Bada: Una obra “menor” de Lawrence Durrell
De Lawrence Durrell quiero decir que me divertí sin rebozo con un libro suyo de esos que los críticos, desde sus coturnos, llaman “menores”. Es un libro de anécdotas acerca del mundo diplomático: Esprit de Corps. Y es que Durrell se incluye en la nómina de escritores británicos que desde los lejanos tiempos de Richard F. Burton estuvieron al servicio del Empire en funciones consulares, diplomáticas o de inteligencia [= espías]: Lawrence de Arabia, Somerset Maugham, Graham Greene, John LeCarré…
Y en Esprit de Corps Durrell nos legó un monumento sobre el tema.
En la primera de las anécdotas, “¡Nos llama el mar!”, trata de una fiesta organizada por la embajada inglesa en Belgrado, en tiempos de Tito, para todo el cuerpo diplomático acreditado en la capital de Yugoslavia. La fiesta es en una balsa sobre el Danubio, un party fluvial con bufé, música y baile, y por supuesto la balsa está amarrada a la orilla. Pero un saboteador de la embajada corta las amarras y la balsa se despega de la orilla, se va al centro del río y empieza a navegar (¡a 14 nudos!) rumbo a su confluencia con el Save, un verdadero torbellino de las aguas. Sólo que los pasajeros de la balsa no se dan cuenta y continúan la fiesta, bebiendo y bailando. Durrell conjetura que en el Titanic debió pasar lo mismo mientras llegaba el iceberg sin que lo supieran. Pero lo malo no es eso. Queda lo peor.
Lo peor es que en aquella Yugoslavia reina una atmósfera de desconfianza absoluta, porque Tito se independizó de la URSS pero el país está rodeado por vasallos del Kremlin. Y el ambiente es histérico, se teme una invasión en cualquier momento. Así, cuando un centinela descubre la balsa deslizándose en la noche con música, luces y todo el programa, sospecha que se trata de un comando checo camuflado con trajes de gala, camino de Belgrado para derrocar a Tito y su gobierno. De modo que ametralla la balsa, con tan mala puntería que sólo le acierta a un gran recipiente de jugo de tomate, que se desparrama por doquier y cubre a los invitados de tal modo que parece un baño de sangre.
El embajador argentino, al oír los primeros disparos se parapetó tras «las hannoveranas espaldas» (Durrell dixit!) de Frau Hess, la esposa del jefe de la legación tedesca, y de repente ve una mancha roja sobre su smoking blanco y empalidece: «¡Caramba [en español en el original], me han herido!», y se desmaya a los pies de Frau Hess.
Todo el relato respira vida observada desde el periscopio irónico de alguien que inmerso en aquellas procelosas aguas nunca perdió el sentido del humor. Es un Durrell del que en español se sabe poco o nada, y esa obra “menor” suya es una de las más rescatables.