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Azúa – Madre: ¡sólo hay una!

«Todavía hay en este país una izquierda pueril que mantiene el odio a España y al ejército, como hace un siglo. En realidad, se odian a sí mismos»

Madre: ¡sólo hay una!

Ilustración de Alejandra Svriz.

 

Hoy es el día de la Hispanidad. Dentro de pocos años, si seguimos así, habrá una generación que no sepa ni el sentido de la palabra «hispanidad». Será el resultado de soportar durante una década un Gobierno que no es exactamente español, o bien es español en un sentido raro, diferente y reaccionario. La España que se dispone a poner en marcha el marido de Begoña está dividida, de momento, en tres feudos: Vasconia, Cataluña y un tercero que aún está por decidir.

No ha sido España, en los últimos dos siglos, muy del agrado de los españoles, o de algunos españoles. A muchos, lo confieso, nos daba vergüenza decir que lo éramos cuando estábamos en Francia o en Inglaterra, pero en aquellos años setenta del siglo pasado aún podía comprenderse. La España de Franco era ridícula, además de tiránica y opresora. Los españoles, o algunos de ellos, nos abochornaba ser españoles. El milagro que consiguió la Transición es justamente ese: que muchos hemos recuperado a nuestra nación.

No así el Gobierno, que sigue en su tradicionalismo, aferrado al pasado y manteniendo todos los horrores que llevaron a detestar a este país. Sea un ejemplo. ¿Beneficios forales? ¿Y por qué? ¿Cuál es la razón por la que se deben mantener unos privilegios aristocráticos o feudales a un montón de españoles subvencionados que viven en las provincias vascas y catalanas, por contrariedades y prejuicios de hace siglos? Ese fue uno de los agujeros más negros de la Transición. Y el primer paso que deberá dar un gobierno realmente democrático y europeo será eliminar las diferencias entre españoles. Es decir, modificar el título octavo de la Constitución.

Si el Gobierno del marido de Begoña fuera realmente español habría respondido de otro modo a la escena de caricatura que puso en marcha el impresentable expresidente de Méjico, que no se llama Tlatelolco, sino López. Porque hora es ya de acabar con el lugar común de «la conquista», al que los más reaccionarios añaden «el genocidio». ¿Pero qué conquista ni qué niño muerto? No sólo fue una fundación y un híbrido de civilizaciones, sino que el ejemplo más inmediato de «conquista y genocidio» está en el norte: el exterminio de los indígenas, querido y ejecutado por las autoridades coloniales, o la carnicería congoleña de Bélgica. Pero, evidentemente, los que se llaman «de izquierdas» y son más reaccionarios que la derecha, no dijeron ni pío al oír disparatar a López y a su heredera. Estos analfabetos no saben que Méjico no existía hasta que lo fundó Cortés.

«Los golpistas salieron hasta por las ventanas, como ratas. Y a partir de entonces el ejército es otro protector de la democracia»

Yo vivo en un piso alto y desde el tejado veo pasar cada año los aviones y aeronaves del ejército, en tal día como hoy. Abajo, en la avenida de la Castellana, forman durante horas los escuadrones y la maquinaria que luego desfilará. A veces suena la música. Es una ceremonia digna y ejemplar. El ejército fue durante muchos años un colaborador de la tiranía, pero eso no sólo desapareció, sino que fue enmendado cuando uno de los últimos franquistas armados intentó un golpe de Estado de película de Alfredo Landa, y el jefe del ejército, es decir, el Rey, lo mandó a la porra. Los golpistas salieron hasta por las ventanas, como ratas. Y a partir de entonces el ejército es otro protector de la democracia.

Sé lo difícil que resulta eliminar de nuestra imaginación los cromos de la infancia. Todavía hay en este país una izquierda pueril que mantiene el odio a España y al ejército, como hace un siglo. En realidad, se odian a sí mismos o quieren cobrarse venganza de algo que les sucedió en la infancia o en la juventud. Y los demás sólo les hemos de dedicar un respetuoso desprecio. Aunque a veces se nos escape la risa.

 

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