de datos de Wikipedia ¿Hay un legado suyo? Creo que sí y que puede sernos muy útil en este tiempo feroz de disfraces y antipolíticas impacientes e intolerantes.
Es el legado de un hombre político de vida limpia; siempre inconforme, incansable en el empeño en conocer y comprender; responsable porque entiende que la política es servicio; demócrata que cree en una democracia en la que la libertad y la paz son vacías sin justicia y solidaridad; estadista capaz de asumir el costo de las decisiones más difíciles, consciente de que se gobierna y se legisla para todos, para el presente y para el porvenir; humanista y humano; paciente y visionario.
Hay coherencia en el magisterio de su vida personal: austeridad, sencillez, familia, consecuencia en la amistad, en las convicciones, en la militancia. A Miraflores fue desde su casa comprada a crédito y a ella volvió cuando dejó el poder.
Luis Herrera fue un político estudioso. Ramón J. Velásquez dijo de él que “Era un hombre culto. Parecía que se había leído todo. ¿Cómo hacía? No sé, pero cuando hablaba sobre un tema, ahondaba hasta sus raíces, sabía mucho.” No perdió tiempo. En la política y la pasión periodística, nunca dejo de estudiar. Desterrado concluyó la carrera en Santiago de Compostela. Atento siempre a los acontecimientos venezolanos, siguió viajando, leyendo, estudiando, Roma, Londres, Munich. Aprendió, sin ufanarse jamás italiano, inglés y alemán. Leía en francés.
Con Leonardo, cree Herrera que la práctica enseña la teoría. La cultura, los viajes, las relaciones personales y la actividad internacional, constantes como político, parlamentario y gobernante, nunca estuvieron en él reñidas con una intensa venezolanidad. A base de cercanía, contactos múltiples y permanentes con todos los sectores en todas las regiones, su saber escuchar, su preguntar y observar, lo hicieron un baquiano del alma venezolana, sabía mirarnos por dentro. Con los refranes y dichos populares, Herrera daba “un toque simpático” a sus argumentos, en decir de Velásquez y observa Andrés Caldera Pietri que “innovó en la comunicación política”.
En Herrera, más que destreza, estrategia y táctica, habilidad para detectar las oportunidades y aprovecharlas, aunque todo eso haga falta, la política es primero servicio. Y demanda de servir más a quienes más lo necesitan. La razón del servicio, más acá del deber constitucional de quien ejerce un mandato, de que el poder que se alcanza es por cuenta ajena, radica en la solidaridad. “La política es ante todo servicio –dice el recién fallecido Papa Francisco- No es sierva de ambiciones individuales, ni prepotencia de facciones o centros de intereses”. No se trata de contraponer como excluyentes al poder y el servicio. Nadie quiere un poder impotente, aclara el mismo Pontífice, “pero el poder tiene que estar ordenado al servicio para no degenerarse”. La política verdadera, máxime si se trata de una política cristiana, tiene una dimensión afectiva, solo un amor profundo puede nutrirla. La solidaridad nos recuerda que a la contienda política no se puede ir sin valores.
En Luis Herrera el sentido del Estado ordena las prioridades. Su Estado es uno democrático y social de Derecho. Gobernante priorizó educación, cultura, deporte, salud, vivienda, títulos de propiedad de la tierra, promoción de la paz y la libertad y de la participación que invita al pueblo “nada menos que a la empresa de ser autor y actor de su destino”. Un signo del estadista es la responsabilidad. En su mensaje para el Año Nuevo 1984: “Estoy consciente de las fallas y deficiencias que hemos tenido (…) asumo ante la historia la plena responsabilidad de la orientación y conducción de mi gobierno…”
El verdadero conductor político debe mostrar siempre capacidad de diálogo. “Ni en la vida ni en la política se puede catalogar el diálogo como acción inútil, aun cuando los resultados obtenidos no correspondan exactamente a la medida de las aspiraciones”
“Alma magnánima” dice de él Guerrero. Es humanista integral en el pensamiento, lector reflexivo de Maritain y Mounier. Humanista y humano, al mayor y al detal, universal y misericordioso. Humano en sus aciertos, políticas públicas dirigidas a la promoción del desarrollo de la persona y humano en sus errores, nacidos en la tolerancia, la comprensión de las debilidades humanas, la lucha interminable contra nuestras imperfecciones, la reiterada necesidad del perdón, como en Mateo, “Hasta setenta veces siete”. Y un dato fundamental: es hombre impermeable al rencor. No hubo ofensa, agravio o injusticia que le amargara el espíritu.
El político es paciente. “Es necesario no temerle al tiempo. Al tiempo –dice- solo le temen los inconstantes, los apresurados y los cobardes ante la vida” Paciencia que no es inmovilidad, es saber esperar y darle contenido útil a la espera. Comprender que la historia se cuece a fuego lento.
Además de paciente, fue visionario. La mirada del político verdadero tiene dos dimensiones, la del presente para entender qué pasa y la más profunda, hacia el futuro, para darse cuenta de qué puede pasar, de cuáles serán las consecuencias. Ver más allá, para anticiparse. Ver más adentro, para darse cuenta de lo que otros no advierten. No es adivinación, ni magia. Necesita del instinto, se lo llama “olfato”, pero si lo relacionamos con los sentidos, tiene más del oído, la vista y el tacto. Hay que saber oír las voces de la realidad, ver atentamente sus señales y tocarla y dejarse tocar por la realidad. Conocer y comprender la historia y la geografía, la sociología y la antropología. En los libros sí, pero sobre todo en la vida. Los que viven en “el metro cuadrado” no salen de allí.