Azúa: El futuro del pasado
«El ensayo de Martin Aurell, ‘Diez ideas falsas sobre la Edad Media’, es un intento de devolver su fuerza y su atractivo a mil años de malentendidos y falsedades»
Los mármoles de lord Elgin en el ‘British Museum’. | Keystone Pictures USA (Zuma Press)
En una visita al Museo Británico de Londres hace ya muchos años, quizás veinte o doscientos, me llamó la atención (y escribí sobre esa sorpresa), que la gente había ido abandonando paulatinamente, año tras año, las salas dedicadas a las artes de la Grecia clásica, y se estaba trasladando a la zona egipcia con sus momias y papiros.
Aquel año recuerdo perfectamente mi estupefacción al poder visitar en solitario los colosales mármoles de lord Elgin, salvados de la destrucción y el latrocinio del Partenón ateniense. Era la primera vez que, siendo verano, no había ni un solo turista, aunque tampoco vi esa figura estupenda del profesor universitario con pelambrera de coliflor, gafas de pasta, gorra a cuadros y cuadernito de notas.
Para mí, aquel fue el primer anuncio de que la juventud, y no sólo ella, comenzaba a abandonar el territorio de la razón (el logos, lo llamaban los del mármol) en favor de los encantamientos y misterios del inframundo (el mythos). Comenzaba su labor de carcoma el nuevo espíritu de Occidente, cada vez más inclinado al espectáculo y el sentimiento, y cada vez más aburrido de la verdad y la justicia.
Algo similar ocurrió poco después con una corriente de gran fuerza, la de los medievalistas franceses, que comenzaron a escribir excelentes trabajos en favor de una Edad Media que había sido calumniada y oscurecida particularmente por la Ilustración, así como por sus secuelas revolucionarias, las de aquellos sans culotte que se parapetaban tras un nuevo ídolo al que llamaban «Diosa Razón», aunque por supuesto era muy poco razonable y muy sanguinaria, una deidad caníbal y algo babilónica.
Fue sumamente interesante que el Romanticismo, en especial el alemán, inventara un renacimiento medieval, pero ya en su forma espectacular, sentimental y francamente quimérica. Es el momento del neogótico, sobre el que estoy tratando de escribir un ensayito. Con el gothic revival se estaba abriendo un mundo que, como el egipcio, buscaba las emociones, los sentimientos, los espectáculos, los misterios, el escalofrío, las ruinas y los claros de luna sobre cementerios, que anunciaban la llamada fabrica de los sueños, es decir, el Hollywood del siglo XX, muy bien servido por Puccini y Mahler.
«Un campesino medieval conocía los astros, las estaciones, el calendario eclesiástico y mil asuntos más. El mísero actual no sabe nada»
Todo lo cual me ha venido a la memoria leyendo un tratadito de Martin Aurell, catedrático de la Universidad de Poitiers, cuyo título lo resume a la perfección: Diez ideas falsas sobre la Edad Media (Taurus). Y eso es lo que es, un intento de negar algunas de las calumnias que los ilustrados lanzaron contra el medioevo y fueron aceptadas con entusiasmo por todas las universidades del mundo.
Algunas de ellas son, por ejemplo, que la Edad Media rebajaba y esclavizaba a las mujeres, que era racista y xenófoba, que era analfabeta e inculta, que fue una época violenta y carnicera, y así hasta diez. Algunas de las reivindicaciones son más convincentes que otras por una razón muy simple: apenas tenemos documentación que no sea la de las clases acomodadas, la nobleza y el clero. No sabemos, ni sabremos nunca, lo que de verdad interesaba, gozaba o sufría la inmensa mayoría de la población cuando esta era en un 99% campesina y en un 100% analfabeta. Así, por ejemplo, ¿amaban y cuidaban de sus hijos? ¿O eran estos un mero utensilio laboral, como afirmaba Philippe Ariès?
Sin embargo, el ensayo acierta en alguna de sus argumentaciones, como que no hay tanta diferencia entre la actual explotación de mujeres y clases desposeídas y la de la Edad Media, si tenemos en cuenta la actualidad de la globalización. O que la ignorancia y el analfabetismo de nuestros días es mucho más extenso y destructivo que el de entonces. Un campesino medieval conocía los astros, las estaciones, el calendario eclesiástico, las distintas maderas, las diferencias del ganado y mil asuntos más. El mísero actual no sabe nada y malvive en la oscuridad más absoluta.
En todo caso, es de nuevo un intento de devolver su fuerza y su atractivo a unos siglos (del VI al XV) que suman mil años de malentendidos y falsedades. Un proceso de limpieza y desvelamiento que por lo menos yo recibo con auténtico gozo.