Beatriz Pineda Sansone: El árbol generoso y la edificación del ser
La naturaleza es un bosque de símbolos. Colores y sonidos, imágenes y cosas se evocan unos a otros, revelándonos afinidades y consonancias misteriosas.
Baudelaire
El árbol generoso es una historia escrita por Shel Silverstein (1930-1999), poeta, ilustrador, escritor, compositor y guitarrista estadounidense, que presenta al lector una serie de situaciones vividas por el hombre, desde su niñez. Todas las etapas plantean una dimensión filosófica. El sabor del viaje a través de la literatura y de la historia.
La misión de la filosofía es serenar las tempestades del alma, enseñar a resistir las fiebres y el hambre con continente sereno valiéndose de razones naturales y palpables, teniendo por objeto la virtud.
El niño de la obra amaba al árbol. Recogía sus hojas para hacerse una corona y jugar al rey del bosque. Subía por su tronco y se mecía en sus ramas y comía manzanas y ambos jugaban… Y cuando estaba cansado dormía bajo su sombra. El niño amaba al árbol y el árbol era feliz.
La obra nos presenta en el primer plano al niño y al árbol. El tiempo pasó y el árbol nunca dejó de ver al niño en el hombre, aun cuando éste creció, se hizo adolescente, hombre maduro y, finalmente, viejo.
El niño, según J. E. Cirlot (1997), es símbolo del futuro en contraposición al anciano que significa el pasado, pero también símbolo de la etapa en que el anciano se transforma y adquiere una nueva simplicidad, como predicara Nietzsche en Así habló Zaratustra, al tratar de las tres transformaciones. De ahí su concepción como centro místico y como fuerza juvenil que despierta. Según Jung y Kerenyi, el niño simboliza la fuerza formativa del inconsciente de carácter benéfico. Desde el punto de vista psicológico, es el hijo del alma, el producto de la coniunctio entre el inconsciente y el consciente; se sueña con ese niño cuando una gran metamorfosis espiritual va a producirse bajo signo favorable. El niño místico que resuelve enigmas y enseña la sabiduría es una figura arquetípica que lleva esa misma significación al plano de lo mítico, es decir, de lo general colectivo.
El árbol constituye el símbolo en torno al cual se desenvuelven las vivencias de un hombre desde su niñez. Sus manzanas, las ramas, y el tronco constituyen una unidad simbólica. El simbolismo es el arte de pensar en imágenes, perdido por el hombre civilizado, especialmente, en los últimos trescientos años, ha expresado Ananda K. Coomaraswamy coincidiendo con Fromm y Bayley. Sin embargo, este olvido –como atestiguan la antropología y el psicoanálisis- solo concierne a la conciencia, no al inconsciente, que, por compensación, se encuentra sobrecargado de materia simbólica. El símbolo ha sido considerado por Diel como una condensación expresiva y precisa, que corresponde por su esencia al mundo interior –intensivo y cualitativo– contrapuesto al exterior–extensivo y cuantitativo-. El árbol que da título a la obra, tiene como misión abolir los límites de ese fragmento que es el hombre para integrarlo a unidades más amplias: sociedad, cultura, universo. Eliade en Cirlot (2004: 37), considera que, si el Todo puede aparecer contenido en un fragmento significativo, es porque cada fragmento repite el Todo. El árbol no solo se transforma a sí mismo, también tiene un poder transformador. El árbol representa seguridad sobre un plano espiritual, en el sentido de la manifestación. El árbol que nace, crece y muere se toma por símbolo de la vida de un ser humano.
El narrador de la obra cuenta que pasó mucho tiempo y su niño no volvía, pero cuando apareció, ya adulto, manifiesta al árbol su deseo de tener dinero para comprar cosas y divertirse. El árbol lo invita a recoger sus manzanas, llevarlas al mercado para ser vendidas y así ganar dinero.
El joven desprendió todas las manzanas del árbol.
La manzana es nuestro tercer símbolo y connota los deseos terrestres.
Más adelante, tras una larga ausencia, se presenta el niño, ya en la madurez, agobiado por el deseo de tener esposa e hijos, y solicita al árbol una casa que le sirva de abrigo. La casa constituye el cuarto símbolo de la obra.
El árbol respondió: Yo no tengo casa. El bosque es mi hogar, pero tú puedes cortar mis ramas y hacerte una casa.
El hombre cortó sus ramas y se las llevó para construir su casa. El acto de edificar su casa con las ramas del árbol apunta al desarrollo de su capacidad para condescender y flexionar. Con relación a la casa, G. Bachelard ha expresado (J. Chevalier y A. Gheerbrant, 2018), que la casa es símbolo del ser interior. Su edificación la asimila al continente de la sabiduría. La casa se identifica con el cuerpo y los pensamientos humanos o vida humana, como han reconocido empíricamente los psicoanalistas. Ania Teillard explica este sentido diciendo cómo en los sueños nos servimos de la imagen de la casa para representar los estratos de la psique. La fachada significa el lado manifiesto del hombre, la personalidad, la máscara. Los distintos pisos corresponden al simbolismo de la verticalidad y del espacio. El techo y el piso superior corresponden, en la analogía, a la cabeza y el pensamiento. Por el contrario, el sótano corresponde al inconsciente y los instintos. El granero a la elevación espiritual. La casa también representa lo femenino con el sentido de refugio, madre, protección o seno materno.
La historia cuenta que pasó mucho tiempo y el niño no volvía. Y cuando regresó, el árbol, de nuevo, lo invitó a jugar. Pero su niño, ahora viejo, manifestó cansancio y tristeza para jugar y así dijo:
-Quiero un bote que me lleve lejos de aquí. ¿Puedes tú dármelo?
Y el árbol respondió:
–Corta mi tronco y hazte un bote. Entonces podrás navegar lejos y serás feliz.
Y así él cortó el tronco y se hizo un bote y navegó lejos.
El bote constituye el quinto símbolo de la obra. Desde el punto de vista simbólico el bote -la barca- representa el viaje, el deseo de transformación. No sólo alude al desplazamiento físico, también a un deseo de percepción y comprensión, el viaje representa un necesario complemento vital, el deseo de ser. La barca puede significar una exploración de lo inconsciente. Para G. Bachelard (J. Chevalier y A. Gheerbrant, 2018), la barca conduce al nacimiento del alma, representa la cuna redescubierta. Todo viaje es una iniciación, una preparación, un nuevo comienzo. De manera que, desde el punto de vista simbólico, el ser humano desde su niñez inicia un proceso de transformación denotado en la historia por su deseo de escalar el árbol, de trepar y, más adelante, explorado su mundo interior, manifiesta el deseo de trascender mediante el bote. Aquí encontramos la razón de su petición.
El final de la historia señala la ausencia del árbol reducido a un breve tacón. Su circunstancia concuerda con la imposibilidad del niño, ahora viejo, pero edificado, de trepar por su tronco para mecerse en sus ramas y comer sus manzanas. El cansancio resigna al hombre a permanecer sentado, tranquilo. El testimonio más seguro de la sabiduría es un gozo constante interior. Su estado es la seguridad y la calma. Llama la atención que el árbol siempre ve al hombre como un niño. Es posible que el autor nos esté indicando a través de un lenguaje esotérico –oculto-, que el niño representa al iniciado. Una iniciación no deja de ser un viaje.
Mi nombre es Beatriz Pineda Sansone. Nací en la ciudad de Maracaibo, Venezuela. De niña era inquieta, llena de arrojo. Admiraba a nuestro Arturo Uslar Pietri, quien conducía el programa televisivo Valores Humanos. Su ejemplo ha sido mi norte. Gracias a mis hijas he realizado grandes aventuras a favor de los niños. Creé el Taller Literario Infantil Manzanita que devino en Fundación en 1985. Más tarde, con motivo del nacimiento de un nuevo diario en Maracaibo, fundé Azulejo, el periódico de los niños del diario La Verdad –primera etapa-. Extendí el Programa La Hora del Cuento a centros de arte, museos, universidades, colegios y McDonald’s Padilla de la ciudad con el fin de cultivar en los niños el amor por la lectura, y todas sus destrezas cognitivas, afectivas y psicomotoras.
Más tarde, en 1996, obtuve el título en Filología Hispánica con el premio Summa Cum Laude en la Universidad del Zulia. Cursé estudios de postgrado (2000-2003). Me convertí en articulista de los diarios venezolanos Economía Hoy, Panorama y El Universal.
Soy autora de: Las Memorias del Maestro Ramiro (1979); Desde otro rayo (1992). Universidad del Zulia; Los ojos de la montaña (2011). Entrelíneas Editores, España; La Hora del Cuento. Enseñar a razonar a los niños a través de la lectura de cuentos (2015). Ediciones de la Torre, España; El Principito y los Ideales. Defensa de la libertad, del amor y del razonamiento (2017). Editorial Verbum, España; La Aventura nunca imaginada de un lápiz (2018). Fundación editorial el Perro y la Rana. Venezuela; Una niña de mi edad (2019). Editorial Tandaia, España. Malika, la más pequeña de la manada (2021). Europa ediciones. Roma.
En la actualidad desarrollo una intensa labor a favor de la lectura a través de las redes sociales: @beapinpaz.escritora, los chats Aventuras Literarias y Café Lectura.
Excelente profesora Beatriz. Con su acertado y novedoso análisis nos guía por las inusitadas páginas de la historia del desarrollo humano :hombre/árbol en perfecta armonía cósmica. Gracias!
El árbol enraizado y terreno como la vida misma , con capacidad de análisis a través de su savia /sabia; el ser humano que de niño quiere adelantar su historia para volar a través de la rama florecidas y viajar en semillas y flores, para al caer la tarde de l vida , sentir que lo importante son las raíces Expandirse al universo sin perderse en sí mismo. Gracias profesora Beatriz!!