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Bada: El latín también se actualiza

La actualización del diccionario italiano-latín que se puede consultar en la página web del Vaticano puede "provocar continuas carcajadas", pues en los 15 000 neologismos traducidos "parecen haber colaborado grandes humoristas".

¿Saben cómo se llama el basket en latín? ¿No? Pues se llama follis canistrique ludus, se los juro, y best seller se dice liber máximus divénditus, los blue jeans son bracae línteae caerúleae,  y en fin, la minifalda es una tunícula mínima. Para que vean que el latín también se aggiorna.

Así las cosas, como una azafata puede ser una de esas sonrientes señoritas que guían al público en los eventos públicos, y también la que atiende a los pasajeros de un avión, si la primera fuese vestida con hot pants, sería una vectorum adiutrix cum brevíssimae bracae femíneae, mientras que si la segunda lo es a bordo de un jumbo, será una aeria ministratrix in capacíssima aerinavis, donde corre escaso riesgo de encontrarse a un miles decíduus cum parvum subligáculum, es decir: un paracaidista vestido sólo con un slip, aunque puede que sí munido de su umbrella descensória, o sea, de su paracaídas.

Se preguntarán a qué se deben mis conocimientos de este latín que más que aggiornado casi parece uptodatezado. Y les contesto que ello tiene que ver, fundamentalmente, con el hecho de que la Iglesia Católica — ¡ojo!, ella como tal, no la fe católica, tan respetable como cualquier otra— siempre me ha parecido una institución muy divertida, sobre todo ahora que carece de poder para quemar brujas y herejes. Por eso, desde hace algún tiempo, me he convertido en un asiduo del dominio web del Vaticano, y es ahí donde encontré el diccionario de italiano-latín que me provoca continuas carcajadas. Y como soy muy solidario, deseo compartir mi regocijo.

 

Basílica de San Pedro en Ciudad del Vaticano.
Basílica de San Pedro en Ciudad del Vaticano.

 

Antes de seguir adelante será bueno y conveniente decirles que la iniciativa de aggiornar el latín se debió al Papa emérito, el Papa Ratzinger, y reconozcamos de entrada que lo de poner al día el latín es lógico, si como, según parece, el papa Ratzinger quería dar marcha atrás en la rueda de la Historia, al menos en la de su Iglesia. Ese papa era inteligente y sabía que la tal rueda también tiene marcha atrás, pero el idioma no. El idioma y el tiempo son las dos únicas entidades indómitamente independientes y totalmente autárquicas: para nada dependen de nosotros, antes al contrario. Conque si el papa quería que su Iglesia volviese al ayer, también sabía que tendría que hacerlo con un idioma puesto al día.

[Imagino que    un problema semejante es el que enfrentaron los gramáticos vascos cuando se pusieron a la tarea de aggiornar el euskera. Y aquí hago un inciso para contar mi modesto aporte a la lengua vasca, uno de los pocos orgullos que me llevaré a la tumba. Y no se crean que estoy intentándoles colar algún cuento de hadasa pesar de cómo lo iniciaré.

Érase una vez, poco después de muerto el inferiocre dictador, que me encontré en Oberhausen con los delegados de Bilbao al Festival internacional de Cortometraje de aquella ciudad alemana. Un festival harto célebre porque de él salieron líneas maestras del cine documental, aquende y allende los sedicentes telones de acero, de bambú y hasta de las telarañas (que era el que aislaba a la España franquista del mundo civilizado).

Y hay una ley ineluctable de los festivales internacionales, la de que en todos y cada uno de ellos se producen tantas corrientes centrífugas como nacionalidades estén representadas: todas y cada una de ellas organizan su grupito en menos que ríe un loco, montan carpa aparte, y viven felices y comen perdices en sus respectivos guetos.

La única excepción es, posiblemente, aquella configurada por quienes hablamos el idioma de Cervorgeslos que chamuyan castilla se arraciman por encima de las fronteras, las banderas y los indeglutibles textos de sus respectivos himnos. Pues bien, los bilbaínos de que les hablo eran representantes de un festival homólogo al de Oberhausen en su ciudad, y enseguida se estableció entre nosotros una buena relación. Que estuvo a punto de irse a pique cuando me entregaron el material informativo de su evento, donde el texto figuraba, por primera vez en su historia, no sólo en castellano, inglés y francés, sino también en euskera. Y al echar una ojeada a esa impenetrable página logré descifrar un término y me eché a reír, provocando el desconcierto y la suspicacia de mis amigos vascos. Y es que ya saben ustedes lo que pasa con estos idiomas que han sobrevivido demasiado tiempo en zonas rurales y han llegado tarde a la revolución industrial: que toman las palabras modernas directa o casi directamente del idioma prevalente en la sociedad que los circunda. Así había sucedido también en el festival bilbaíno con el término «cortometraje». Como a «metraje» no hubo manera de euskaldunizarlo, el rebautizo le correspondió al adjetivo «corto», que en euskara es «labur»; y una vez rebautizado se lo pudo casar con el pagano «metraje», pero eso sí, con cambio de desinencia, y el resultado era… «metrajelaburra».

Hombre como soy que viene de las tierras de Platero, cualquiera que me conozca sabrá que mi primera reacción fue preguntarles a los apabullados bilbaínos si efectivamente habían traído la burra. Al principio no entendían, pero cuando cayeron en la cuenta empezaron a mirarme con muchísima bronca, cosa que, claro está, redobló mi hilaridad. Y así un día y otro, y al siguiente festival y al que le siguió, exactamente igual. Siempre que me los encontraba, y bien saben los dioses que se daban harta maña en esquivarme, les preguntaba si habían traído la burra. Pero los idiomas evolucionan, vaya que sí.

El euskera, metido de hoz y de coz en el siglo XX, no se quedó atrás. Y un día vi venir hacia mí, en ese mismo Festival de Oberhausen, a esos mismos queridos amigos bilbaínos que me habían huido como al diablo durante tres años. Muy sonrientes me hicieron entrega de la carpeta con el fólder para la nueva edición del suyo, y en ella, en euskera, el cortometraje ya se llamaba «laburmetraia». Pueden creérmelo, me siento muy contento de éste que llamo mi modesto aporte al idioma vascoestoy completamente seguro de que a no ser por mi insistencia en ridiculizar el término «metrajelaburra», esa burra, de Balaam o de quien fuese, no se habría ido nunca a pastar en las vastas praderas del desuso.

Y aquí cierro el inciso].

 

Latín
Inscripción en Latín.

 

Lo que quizás resulte chocante es el tipo de criterios a emplear en la actualización idiomática de una lengua muerta.

Hay palabras donde funciona el recurso de echar mano a la toponimia: Un hidalgo pasa a ser un nóbilis Hispanus; una lady una Ánglica múlier conspícua; una mazurca la saltátio Polónica; un poncho el páenula Americana; el [o la] vodka una válida pótio Slávica; y un safari una venátio  Africana. También es archinatural que el agua de Colonia se convierta en odoramentum Coloniense.

Pero ¿qué sucede con los objetos y actividades que en los gloriosos tiempos del latín ni siquiera podían imaginarse, como todos los reseñados al iniciar estas disgresiones? Tal parece que la solución no fuese sino el descriptivismo macarrónico, y así lo demuestran inequívocamente el bidet, ovata pelvis; el magnetófono, máchina echóica; el claxon, sonorus autocineti index; el jeep, autocinetum locis iniquis aptum; los cheques de viajero, mandatum nummárium periegéticum; o el venerable tren, hamaxóstichus, con su currus dormitórius (obviamente coche–camas) y su currus cenatorius (obviamente coche–restaurante), eso para no hablar del dactilógrafo, machínulae scriptóriae peritus; del publicista, scriptorum vulgator; del barman, tabernae potóriae minister; del kamikaze, voluntárius sui interemptor; del sicólogo, humani ánimi investigator; y del volatinero en ala Delta, aerinavis velíferae gubernator.

Otro problema no desdeñable es el derivado de la evolución semántica de ciertos términos, de tal manera que a quienes nos relamemos degustando pasteles, pizzas y la torta de Santiago, el postre favorito —entre otros— de Álvaro Mutis, se nos haría muy cuesta arriba imaginarlos, y no digamos ya deglutirlos, en sus respectivas formas neolatinas de placenta farta (tarta), placenta compressa (pizza) y pomorum placenta (strudel de manzana). «¿Un poquito más de placenta, señor?» «No, gracias», denegaríamos, con la sonrisa torcida.

Luego, en materia política, sí, el apartheid como segregátio nigritarum no está mal descrito, pero reducir el gulag a un simple campus captivis custodiendis viene a ser algo así como darle una bofetada sin mano a todas las víctimas del régimen que lo inventó. En tanto que oír definir al putsch como una subitánea rerum convérsio, tendría que sonarle como música celestial a Pinochet y a un par de felones de su calaña.

Y todavía mientras las palabras se presentan aisladas, los significados son ± deducibles a partir de la formulación, pero si nos sale al paso un texto donde se habla de un iúvenis voluptárius de la aerinavis celérrima societas al que se ha visto durante el éxiens hebdómada en una cénula subdivalis de un connotado gregalis latro, cuyos invitados terminaron algunos en una taberna nocturna y otros en un deversórium autocinéticum ¿nos creemos con las agallas lingüísticas, con los arrestos lexicográficos suficientes, como para descubrir que se nos habla de un playboy de la jet set a quien se ha visto durante el fin de semana en el picnic organizado por un famoso gánster, cuyos invitados terminaron algunos en un night club y otros en un motel? Y si un amigo nos cuenta que estuvo en la pellicularum cinematographicarum theca viendo una pelli armentariorum, además de pensar que es un gilipollas, ¿deduciríamos sin vacilar que estuvo en la cinemateca viendo un western (una peli de vaqueros, siendo cow boy = armentarius)?

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[Para un disfrute mayor y ad líbitum, abran en internet la dirección https://www.vatican.va/content/vatican/it.html, y dentro de ella programar en italiano en la ventana de búsqueda (arriba, a la derecha) la palabra “Latinitas”, y en el menú de ella la entrada Lexicon Recentis Latinitatis, parvum verborum novatorum Léxicum, que abarca más de 15.000 neologismos traducidos al latín, y donde dizque han colaborado expertos de todo el mundo… la mayor parte de ellos grandes humoristas, según mi poco pía opinión].

 

 

 

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