Baltazar Porras: Competir o excluir
La crisis que vive el mundo, y que algunos países como el nuestro la padecen en grado superlativo, queda más al descubierto por la presencia inesperada del Covid19. “La pandemia es una crisis y de una crisis no se sale igual o salimos mejores o salimos peores”, repitió recientemente el Papa Francisco. La polarización presente en todos los sectores de la sociedad venezolana es producto de la prédica fatídica sembrada en estas últimas décadas, al ofrecer el señuelo de una sociedad perfecta si excluimos a los supuestos culpables de los males que nos aquejan.
Es característico de las sociedades democráticas de los dos últimos siglos, el signo de la competitividad: la lucha por el poder se centra en ofrecer en igualdad de condiciones una mejor gestión pública que el contrincante. El bipartidismo que se ha instaurado en casi todos esos países presenta acentos más que visión contraria en los partidos políticos que pugnan por el poder. Esta visión permite aprovechar las bondades de uno y otro, generando un bienestar material y espiritual que da estabilidad a la sociedad. Es lo que observamos en el mundo llamado capitalista, con los matices, luces y sombras, propios de la fragilidad de toda obra humana.
La otra visión que ha buscado estar en el poder, es la socialista-marxista. La lucha de clases es el arma para provocar en el pueblo un rechazo a quien se considera autor y responsable de los males existentes, que generan la desigualdad y la pobreza. Es fácil señalar las carencias y mostrar los reales o supuestos responsables de dichas carencias. Pero, con una pedagogía fatídica se vive en una lucha permanente por excluir, denigrar, condenar y buscar la desaparición del otro para instaurar ese nuevo paraíso que nunca llega. En lugar de producir bienestar, se vive en una permanente pugna que enerva los ánimos, paraliza la fraternidad y visión del otro como igual.
Al “otro” se le tilda de enemigo, y no queda más que buscar eliminarlo, pues en una guerra, el que no es aliado es enemigo, al que hay que borrar del mapa. El ejemplo lo tenemos en nuestra sociedad venezolana actual. Hemos tenido la mayor riqueza material de la historia y tenemos la presea de ser en estos momentos uno de los países más empobrecidos del mundo. Se ve claro que por este camino rodamos por la pendiente de la desaparición de la dignidad de la persona, la ausencia casi total de la verdadera libertad, y la sumisión pareciera el único camino para sobrevivir.
De nuevo la reflexión del Papa Francisco nos ilumina el camino dando pie a la verdadera esperanza que abre paso a la paz deseada que no tiene otro horizonte sino el de la inclusión, la fraternidad, la aceptación del diferente y la suma de voluntades para que lo que nos une sobrepase a las diferencias. Estamos centrados en las consecuencias del coronavirus. Pero, “Hay que buscar una vacuna para el virus, que esté al alcance de todos. Pero también es necesario curar otro gran virus: el de la injusticia social, la marginación y la falta de oportunidades para los más débiles. Implica una elección evangélica, que es la opción preferencial por los pobres. Que el amor de Dios, anclado en la esperanza y fundado en la fe, nos impulse a poner las periferias en el centro y a los últimos en primer lugar”.
Buena parte de las promesas que aparecen en el horizonte muestran la ilegitimidad de un proceder que irrespeta la dignidad humana y pone en primer lugar el poder de unos pocos a costa de la vida de la mayoría. Requerimos de la fuerza interior de luchar con racionalidad y respeto por la superación de una crisis que exige coraje y constancia para salir del marasmo al que nos han llevado los predicadores de baratijas, usando el poder y la fuerza para convertirnos en esclavos. La vocación de ser libres es postulado indispensable para no dejarnos aplastar. Con el ejemplo de Jesús, el doctor del amor divino integral, es decir, de la curación física, social y espiritual (cf. Jn 5:6-9), debemos actuar ahora, nos pide el Papa.