Beatriz Pineda Sansone: El Principito y los Ideales
La experiencia humana se conforma, básicamente, a través de vínculos y de interacción. El despliegue de la actividad subjetiva que conlleva a la transformación de nuestra experiencia en un espacio de múltiples dimensiones se recrea de manera especial en las obras literarias, porque ellas recogen las paradojas de la experiencia humana, el espacio cognitivo en el cual el individuo construye su entorno social y natural, por un lado, y la formación individual en la medida en que interactúa con el medio ambiente natural y social, por el otro.
La historia narrada en El Principito, la celebrada obra de Antoine de Saint-Exupéry, constituye un recuento autobiográfico y presenta dos planos continuos: el plano exterior o exotérico y el plano interior o esotérico, que constituye su trasfondo y debe deducirse. Por esta razón, la obra ha sido incomprendida muchas veces. La incomprensión del Principito, expresada por adultos que leyeron la obra en sus trece años de edad, fue el acicate que me llevó a su relectura e investigación. A la edad de tres años, aproximadamente, Exupéry perdió a su padre y se convirtió en un niño taciturno que tomó gusto por la soledad. El narrador declara en la parte II de la obra: Viví así, solo, sin tener a nadie con quien hablar verdaderamente… La visión fantasmal, el producto de esa soledad tiene mucho que enseñar a pequeños y grandes. Ese niño que se presenta de improviso en el desierto (Capítulo II), constituye una parte del sí mismo del narrador-piloto, quien tuvo la fortuna de encontrar un eslabón del planeta de su infancia, que se sitúa en la edad de seis años y que se hubiese podido olvidar y perder, como suele ocurrir a los adultos. Por eso la dedicatoria bien expresa: Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor…. El narrador pide perdón a los niños, porque es a los adultos a quienes dirige las reflexiones que hace con el objeto de humanizarlos. Como el narrador de la obra, Saint-Exupéry fue piloto de profesión. Lo fue en la época gloriosa de la aviación, cuando volar sobre uno de aquellos aparatos constituía un magnífico desafío. En mi ensayo (El Principito y los Ideales. Defensa de la libertad, del amor y del razonamiento. Madrid. Editorial Verbum, 2017), he realizado un recuento y análisis de los símbolos que utiliza el narrador-piloto a lo largo de la obra, que constituyen el plano oculto o esotérico.
El viaje, por consiguiente, es un símbolo determinante en la obra, que nos vincula con el desierto, con el rayo, con el niño que pide el dibujo de un cordero, con la caja, la cuerda y la estaca. La grata vocecita del niño hizo despertar al piloto de un salto, como herido por el rayo (Capítulo II). La luz del rayo se relaciona con la aurora, la iluminación y el primer signo zodiacal que representa un inicio cíclico. Es la imagen del Logos hiriendo a las tinieblas, la acción de lo superior sobre lo inferior, expresa Cirlot (1997: 385-386).
La razón de la petición del niño al piloto, la encontramos en la crisis de deshumanización que, para ese entonces, sufre el mundo con la II Guerra Mundial, acaecida entre 1939-1945. Todos estos símbolos están presentes en los capítulos II y III de la obra. En adelante, veremos que el niño que aparece en el desierto también es un viajero.
El viaje atraviesa la obra y, desde el punto de vista espiritual, representa la tensión de búsqueda y de cambio que determina el movimiento y la experiencia que se deriva del mismo. Carlos G. Jung en Cirlot expresa que el viaje es una imagen de la aspiración, del anhelo nunca saciado, que en parte alguna encuentra su objeto. Dicho autor señala que ese objeto es el hallazgo de la madre perdida. Así entendido, mediante el viaje, el narrador-piloto desea reencontrar ese espacio seguro y protegido que representa su infancia, su casa. En el narrador-piloto predominan los sentimientos de vacío, miedo y soledad.
En 1935 su avión tuvo, realmente, una grave avería. Se encontraba en pleno desierto del Sahara, pero fue descubierto y salvado, milagrosamente, por los indígenas, cuando estaba ya casi muerto de sed.
Me pregunté: ¿por qué el autor eligió el desierto como escenario de su obra?
El desierto, apunta Cirlot (1997: 71), representa el imperio de la abstracción, de la meditación, de la concentración que se halla fuera del campo vital y existencial. Saint-Exupéry concede más importancia a la presencia activa de un símbolo, que a la experiencia consciente que lo manipula y valora. Un aspecto más profundo se refiere a la historicidad de toda existencia humana y en consecuencia implica la angustia ante la muerte. La imagen del desierto constituye el mejor símbolo de la soledad en la obra de Saint-Exupery, como también es el lugar necesario para deliberar, reflexionar y encontrarse a sí mismo. El narrador-piloto expresó en el capítulo XXV (1975: 75) que siempre amó el desierto. Mi interés por los símbolos se debe a que poseen una característica esencial: apuntan hacia lo sagrado que es la realidad, la existencia y revelan siempre una situación-limite como la muerte, una enfermedad, una persecución o crisis religiosa. Y aquí encontramos la razón por la cual Saint-Exupéry dedica su obra a su amigo Léon Werth, un judío que, como todos, estaba siendo perseguido para ser torturado por los nazis en pleno conflicto. Así pues, toda manifestación religiosa se refiere a algo trascendente, transhumano, transhistórico, expresó M. Eliade en su obra Mitos, sueños y misterios (Edit. Kairós, S.A. 2010).
La petición del cordero y la presentación de la caja y la cuerda, por parte del piloto -capítulos II y III-, constituyen un ejemplo que apunta a una vida devota en concordancia con los valores y principios de la religión, que pueden producir experiencias místicas reales. El cordero que el niño pide al piloto en varias ocasiones, representa desde el punto de vista religioso del autor, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, en ese momento de la historia en que el hombre abandonó su humanidad para volverse bárbaro. La caja es sinónimo de muerte y reencarnación y la cuerda, el medio, tanto como el deseo de la ascensión. Recordaré que El Principito fue escrito en pleno conflicto en el año 1943.
Los múltiples encuentros que se suscitan en la obra constituyen un tremendo ejemplo de interacción y despliegue de actividades subjetivas que conllevan a la transformación de la experiencia, tanto del Principito como del narrador y del resto de los personajes de la obra. Los invito a leer mi ensayo con el fin de descubrir los tesoros que oculta la obra de Saint-Exupéry.
Mi nombre es Beatriz Pineda Sansone. Nací en la ciudad de Maracaibo, Venezuela. De niña era inquieta, llena de arrojo. Admiraba a nuestro Arturo Uslar Pietri, quien conducía el programa televisivo Valores Humanos. Su ejemplo ha sido mi norte. Gracias a mis hijas he realizado grandes aventuras a favor de los niños. Creé el Taller Literario Infantil Manzanita que devino en Fundación en 1985. Más tarde, con motivo del nacimiento de un nuevo diario en Maracaibo, fundé Azulejo, el periódico de los niños del diario La Verdad –primera etapa-. Extendí el Programa La Hora del Cuento a centros de arte, museos, universidades, colegios y McDonald’s Padilla de la ciudad con el fin de cultivar en los niños el amor por la lectura, y todas sus destrezas cognitivas, afectivas y psicomotoras.
Más tarde, en 1996, obtuve el título en Filología Hispánica con el premio Summa Cum Laude en la Universidad del Zulia. Cursé estudios de postgrado (2000-2003). Me convertí en articulista de los diarios venezolanos Economía Hoy, Panorama y El Universal.
Soy autora de: Las Memorias del Maestro Ramiro (1979); Desde otro rayo (1992). Universidad del Zulia; Los ojos de la montaña (2011). Entrelíneas Editores, España; La Hora del Cuento. Enseñar a razonar a los niños a través de la lectura de cuentos (2015). Ediciones de la Torre, España; El Principito y los Ideales. Defensa de la libertad, del amor y del razonamiento (2017). Editorial Verbum, España; La Aventura nunca imaginada de un lápiz (2018). Fundación editorial el Perro y la Rana. Venezuela; Una niña de mi edad (2019). Editorial Tandaia, España. Malika, la más pequeña de la manada (2021). Europa ediciones. Roma.
En la actualidad desarrollo una intensa labor a favor de la lectura a través de las redes sociales: @beapinpaz.escritora, los chats Aventuras Literarias y Café Lectura.