¿Qué hacer?, siempre es pregunta válida e incluso obligatoria, sea usted revolucionario, reguetonero o cualquier otra cosa. Para las fuerzas democráticas venezolanas, responsables de ofrecer una alternativa creíble adentro y afuera al grupo en el poder, es ineludible hacérsela, porque la política es hacer. Las omisiones valen como actos e incluso las indecisiones pueden implicar tantos costos como las decisiones.
No les extrañe que abra esta nota con las palabras que usó alguien de cuyas ideología y política no soy precisamente simpatizante. Lenin nombró así su libro de hace casi exactamente 119 años. En realidad el líder bolchevique a su vez tampoco fue original, se había valido del título de la novela de Chernyshevski, publicada en 1863. Al contrario de lo que aquí hace falta, aquel no era un alegato para unir sino para dividir, otro motivo para que no me guste.
Pero resulta indiscutible que formulaba una interrogante de perenne validez. En ¿Qué hacer? el conductor de la revolución rusa rebate a los “economicistas” que planteaban una lucha centrada en reclamos por reivindicaciones en el plano de la economía y también a los “terroristas” quienes concebían la violencia como medio de agitación de masas. Su propuesta es la del trabajo largo y paciente de organización. Creo que más de uno debería tomar nota.
Desterrado, Lenin se valió de apoyo internacional. Para ir de Suiza a Rusia logró incluso el del Kaiser alemán entonces en guerra con su patria. Pero el éxito de su empresa no dependía de eso, sino principalmente de lo que sus compañeros estaban haciendo adentro. Sin peso interno no hay palanca internacional que valga.
Venezolanamente y en 2021, pasadas dos décadas de este -parafraseando a Weber- carnaval al que para hacer respetable se le pone el nombre de revolución, hay que empezar por los básicos ¿por qué y para qué? Votar o abstenerse, por referirme a lo inmediato y apremiante porque la fecha no la ponemos nosotros, tiene que ser un modo de responder oportuna y satisfactoriamente por qué y para qué lo hacemos, es decir, tener claro qué nos proponemos, cuán útil es a nuestro objetivo la decisión de hoy.
Preguntas y respuestas, para que sean útiles, deben ser sinceras. Me dirán que es una ingenuidad pedir sinceridad a políticos, pero es que no está la cosa para mentirijillas. Si no fuéramos capaces de valorar la gravedad del cuadro, tanto el actual como el potencial, poca esperanza habría de que el liderazgo opositor pueda incidir en los acontecimientos. Hacer que todo cambie para que todo siga como está, sencillamente no sirve.
Y no hace falta ser Lenin para plantearse «¿qué tengo que hacer?» porque un análisis tan descarnado como, en lo que haga falta, autocrítico debe dirigirse al pueblo descontento, esa mayoría de venezolanos que quiere cambio. Daddy Yankee, el rapero boricua en canción suya, de inmediato, explica lo que quiere averiguar: “¿Qué tengo que hacer pa’ que vuelvas conmigo?” porque “quizás fui yo el que te falló”. Sin perder de vista a Lenin, opto por priorizar a Daddy Yankee. Nacionalmente, ahí está la clave.