Aventuras e infortunios de un corresponsal en Cuba

Fernando-Garcia-ejemplar-ingenios-FG_CYMIMA20150406_0002_13Fernando García del Río fue corresponsal en Cuba del periódico español La Vanguardia (Barcelona), desde 2007 hasta su expulsión en 2011. Acaba de publicar un ensayo, La isla de los ingenios, donde cuenta las « aventuras e infortunios de un corresponsal en La Habana en las postrimerías de castrismo». Desde Madrid, donde sigue trabajando para La Vanguardia, el autor ha contestado a las preguntas de 14ymedio por correo electrónico.

Pregunta. ¿Por qué te expulsaron?

Respuesta. Es obvio que mi trabajo no gustó a las autoridades. No me concretaron los motivos con detalle. Un día de marzo de 2011, cuando yo estaba a punto de cumplir cuatro años como corresponsal, un funcionario del Centro de Prensa Internacional (CPI) me convocó a un encuentro, el sábado siguiente por la mañana. Hacía más de un año que ese órgano me tenía pendiente de la renovación de mi acreditación, un documento imprescindible para poder trabajar en la isla. Llevaba, además, unos meses sin recibir convocatorias ni comunicados del CPI. Y es que, como un miembro del mismo órgano me explicó con evidente choteo, en ese momento yo estaba en una fase que entre otras cosas implicaba someterme al «silencio de los correos».

El caso es que en aquel encuentro definitivo en la sede del Centro, en la Rampa, el funcionario encargado de comunicarme el desenlace de todo aquel proceso se sentó frente a mí y se limitó a leer lo que llevaba escrito en un papel. Era el artículo 46 del reglamento del CPI, según el cual la entidad puede retirar la acreditación de un corresponsal cuando considere que ha faltado a la ética o la objetividad, o bien haya realizado acciones «impropias» de su cometido. Pregunté de qué modo y en qué informaciones había incurrido yo en alguno de esos supuestos. El funcionario, en lugar de contestarme, volvió a desdoblar el papel y me repitió el contenido del artículo en cuestión. Sí respondió a mi pregunta de si tenía un plazo para irme: «A la mayor brevedad, en cuanto organices la mudada y vendas el carro», dijo.

«Muchas veces me pregunté qué texto o textos pudieron molestar tanto. ¿El que dediqué al notable descenso en el ritmo de afiliaciones al Partido Comunista?»

En el libro lo cuento con detenimiento, pero no sin recordar que el CPI expulsó a un montón de periodistas en circunstancias similares. De manera que el hecho no tenía nada de extraordinario, aunque su relato no deja de ser ilustrativo. Muchas veces me pregunté qué texto o textos pudieron molestar tanto. ¿El que dediqué al notable descenso en el ritmo de afiliaciones al Partido Comunista y a lo mucho que esa caída preocupaba a sus dirigentes? ¿O más bien fue aquel reportaje sobre las paupérrimas zafras de los años 2010 y 2011, titulado El azúcar amarga a Cuba?

P. Han pasado cuatro años desde tu expulsión: ¿Cuba sigue estando en tus ensoñaciones y en tus pesadillas?

R. Desde luego que sigue en mis pensamientos y en mi memoria. Predominan de largo los recuerdos gratos. Cuba es un país singular e inolvidable. Para empezar, allí el que viene de fuera puede sentirse como en una máquina del tiempo. O como dentro de una película de época –de los años cincuenta hacia atrás–, donde los elementos contemporáneos parecen errores de atrezo. Eso alimenta la ensoñación. Más allá de esa sensación imaginaria tal vez algo superficial, veo Cuba como un país con gente hambrienta de futuro que improvisa el presente minuto a minuto dentro de un sistema anclado en el pasado. Un país roto, en sentido material y figurado, pues rotos están muchos de sus edificios y sus calles pero también su economía, la comunicación con el exterior y las familias que quedaron separadas por un estrecho o un océano. Pero el cubano utiliza con maestría un arma infalible contra la ruptura de la esperanza, que es el ingenio.

El diccionario de la Real Academia da a ese término tres acepciones principales, además de la relativa a las fábricas de azúcar. Ingenio es la «facultad del hombre para discurrir o inventar con prontitud y facilidad»; es asimismo la «industria, maña y artificio de alguien para conseguir lo que desea», y es al mismo tiempo la «chispa o el talento para ver y mostrar rápidamente el aspecto gracioso de las cosas». Creo que es gracias al ingenio, en sus diferentes modalidades, que la mayoría de los cubanos consiguen salir adelante. Con ingenio para remendar lo roto y rellenar lo vacío; para frenar y despistar a la adversidad con humor y espíritu constructivo. De ahí el título del libro, claro.

P. ¿Cuán difícil fue ejercer el periodismo en La isla de los ingenios?

R. ¡Qué te voy a contar a ti! Por supuesto, las dificultades no son las mismas para un corresponsal extranjero en La Habana –al fin y al cabo, un tipo de paso por el país y con las espaldas cubiertas– que para un periodista cubano que lo pone todo en juego. Por lo tanto, vayan por delante todos mis respetos y mi sincera admiración para los colegas de la Isla que, contra viento y marea, tratan de hacer verdadero periodismo dentro del país. Dicho esto, en mi caso de corresponsal la principal y más obvia dificultad estaba en mantener un equilibrio aceptable entre el compromiso de veracidad con los lectores y el deseo de mantener la plaza; es decir, en relatar los hechos sin ocultar datos esenciales pero sin soliviantar demasiado a las autoridades del país.

«Como corresponsal, la principal dificultad estaba en mantener un equilibrio aceptable entre el compromiso de veracidad con los lectores y el deseo de mantener la plaza»

Por otro lado, en Cuba el material informativo es peculiar. Más que noticias, lo que te encuentras de entrada son propaganda y rumores. Pero más allá de lo que circula en los medios y se pone a disposición de uno, el campo es enorme. Al margen de las decisiones políticas, de los anuncios de relevancia y de los discursos oficiales con mayor o menor enjundia, Cuba me pareció desde el principio un país que merecía ser contado. Porque, como todo el mundo tiene que inventarse la vida cada mañana, a todos los cubanos les pasan cosas constantemente.

Así que las historias son infinitas, y casi siempre interesantes porque hablan del pan de cada día. No se trata de las «condiciones objetivas», de las cifras del bloqueo ni de otros aspectos del sempiterno conflicto con el enemigo; se trata de la realidad en crudo, que es a lo que debemos ir los periodistas en primer lugar. De la realidad con cara y ojos, aunque a veces haya que ocultar identidades para evitar problemas al personal. Y si además esa realidad te la cuentan con gracia… Por último, a veces el sistema te sirve en bandeja, de manera involuntaria, verdaderas joyas para la crónica cotidiana. Me refiero a esos informes que a menudo publican Granma o Juventud Rebelde con finalidades de reconvención y escarmiento pero que para un medio extranjero son como diamantes en bruto.

Recuerdo el descubrimiento de una «urbanización» de 350 viviendas hechas con raíles y traviesas en un barrio costero llamado La Panchita. Los vecinos, acuciados por la grave carencia de viviendas que se padece en toda la Isla, se llevaron por delante 25 kilómetros de vía férrea para conseguir los materiales de obra que precisaban para construir sus casas. El Gobierno difundió el hallazgo con gran escándalo e indignación, y con el anuncio de medidas disciplinarias. Había que mostrar que en Cuba quien la hace la paga. Mientras, lo que a mí me estaban dando era una excelente materia prima para un reportaje sobre esa carencia habitacional y sobre el robo de materiales como recurso para paliar necesidades básicas.

P. Ingenio, creatividad, «resolver», «buscar por la izquierda», «inventar»… muchas diferentes maneras de llamar a los malabarismos de sobrevivencia que debemos hacer cada día. ¿Alguno de ellos te causó un impacto imborrable?

R. En mi libro dedico un capítulo a la «resurrección de la chatarra». Ahí relato el descubrimiento por mi parte de lo que para los cubanos creo que es todo un clásico. Me refiero a la utilización de la lavadora rusa Aurika 70 para finalidades que no tienen nada que ver con la suya original. Lo descubrí en una casa particular de Viñales. El dueño –nos dijo su esposa– no podía salir a recibirnos porque estaba en una «sesión de hidromasaje».

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AURIKA 70

Pasamos a verle al patio de la casa y el tipo tenía la mano metida en la lavadora. Nos explicó como si tal cosa que así se lo había recetado el médico: debía introducir ahí durante veinte minutos al día, creo que en el programa de prelavado, la muñeca que tenía lesionada. Luego el hombre nos mostró el ventilador que había fabricado con el motor de la secadora. Más tarde supe que se trataba de prácticas más o menos habituales, con ese y otros aparatos distribuidos por el Estado, y que su extensión incluso había desencadenado un cierto debate nacional por supuesto despilfarro de energía.

«Los arquitectos de La Habana Vieja dicen de los edificios en semi-ruina que son inmuebles ‘en estática milagrosa’. La imagen vale para describir la vida de la mayoría de los cubanos»

Me contaron que la propia Aurika era también una estupenda trituradora de tomate. Supe de la jarra eléctrica convertible en calentador de la ducha, del rikimbili y qué sé yo de cuántos inventos más. Pero no sólo me causaron admiración las habilidades del cubano a la hora de confeccionar utensilios a partir de casi cualquier objeto; tanto o más que eso me admiró vuestra infinita capacidad como fabricantes de metáforas. Me quedo con la expresión creada por los arquitectos de La Habana Vieja para clasificar los edificios en ruina o semi-ruina que siguen en pie, año tras año, en aparente desafío a las leyes físicas: son inmuebles, dicen ellos, «en estática milagrosa». Además de ser una definición poética y graciosa, la imagen vale para describir la vida de la mayoría de los cubanos. Es genial, en todo caso.

P. El 17 de diciembre pasado se anunció el restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos ¿Era previsible algo así en los años en que vivías en La Habana?

R. No, no lo imaginaba. Algunos funcionarios y académicos estadounidenses bien contactados con la Casa Banca apuntaban entonces que Obama podría dar importantes pasos de acercamiento a La Habana en su segundo mandato, es decir, ahora. Pero ni yo, ni los periodistas y diplomáticos europeos que conozco pensábamos en un acuerdo de tal calado después de 54 años de ruptura. Supongo que el proceso hacia una plena normalización será lento y no estará exento de sobresaltos. Ojalá los interesados en frenarlo fracasen esta vez.

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