El corazón es el centro, la palanca que impulsa el motor humano.
Había leído en Las Mil y Una Noches el relato titulado Alí Babá y los cuarenta ladrones, pero cuando me trasladé a Milán con mi familia, el empeño de estudiar la lengua italiana me llevó a la biblioteca de un niño vecino. Allí descubrí la edición de Fabbri Editori de Alì Babà e i quaranta ladroni. Este descubrimiento me orientó hacia una gran librería con la intensión de adquirir el clásico oriental en lengua italiana.
Y este fue uno de los viajes más impresionantes de mi vida. Aquella era una ciudad persa. Allí conocí a dos hermanos, uno se llamaba Kassim y el otro Alí Babá. Ambos eran hijos de un pobre hombre, que cuando falleció, se repartieron lo poco que les había dejado en herencia. No tardaron en comerse la exigua ración de su patrimonio, y de la noche a la mañana se encontraron sin pan ni queso. Kassim, el mayor, pronto se puso al acecho de una situación lucrativa y se casó con una joven rica. Kassin, además tuvo una tienda bien provista en el centro de los mercaderes. En cuanto a Alí Babá, por naturaleza, estaba exento de ambición, tenía gustos modestos, se contentaba con poco, no tenía los ojos vacíos, se hizo leñador y se dedicó a llevar una vida de pobreza y de trabajo. Pero supo vivir con tanta economía, que pudo ahorrar algún dinero para comprarse un asno, luego dos y, finalmente, tres. Y los llevaba a la selva todos los días, y los cargaba con los leños y haces que antes llevaba a cuestas. Alí Babá tuvo esposa y niños como lunas que bendecían a su Creador. Vivía modestamente del producto de la venta de sus leños y haces sin pedir a su creador nada más que esta sencilla dicha tranquila.
Di inicio a la traducción del relato acompañada por un voluminoso Diccionario español-italiano. Pero, en el camino, comencé a descubrir una serie de símbolos que brillaban en el texto como estrellas, porque me hablaban de la regeneración del alma humana, de la transformación de los individuos por el ideal humano. Comprendí que las facultades esenciales del alma no se extinguen en la humanidad. Perduran en una selección que las desenvuelve y disciplina en secreto, bajo el velo del misterio, resguardadas de las profanaciones y corrupciones del mundo exterior. De aquí la razón de las iniciaciones. El poeta, autor de Alí Babá y los cuarenta ladrones dio inicio donde el hombre acababa. El destino de éste, según Ortega y Gasset, es vivir su itinerario humano; la misión de aquél es inventar lo que no existe. El poeta aumenta el mundo añadiendo a lo real, que ya está presente por sí mismo, un irreal continente, una virtud ascendente.
Creo con René Guénon (Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada), que el simbolismo es una ciencia exacta y no una libre ensoñación en la que las fantasías individuales puedan tener libre curso. El símbolo, ante todo, revela el contenido inconsciente del ser humano. Para el filósofo hindú Coomaraswamy el simbolismo es el arte de pensar en imágenes, perdido por el hombre civilizado. Pero este olvido sólo concierne a la conciencia, no al inconsciente, que, por compensación, se encuentra sobrecargado de materia simbólica. El poder del mundo espiritual, del que forma parte el símbolo, es eterno.
Recordé las palabras de Federico Hebbel: El deber más importante de mi vida es, para mí, el de simbolizar mi interioridad.
La copa del árbol, alto y espeso, donde se trepó Ali Babá para ocultarse de una tropa de jinetes armados, que avanzaban hacia el lado donde se encontraba, es la primera imagen que se presenta con una significación religiosa desde los tiempos más remotos. El árbol, como morada de la divinidad, demuestra la antigüedad de su culto en Grecia, la India, entre los celtas y los germanos. Representa, en el sentido más amplio, la vida del cosmos, su densidad, crecimiento, proliferación, generación y regeneración espiritual. Como vida inagotable equivale a inmortalidad. Según Eliade, como ese concepto de vida sin muerte se traduce ontológicamente por realidad absoluta, el árbol deviene dicha realidad (centro del mundo).
El segundo símbolo encontrado fue el número cuarenta. Me pregunté: ¿por qué cuarenta ladrones y no veinte? Comprendí que el simbolismo añade un nuevo valor a un objeto o una acción, sin atentar por ello contra sus valores propios e inmediatos o históricos. El número cuarenta es el número de la espera, de la preparación, de la prueba o del castigo. El primer aspecto es el más desconocido y el más importante –la espera-. Con este número se identifican las intervenciones sucesivas de Dios. Al igual que Saúl, David reina cuarenta años y también Salomón (1 Reyes: 11,42). La alianza con Noé sigue a los cuarenta días del Diluvio.
El tercer símbolo importante en el relato es la cueva descubierta por el jefe de los ladrones tras pronunciar las palabras: ¡Sésamo, ábrete! La cueva alude al abismo interior de la montaña, es el lugar en que lo numinoso -relacionado con los dioses- se produce o puede recibir acogida. Frobenius nos habla de un paso del orden que da la preeminencia al espíritu y al padre. La entrada de Alí Babá en la cueva es una metáfora que nos habla de su transfiguración en sentido espiritual.
Cuando lo que está fuera de la caverna representa el mundo profano o las tinieblas exteriores, la cueva aparece como el único lugar iluminado. Es más, iluminado forzosamente desde el interior, ya que ninguna luz puede entrar desde el exterior. Desde la perspectiva iniciática –in re-, ir hacia, denota un viaje hacia el interior, in contiene la idea de interioridad, de corazón, el centro como el corazón corresponde a la caverna iniciática. La cueva y la montaña como símbolos de los centros espirituales son el lugar del segundo nacimiento o de regeneración psíquica. Según Guenon, existe relación entre la cueva y el corazón. A la montaña corresponde la idea de la grandeza y a la cueva o cavidad la idea del corazón, la de pequeñez. Entrar en la vía es la iniciación virtual; seguir la vía, es la iniciación efectiva. El principio según Upanishad, reside en el centro del ser y es más pequeño que un grano de arroz o de sésamo.
No deseo extenderme más. Los invito a continuar la lectura en mi próximo artículo.
Mi nombre es Beatriz Pineda Sansone. Nací en la ciudad de Maracaibo, Venezuela. De niña era inquieta, llena de arrojo. Admiraba a nuestro Arturo Uslar Pietri, quien conducía el programa televisivo Valores Humanos. Su ejemplo ha sido mi norte. Gracias a mis hijas he realizado grandes aventuras a favor de los niños. Creé el Taller Literario Infantil Manzanita que devino en Fundación en 1985. Más tarde, con motivo del nacimiento de un nuevo diario en Maracaibo, fundé Azulejo, el periódico de los niños del diario La Verdad –primera etapa-. Extendí el Programa La Hora del Cuento a centros de arte, museos, universidades, colegios y McDonald’s Padilla de la ciudad con el fin de cultivar en los niños el amor por la lectura, y todas sus destrezas cognitivas, afectivas y psicomotoras.
Más tarde, en 1996, obtuve el título en Filología Hispánica con el premio Summa Cum Laude en la Universidad del Zulia. Cursé estudios de postgrado (2000-2003). Me convertí en articulista de los diarios venezolanos Economía Hoy, Panorama y El Universal.
Soy autora de: Las Memorias del Maestro Ramiro (1979); Desde otro rayo (1992). Universidad del Zulia; Los ojos de la montaña (2011). Entrelíneas Editores, España; La Hora del Cuento. Enseñar a razonar a los niños a través de la lectura de cuentos (2015). Ediciones de la Torre, España; El Principito y los Ideales. Defensa de la libertad, del amor y del razonamiento (2017). Editorial Verbum, España; La Aventura nunca imaginada de un lápiz (2018). Fundación editorial el Perro y la Rana. Venezuela; Una niña de mi edad (2019). Editorial Tandaia, España. Malika, la más pequeña de la manada (2021). Europa ediciones. Roma.
En la actualidad desarrollo una intensa labor a favor de la lectura a través de las redes sociales: @beapinpaz.escritora; los chats Aventuras Literarias y Café Lectura.
Me gustó muchísimo Beatriz , develas códigos impensados y estimulas a la búsqueda de textos de apoyo y basamento teórico. El mito de la caverna , al revés , un brillo , un hallazgo, el conocer como riqueza agazapada entre espacios cerrados pero luminosos a la vez.