Aveledo: Merecida alegría
Tras una espera de casi treinta y ocho años, los fieles seguidores de los Tiburones de La Guaira disfrutan su campeonato de béisbol profesional venezolano. Es una alegría merecida que premia la consecuencia y muestra que el amor por una divisa deportiva que es espontáneo, gratuito e independiente de otras consideraciones que la pasión, alimenta la esperanza y en el fondo, abona la paciencia. La espera fue mucho más larga que la de los caraquistas que el año pasado interrumpieron un verano campeonil de una docena de años e incluso supera a los veintiocho años de virginal vigilia cardenalera, si los contamos desde el ingreso a la Liga Occidental en la 1962-63. En nuestra liga, sólo un equipo no lo ha logrado todavía. La franquicia de los Bravos que tampoco lo alcanzó como Pastora en Maracaibo o Acarigua-Araure, ni como Petroleros en Cabimas. Espero que no tarden en celebrarlo, lo mismo que su regreso a su sede margariteña en el parque de Guatamare en la isla por todos querida, como es natural.
Mi cariño, no es secreto, está con el Cardenales de Lara. Soy beisboleramente colorado, pues al Norte sigo a los Medias Rojas de Boston, pero confieso que tras el sabático sexenal por deberes ligueros, veo la pelota de otra manera, pues conozco y respeto la dedicación de propietarios y gerentes de todos los clubes, el profesionalismo de los peloteros y la apasionada lealtad de los fanáticos, no siempre racional, aunque en este deporte, esté aderezada de argumentos, estadísticas y datos históricos.
Además, hay otros nexos. Mi esposa, caraqueña que defendía su caraquismo original de un marido, tres hijos y amistades cardenaleras, hace unas décadas se pasó al guairismo y así se mantiene y celebra aunque sus dos nietos se alinean con los pajaritos. En La Guaira tengo amistades viejas, desde que papá fue juez en Maiquetía y aprendí a defender su autonomía. Entre mis afectos tiburones, uno de ellos mi inolvidable Teodoro Petkoff, destacan mis tres primos González Aveledo, hijos de un “cervercero” de raíz “royona”, pero llevados a esa barra por Luis Alfredo, el mayor de ellos que viene del Pampero.
Lo más importante es que la LVBP es una institución venezolana, reconocida, creíble, respetada. Que ese deporte solo decidido por la hazaña o la torpeza humanas, sigue reinando en nuestro corazón, sin monopolio, claro. Y que pasiones, frustraciones, enojos se nos pasan porque las reglas se cumplen y siempre vendrá otra temporada.