¡Basta de inteligencia artificial!
El libro, editado en 1983, narraba en retrospectiva los pasos de nuestra civilización en la segunda mitad del siglo 20 con la lupa de un historiador del siguiente siglo, el actual. Con la ironía que caracterizó al futurólogo polaco Stanislaw Lem, tal vez el escritor de ciencia-ficción más emblemático, que justo por su agudeza crítica llegó a tildar de mediocre al género por carecer, según decía, de imaginación…
En broma, y quizás no tanto, su Biblioteca del Siglo 21 incluía un caudal de ideas insólitas, peligrosas para la integridad física del autor, que, para curarse en salud, las filtró como relatos en revistas de divulgación científica de tiraje popular, donde pasaron inadvertidas.
Entonces se declaró particularmente hostil a la inteligencia artificial, ahora tan de moda, porque hace ya cuatro decenios, Lem hallaba sorprendente que legiones de informáticos se devanaran los sesos en imitar, sin éxito, las funciones del cerebro humano y su énfasis en la inteligencia, antes de ocuparse del instinto, que apareció sobre el planeta millardos de años antes y de ñapa es más sencillo de reproducir.
Con una precisión pasmosa, Lem pronosticó que esperaríamos hasta el 2040, ya no tan distante, para que los expertos comprendieran que la inteligencia era absolutamente inútil en el 97.8% de las tareas cotidianas, manuales o intelectuales, que no más exigen un mínimo de conocimientos, una rutina, cierta habilidad, vivacidad y perseverancia.
La prueba más contundente está en nuestros pequeños socios, los insectos. Porque al estudiar la anatomía neurológica de esos bichejos carentes de cerebro, se han obtenido resultados impresionantes en un lapso relativamente corto; en organismos tan primitivos como las abejas, provistas de un eficacísimo sistema de señalización, o en un género de avispas que cazan y sepultan orugas y saltamontes como incubadoras de sus larvas que proveerán de carne fresca hasta la transformación en crisálidas.
Animales y plantas, en fin, compuestos de una infinidad de elementos funcionales que enfrentan airosos los riesgos habituales del envejecimiento, mediante la capacidad de regeneración, la duplicación de órganos y la dispersión de los centros reguladores de los procesos somáticos y psíquicos, permitiendo que un cerebro dañado de gravedad pueda retomar sus funciones, al contrario de una computadora averiada incluso levemente…!sin inteligencia alguna!
Con el agravante de que, según Lem, tal inteligencia artificial devendría de inmediato factor de poder mundial, estimulando la deshumanización del nuevo armamentismo miniaturizado basado en la constatación de que los insectos y las bacterias sobrevivieron hace 65 millones de años al impacto de un monumental meteorito que en cambio borró a los dinosaurios de la faz de la Tierra.
Lem, fallecido hace 18 años, hubiese sufrido ahora por partida doble. Por la guerra en Ucrania que azota la ciudad de Lwow, donde nació en 1922, y la confirmación, a través de los drones, del papel creciente de micro-ejércitos artificiales de synsectes, como bautizó los enjambres de escarabajos de cerámica y gusanos de titanio, capaces de sepultarse para huir de la radiación atómica y emerger después de la detonación.
Sin mencionar las nubes de saltamontes artificiales que inutilizarían los engranajes de los blindados, atravesarían como verdaderos proyectiles el cuerpo de soldados cada vez más anacrónicos o formarían sistemas ópticos para concentrar en un punto preciso los rayos solares, alterando a voluntad el paisaje de las zonas de combate.
Varsovia, julio de 2023