Azúa: Una y otra vez
«Mientras haya tanto progre por aquella parte reprimiendo a todos los que no bailan su sardana, nada puede mejorar en la vida de quienes allí sobreviven»
El tema de la semana ha sido, es y será, el gobierno de Cataluña. No merece la pena insistir. Mientras haya tanto progre por aquella parte reprimiendo a todos los que no bailan su sardana, nada puede mejorar en la vida de quienes allí sobreviven. Y a la vista de los mapas de distribución del voto, lo que tantas veces hemos venido repitiendo, se repite. La separación entre Barcelona-Tarragona (Tabarnia, para los entendidos) y el agro (que incluye a Gerona, naturalmente), es cada vez mayor. En Cataluña, cuanto más rural eres, más progre votas, o sea, más carlista.
Tampoco hay que pensar que los progres de Barcelona se hayan moderado mucho, siguen siendo tan nacionalistas como los rurales, pero tienen una pátina de civilización y disimulo mayor. No es que Illa piense muy distinto de Junqueras, es que esconde las uñas con una manicura más cara. Ambos, sin embargo, quieren expulsar de Cataluña a los que ellos llaman «españoles», es decir, a todos aquellos que les estorban para ganar más dinero, subirse a una cátedra, una prebenda, un enchufe, una comisión, una institución, lo que sea con tal de no tener competencia «española».
¿Cómo van a cambiar si los progres de Barcelona tienen por jefe o caudillo al Farsante de la Moncloa? Ese al que el ministro de Transportes (¡cómo han degenerado los ministros!) llama con excelente acento vallisoletano «el puto amo». Este refinado personaje tiene a medio país paralizado por una red ferroviaria que se cae a pedazos y una organización de los transportes cada vez más competitiva con la de Gambia. Pero lo cierto es que su función no es conseguir que los ciudadanos lleguen a sus destinos, sino que blasfemen contra la familia del ministro paralizados en todas las estaciones y vías de Madrid, Barcelona y demás lugares a los que no se puede llegar en coche oficial.
Dicho de un modo resumido, mientras el Gobierno de España esté en manos de ese ganado, no importa un pimiento lo que voten los catalanes. Todo va a seguir igual hasta la catástrofe definitiva. Y aún entonces habrá votantes que seguirán creyendo, con la fe del carbonero, en el Partido Socialista Obrero Español, aunque ya cada una de las siglas sea tan falsa como todas las declaraciones, convicciones y promesas de su caudillo. Ni socialista, que es populista; ni obrero, que es burocrático; ni español, que es confederal.
«Por favor, que no haya día sin listas de nuevos millonarios creados por el progresismo»
El dinero que nos está costando mantener a esa tropa de mercenarios es tan descomunal que me parece inaudito que no aparezcan cada día bandos informativos de la oposición. Por favor, que no haya día sin listas de nuevos millonarios creados por el progresismo. Posesiones y rentas de los mismos. Estado de sus cuentas con Hacienda. Patrimonio antes de entrar en el progresismo y después. En fin, una buena radiografía de las razones pertinentes de su progresía.
Los trabajos de la ciudadanía española se van pareciendo cada vez más a los de Sísifo. Les suben un poquito el sueldo, pero también los alquileres. Les aumentan un poquito la pensión, pero también el precio de los alimentos indispensables. Atraen montañas de turistas, pero les expulsan de sus ciudades, pueblos y playas, para dárselos a los visitantes. Y así sucesivamente. El Gobierno de España no es el de los trabajos de Sísifo, sino los de Sisifón. Y permitan ustedes que acabe citando a Sartre (cuando todavía era un ser racional) a la vista de lo que está proponiendo ese puñado de rectores de las universidad españolas: «El antisemitismo es el socialismo de los imbéciles».