Política

Babel en el Senado

La aplicación del plurilingüismo en la Cámara Alta, un peldaño más en la escalera que lleva a su extensión a todas las instituciones del Estado

A primera vista puede parecer que esta propuesta de reforma es neutral, incluso se defenderá como una medida coherente con el pluralismo lingüístico de España, pero no es así. La experiencia con los nacionalismos y su política lingüística no permite ingenuidades. El problema es que no solo los nacionalistas vascos y catalanes están utilizando la cooficialidad como una herramienta para socavar el uso del castellano. Los socialistas de las Islas Baleares se han puesto a la cabeza de la inmersión forzosa de sus ciudadanos en el catalán, aun a riesgo de tener problemas en el sistema sanitario para cubrir vacantes creadas por la política de exclusión de los que no sean catalanoparlantes.

El camino que marcan los nacionalistas es el de la plurinacionalidad. Lo dicen los promotores de la reforma del Reglamento del Senado. No hay que interpretar sus intenciones, basta con leer lo que escriben. La aplicación del plurilingüismo en el Senado es un peldaño más en la escalera que lleva a su extensión a todas las instituciones del Estado. Para los nacionalistas nunca es suficiente; tampoco para esa izquierda que quiere desfigurar la identidad nacional de España porque la considera una herencia del franquismo. Que el PSOE se sume a esta estrategia de división social es dramático, aunque no es una novedad. La diversidad de lenguas es, por supuesto, un patrimonio social y cultural -también un castigo divino, como en Babel-, y puede serlo también político si no se emplea como un factor de ruptura ciudadana. Y esto es lo que está pasando allí donde la lengua cooficial abona el discurso del nacionalismo y de la separación del tronco común que une a los españoles. La existencia de un idioma oficial es imprescindible para la existencia misma de una ciudadanía política basada en la igualdad. Los nacionalismos abanderan la diversidad lingüística como fuente de identidad separada porque su discurso sigue anclado en el Antiguo Régimen de fueros, jurisdicciones especiales y comunidades nacionales. Todo esto es lo que, supuestamente, desterró el ideal ilustrado, del que los socialistas se ufanan tanto en declararse herederos y al que renuncian para seguir comprando el voto nacionalista.

Además, resulta hiriente este comercio de principios que se trae el PSOE con los nacionalistas cuando el castellano está sufriendo agresiones en la función pública y los sistemas educativos de algunas comunidades, o por socialistas con pulsiones pancatalanistas, como Francina Armengol. Lo peor de esta situación es que no se advierte en el PSOE ninguna voz discrepante capaz de reconocer la incompatibilidad entre esta cooperación contra natura con el nacionalismo y aquel igualitarismo que los socialistas decían que estaba en su raíz fundacional. El gran aliado del nacionalismo reaccionario es el PSOE.

 

 

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