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 Beatriz Pineda Sansone: El lenguaje de la arquitectura gaudiana

 La belleza es el resplandor de la verdad.

                                                                                                                                              Antoni Gaudí

 

Barcelona fue una antigua ciudad amurallada hasta 1854, situada en una llanura junto al mar. La ciudad se preparaba para vivir la urbanización de un nuevo barrio llamado en catalán el Eixample (Ensanche) basado en el proyecto del ingeniero Ildefons Cerda, que perseguía el crecimiento de la ciudad siguiendo forma de damero, es decir, urbanizaciones organizadas en cuadros o rectángulos sin desatender principios de racionalidad, equidad y eficacia moderna.  El modernismo catalán exaltaba el concepto de vida organizada de la alta y media burguesía, así como la importancia de los espacios públicos.

Mientras estos avances sucedían, un joven estudiaba y trabajaba como delineante para varios arquitectos y constructores con el fin de costearse la carrera. Llegamos al año 1879 y la escuela de Arquitectura otorgó cuatro licenciaturas, entre ellas la de Antoni Gaudí, quien fue un chico preocupado por sus propios intereses más que por las asignaturas oficiales. Cursó materias como Historia, Economía, Filosofía y Estética.

Sus diseños apuntaban al despertar de la identidad catalana a través de la restauración de iglesias, conventos y antiguos palacios, así como a realzar la expansión de la ciudad con imponentes edificios. En cuanto terminó sus estudios, el joven Gaudí abrió su propio despacho. El primer encargo importante llegó: una industria textil propiedad de obreros, luego su proyecto de rehabilitar una farmacia, atrajo la atención de la burguesía barcelonesa. A partir de ese momento, Gaudí recibe encargos para decorar interiores de iglesias y conventos.

En la obra de Gaudí, el símbolo trasciende hacia lo sagrado. Lo Sagrado, según Mircea Eliade (1998), no es una etapa pasada de la historia. Lo sagrado pertenece a la propia estructura de la conciencia. Por este motivo no puede ser erradicado por completo, pues subyace a toda pretensión de encontrar sentido a la existencia. El hombre es hombre, porque es homo religiosus. Lo sagrado es un adjetivo que a menudo se utiliza con una función de sustantivo, para indicar diferentes experiencias religiosas y culturales consideradas como una apertura al misterio o la propia trascendencia divina. Desde el punto de vista etimológico, el adjetivo sagrado indica un objeto o una experiencia separada del fluir continuo del espacio y del tiempo, características funcionales de una realidad no identificada totalmente con los datos accidentales y mudables del transcurrir de la vida.

Si revisamos la infancia de Gaudí, encontraremos que ayudaba en el taller familiar, donde pasaba largas horas, porque su padre era artesano calderero, igual que sus antepasados y los de su madre. Fue allí donde admiró los sólidos espacios de las ollas y las formas delicadas de las calderas que se fabricaban. El pequeño Gaudí era enfermizo y de carácter pensativo; afligido por tempranos dolores en las articulaciones, se convirtió en un fino observador de la naturaleza. En la casa de sus padres en Riudoms, sobre todo, durante las vacaciones en verano, caminaba por la tierra como por un libro inmenso, explorando y palpándolo todo: la forma de los árboles, de las flores y de los animales. Encontró en su pensamiento una tierra fértil, que conservó siempre. La elaboración de esos recipientes curvos quedó fijada en su imaginación como un arcoíris que más tarde iluminó sus creaciones.

Así, Antoni Gaudí tomó conciencia de lo sagrado, porque  se manifestó como algo completamente distinto de lo profano. El hombre occidental moderno siente una cierta preocupación frente a algunas formas de manifestación de lo sagrado: no concibe la idea de que, para algunos, lo sagrado se exteriorice en las piedras y en los árboles. No hablamos de adorar la piedra o el árbol en sí mismos, no. Al manifestar lo sagrado cualquier objeto se convierte en otra cosa, sin dejar de ser el mismo. En otras palabras, para quienes tienen una experiencia religiosa, toda la naturaleza puede revelarse como sacralidad cósmica (Eliade, 1973: 19-20). Lo sagrado, por tanto, puede considerarse como un nivel de conciencia que brota en el hombre en acción, en el mismo desarrollo de sus actividades vitales; es ese nivel de conciencia en condición de habitar con persistencia la tierra y de usar la naturaleza para su propio bienestar, reconociendo y venerando al mismo tiempo su origen (Crippa y Bassegoda Nonell, 2002: 13). El templo La Sagrada Familia –obra cumbre de Gaudí- representa el lugar sagrado por antonomasia, el lugar donde los hombres pueden unirse con la divinidad; en su interior habita la presencia de Dios. Esta noción es la que permite traducir el concepto hebreo de Casa-de-Dios (Belt-El) por Templo.

Cuando Gaudí contaba veinticuatro años (1876), perdió a su madre y a su hermano Francesc, quien acababa de recibir su título de médico.

Antoni siguió adelante, nada lo detenía. En sus ojos centelleaba el horizonte.   Sus cuatro grandes pasiones  fueron: la arquitectura, la naturaleza, la religión y Catalunya. El amor que sentía por su tierra natal se multiplicó y abonó cada una de sus obras.

Símbolos encontrados en la obra de Gaudí

Carlos Mesa en su obra, Guía de la Cataluña Mágica (2017), plantea la posibilidad de que Antoni Gaudí, el máximo exponente del modernismo catalán, pudo haber sido masón o tener relaciones cercanas con la masonería, dado el gran número de símbolos encontrados en sus obras. La Sagrada Familia, su obra más celebrada, presenta algunos símbolos particularmente esotéricos –ocultos-, señalados por R. Guenón en su obra Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada (2016):

 El Alfa y el Omega (el principio y el fin). El alfa se relaciona con el compás de la masonería y el omega con un fuego apocalíptico. Este símbolo lo encontramos duplicado en la fachada de la Pasión: uno apuntando hacia arriba y otro apuntando hacia abajo, reafirmando una de las siete leyes del Kybaliónlo que está arriba está abajo.

Un laberinto iniciático lo podemos ver en la misma fachada mencionada, que también está presente en la fabulosa catedral de Chartres en Francia -También, catedral de la Asunción de Nuestra Señora. En francésCathédrale de l’Assomption de Notre-Dame.  El laberinto simboliza perderse para encontrarse en una suerte de ritual de iniciación, su punto central es la clave, el corazón por el que se accede a estados de conciencia superiores.

Un cuadrado mágico está presente en la fachada de la Pasión de la Sagrada Familia. El cuadrado mágico que podemos ver en esta obra de Gaudí suma 33, un número mágico o maestro dentro de la masonería y la cábala hermética, pues 33 son los senderos que se deben recorrer para alcanzar la unidad. Según el cristianismo, 33 fue la edad de la muerte de Cristo, aunque éste sea un dato erróneo según otras investigaciones.

Signos del Zodíaco considerados símbolos esotéricos –ocultos- los encontramos en la fachada de la Encarnación o del Nacimiento de la basílica. Los seis primeros signos, de Aries a Virgo, connotan un proceso de fuerza y renacimiento, el paso de la ignorancia a la sabiduría.

Las Columnas Salomónicas del portal de la Caridad de la Sagrada Familia también constituyen símbolos ocultos. Son llamadas las columnas de los compañeros y de los aprendices. Hacen referencia al nombre hebreo que tenían las dos columnas que se situaban en el portal del Templo de Salomón (Jaquin y Boaz).

El Ojo de la Providencia tan común en la masonería, lo encontramos en el Portal de la Fe –fachada del Nacimiento-. Suele ser representado dentro de un triángulo, a veces, con rayos luminosos. También representa al Gran Arquitecto Universal. Sobre esta imagen, apunta Carlos Mesa, que resulta tan incómoda para el clero, que, en los libros turísticos sobre la Sagrada Familia, la fotografía de este símbolo no suele incluirse.

La Cadena de la masonería es un símbolo que se considera al final de cada ritual para expresar la unión fraternal y la solidaridad que permite la unidad de la hermandad. Es también una forma de recordar el bien de la humanidad.  Lo encontramos en la zona del Calvario del Parque Güell.

Antoni estaba dotado de una gran visión y capacidad creativa. Pensaba sus edificios de forma completa, atendiendo la solución de la organización, de la utilidad práctica y de la decoración.

La característica principal de sus creaciones consistió en la combinación, es decir, en integrar a la arquitectura una serie de trabajos artesanales, algunos de los cuales fueron aprendidos en el taller de la familia, que dominaba él mismo a la perfección como la cerámica, la vidriería, la forja de hierro y la carpintería. También introdujo nuevas técnicas en el tratamiento de los materiales, como su famoso “Trencadis” hecho con piezas de cerámica de desecho.

Antoni tuvo un sentido innato de la geometría llamada Sagrada, porque constituye una metáfora de la ordenación del universo, la huella digital de la creación. El sentido de la geometría como una semiótica de lo sagrado en la vida, como una fuerte motivación de comunicación con lo magnífico, lo inefable y lo sagrado, según Mircea Eliade, o lo santo, según Otto Rudolf. Antoni también contó con una gran imaginación que le permitió apreciar mentalmente la mayoría de sus obras antes de pasarlas a planos. Prefería recrearlas sobre maquetas, modelos o muestras de tres dimensiones, moldeando todos los detalles, según las iba ideando. En otras ocasiones, improvisaba sobre la marcha, dando instrucciones a sus colaboradores sobre lo que debían hacer.

 Obras

De pequeño no se cansó de observar el campo, la tierra, el mar y la montaña. Esto le permitió ir más allá del modernismo para crear un estilo personal. La construcción de la residencia noble la Casa Vicens y la reestructuración de la Finca Güell, hoy convertida en sede de la real cátedra de Gaudí, así como su cerca del dragón de hierro forjado han sido ampliamente elogiadas.

En 1888 con treinta y seis años de edad, Gaudí realiza su primera construcción en el centro histórico de Barcelona: el Palacio Güell. Ese año marcó el cambio de una fase expresiva de Gaudí: afloró su original aporte al modernismo catalán, una variante del Art Nouveau. La expresión del  pensamiento de que todas las artes deberían reintegrarse. El modernismo catalán se expresó en forma de obras arquitectónicas monumentales tanto públicas como privadas con exuberancia de formas y colores. El estilo mezcló influencias historicistas y asimiló conocimientos tecnológicos y constructivos innovadores.

En el lenguaje de la arquitectura gaudiana sobresale un organicismo sin parangón de la cultura occidental, excepcional legado arquitectónico. Gaudí consiguió una identificación perfecta entre arquitectura y naturaleza. Sus palabras así lo confirman: Todo sale del gran libro de la naturaleza, esta naturaleza que siempre es mi maestra.

Se adelantó a su tiempo al lograr una verdadera arquitectura orgánica. Las referencias botánicas y animales que ocupan sus obras forman parte de una riqueza creativa inspirada directamente en los elementos de la Naturaleza que culminará con sus trabajos de madurez. Con sesenta y dos años, Antoni Gaudí demostró una devota dedicación a su obra. La crisis económica de 1914, que obligó a suspender los trabajos de construcción del Templo, lo llevó a pedir limosna para financiarlo. Los últimos años de su vida experimentó un retiro y una austeridad absolutos para dedicarse a su objetivo único: dejar plasmada la continuación del templo en maquetas de yeso y planos, cuyo término estimaba en doscientos años.

Antoni Gaudí i Cornet muere en el antiguo Hospital de la Santa Cruz. Barcelona, el 10 de junio de 1926.

 

Mi nombre es Beatriz Pineda Sansone. Nací en la ciudad de Maracaibo, Venezuela. De niña era inquieta, llena de arrojo. Admiraba a nuestro Arturo Uslar Pietri, quien conducía el programa televisivo Valores Humanos. Su ejemplo ha sido mi norte. Gracias a mis hijas he realizado grandes aventuras a favor de los niños. Creé el Taller Literario Infantil Manzanita que devino en Fundación en 1985. Más tarde, con motivo del nacimiento de un nuevo diario en Maracaibo, fundé Azulejo, el periódico de los niños del diario La Verdad –primera etapa-. Extendí el Programa La Hora del Cuento a centros de arte, museos, universidades, colegios y McDonald’s Padilla de la ciudad con el fin de cultivar en los niños el amor por la lectura, y todas sus destrezas cognitivas, afectivas y psicomotoras.

Más tarde, en 1996, obtuve el título en Filología Hispánica con el premio Summa Cum Laude en la Universidad del Zulia. Cursé estudios de postgrado (2000-2003). Me convertí en articulista de los diarios venezolanos Economía Hoy, Panorama y El Universal.

Soy autora de: Las Memorias del Maestro Ramiro (1979); Desde otro rayo (1992). Universidad del Zulia; Los ojos de la montaña (2011). Entrelíneas Editores, España; La Hora del Cuento. Enseñar a razonar a los niños a través de la lectura de cuentos (2015). Ediciones de la Torre, España; El Principito y los Ideales. Defensa de la libertad, del amor y del razonamiento (2017). Editorial Verbum, España; La Aventura nunca imaginada de un lápiz (2018). Fundación editorial el Perro y la Rana. Venezuela; Una niña de mi edad (2019). Editorial Tandaia, España. Malika, la más pequeña de la manada (2021). Europa ediciones. Roma.

En la actualidad desarrollo una intensa labor a favor de la lectura a través de las redes sociales: @beapinpaz.escritora, los chats Aventuras Literarias y Café Lectura. 

 

 

 

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