Azorín, el cronista inmortal de todas las crisis de España
Como Camba, fue un anarquista que terminó en ABC, y que se convirtió por méritos propios en una de las figuras centrales de la cultura española. Hoy cumpliría 150 años
Periodista, crítico literario y cinematográfico, dramaturgo, novelista, historiador de la cultura, agitador anarquista, político, diputado, liberal-reformista, conservador, testigo y cronista de acontecimiento esenciales para España y Europa, José Martínez Ruiz (Monóvar, 8 junio 1873; Madrid, 2 marzo 1967), Azorín, ocupa un puesto central en la historia del periodismo y la cultura españolas.
Nacido en Monóvar (Alicante), educado entre Yecla (Murcia) y Valencia, el joven Azorín creció en el seno de una familia acomodada, liberal-conservadora, pero se inició al periodismo, la cultura y la política como agitador anarquista, cuando estudiaba Derecho en la capital valenciana.
Sus primeros libros, ‘Anarquistas literarios’ y ‘Notas sociales’ (1895), resumen con precisión las apasionadas ideas estéticas y políticas de un joven alicantino-murciano que había cursado sus primeros estudios en un colegio de jesuitas de muy estricta observancia. El joven Azorín defendía una visión libertaria de la literatura, aplaudiendo con entusiasmo el ideario de uno de los patriarcas canónicos del pensamiento anarquista, Piotr Kropotkin. Al mismo tiempo, el joven estudiante de bachillerato debutó como crítico teatral con muchas aspiraciones «subversivas».
Terminados sus estudios universitarios, mal que bien, Azorín emigra a Madrid donde comienza a escribir en un periódico que algo tenía de agitador, ‘El Progreso’, propiedad de Alejandro Lerroux. Pero inició muy pronto su giro del anarquismo literario al conservadurismo político y periodístico. Comenzaba una nueva carrera. Como enviado especial de ABC a París, cubrió la visita oficial de Alfonso XIII, a finales de mayo y primeros de junio de 1905.
Fue su primer gran momento de gloria. Y una fecha histórica, para el periodismo y la política española, europea. El 31 de mayo de aquel año, el Rey de España fue víctima de un fallido atentado terrorista, el primer intento de magnicidio de nuestra historia contemporánea. Un año antes del atentado de Mateo Morral contra Alfonso XIII y su esposa, el día de su matrimonio, en Madrid. Azorín cubrió aquel acontecimiento con varias crónicas. Las primeras crónicas periodísticas transmitidas a través de teléfono-telégrafo de la historia del periodismo español. Tras esa primicia excepcional, Azorín regresó a Madrid instalado en el pedestal de los grandes maestros, cuya obra periodística continuó creciendo a paso de carga.
El 10 de febrero de 1913, Azorín publicó en ABC su legendaria presentación de la Generación de 1898. Fecha bisagra en la historia de la cultura literaria española. Ese trabajo periodístico ilumina la gran transición literaria que se iniciaba con el fin de siglo, abriendo las puertas de la modernidad definitiva.
Pocos años más tarde, en 1918, Azorín volvió a París como enviado especial de ABC, para cubrir durante varios meses esenciales la Primera Guerra Mundial, instalado en un gran hotel, el Majestic, que había sido el Palacio de Castilla donde Isabel II recibió a Galdós y transmitió la Corona del Reino a su hijo. Ese trabajo como enviado especial se transformó más tarde en un libro de referencia, ‘París bombardeado’: pieza canónica en la historia del periodismo español, pequeña obra maestra que anuncia una transición de la prosa literaria.
Esa «obra de circunstancias», de la más alta escuela, es una de las matrices del periodismo español moderno, posterior a Larra y el periodismo decimonónico, y coincidió con una consagración literaria y política.
‘La voluntad’ (1902), el primero de los grandes monumentos novelescos azorinianos, se publicó el mismo año que ‘Camino de perfección’ de Baroja, ‘Amor y pedagogía’ de Unamuno y ‘Sonata de otoño’ de Valle-Inclán. Obras maestras, pilares del canon contemporáneo.
Entre 1898 y 1936, dos fechas capitales en la historia de España, Azorín compaginó el periodismo de más altos vuelos, quizá nunca superado, desde entonces, con la escritura de novelas, ensayos, mucha crítica literaria y social, sin olvidar sus incursiones en la política, como diputado liberal-conservador y como subsecretario de Instrucción Pública, su consagración con la entrada en la Real Academia Española (1924), y su defensa de una República federal, en los antípodas de todos los conservadurismos.
A caballo entre el periodismo, la crónica literaria y social, Azorín es uno de los más grandes cronistas de todas las crisis de España, a la luz de nuestra historia y cultura.
Don Quijote
La ‘Ruta de Don Quijote’ (1905) recorre los polvorientos caminos manchegos del héroe cervantino. La reflexión sobre Cervantes y los clásicos se confunde con la actualidad de una Mancha, entre Castilla y el Levante azoriniano, a la luz de una purísima indagación sobre las identidades españolas. En ‘Castilla’ (1912) se confunden la contemplación del paisaje, los clásicos castellanos y las crisis de la España finisecular. ‘La Andalucía trágica’ y ‘Los pueblos’ (1914) son otros modelos canónicos del periodismo azoriniano: el viajero pacífico y tranquilo camina, observa, fotografía literariamente, con precisión de reportero gráfico y entomólogo… con resultados tan excepcionales que su prosa se transforma en pacífica y poética arma de combate.
Ese trabajo de calle, de viajero observador por buena parte de España, coincide con la escritura de novelas que también son retratos íntimos del artista, el periodista, el viajero, a solas consigo mismo, ante las distintas realidades españolas.
‘Las confesiones de un pequeño filósofo’ (1904) es un relato autobiográfico: con la madurez comienza reflexionando sobre su propia intimidad creadora. ‘Don Juan’ (1922) y ‘Doña Inés’ (1925) retoman mitos esenciales, a la luz de los problemas del hombre contemporáneo. ‘Superrealismo’ (1929) y ‘Pueblo’ (1930) son novelas vanguardistas. En treinta años cortos, entre ‘La voluntad’ y ‘Pueblo’, Azorín revoluciona el arte de escribir novelas en castellano, teniendo como compadres a sus colegas del 98 presentados en ABC.
Ese trabajo, colosal, todavía le dejaba tiempo para escribir un teatro quizá nunca representado en los escenarios, para desdicha de nuestra cultura teatral. El activismo político conservador y el periodismo más imprevisible tenían algo de maldito, incluso cuando Azorín está consagrado como gloria nacional, víctima de incontables incomprensiones.
En ABC, Azorín presentó con entusiasmo y simpatía a Enric Prat de la Riba, presidente de la Mancomunidad de Cataluña, haciendo un elogio expreso de sus ideas nacionales. Azorín defendió la entrada en la Real Academia Española de Rosalía de Castro. Con un éxito sencillamente nulo. El enviado especial de un periódico monárquico y conservador, respetuoso con Antonio Maura y crítico con la dictadura de Primo de Rivera, nunca ocultó los ideales federalistas de su juventud. El académico más respetable siempre defendió con vigor el voto femenino y la integración de la mujer en la vida social, política, cultural.
Esas contradicciones estallaron de manera espectacular a finales de 1930, en vísperas de la Segunda República (abril 1931). Ante ese acontecimiento histórico, Azorín se proclamó republicano federal y gran admirador de Pi y Maragall, el patriarca fundador de una síntesis entre Proudhon y el socialismo libertario, proponiendo una España federal. Como Ortega, Unamuno, Marañón, Pérez de Ayala, entre otros, Azorín también formó parte de la Alianza de intelectuales defensores de la República. Incluso llegó a soñar con volver a la política, formando parte de una candidatura alicantina de izquierdas. Esos entusiasmos republicanos duraron dos años muy cortos.
Del anarquismo a ABC
Como Julio Camba, gran maestro de periodistas, que del anarquismo pasó al ABC, Azorín denunció muy pronto las derivas autoritarias de algunos gobernantes republicanos, como Alcalá-Zamora. Pudo sentir una relativa simpatía hacia Azaña, antes de afirmar un desencanto profundo hacia unos gobernantes republicanos que, a su modo de ver, apenas tardaron dos años en abandonarse y abandonar a España al desorden, las injusticias, las bajezas cainitas. Azorín siguió defendiendo el ideal republicano, para alejarse de la práctica republicana hacia 1933 o 1934, temiendo una ensangrentada catástrofe dramática que no tardaría en llegar, precipitadamente.
Con el estallido de la Guerra Civil, Azorín decidió tomar, con su esposa, Julia Guinda Urzanqui, el camino del exilio, el destierro, en París. Desde la capital francesa, siguió siempre fiel a su manera de vivir y trabajar. Paseante solitario, cronista melancólico, alicantino-murciano nostálgico de los perfumes de su tierra. Durante tres años, el maestro definitivamente escéptico y triste, escribió y recogió materiales para otros grandes libros, sobre París, sobre los españoles, sobre la actualidad intacta de los clásicos españoles.
En la inmediata posguerra, Ramón Serrano Suñer facilitó e hizo posible la vuelta de Azorín a Madrid. El franquismo utilizó publicitariamente ese retorno. Cansado, escéptico, siempre solo, radicalmente solo, en su piso de la madrileña calle de Zorrilla, Azorín siguió escribiendo. La crítica cinematográfica de la época lo consagró como un patriarca. Sus colaboraciones en ABC tomaron el tono de recuerdos otoñales.
Entre 1943, el año de sus primeras ‘Memorias’, y 1967, el año de su muerte y de ‘Crítica de años cercanos’, Azorín todavía publicó otros treinta libros cortos. Los clásicos, París, Madrid, el cine, el teatro, Cervantes, Montaigne, siguieron siendo sus temas de trabajo. Hacía muchos años que había entrado en la tierra celeste de la inmortalidad, desde donde su obra sigue iluminando nuestra historia y cultura. Amén.