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Beatriz Pineda Sansone: El viaje: la búsqueda interior

 

Se ha dicho que el viaje se resume en la búsqueda de la verdad, de la paz, de la inmortalidad, en la indagación y el descubrimiento de un centro espiritual.

Los viajes de Eneas, de Ulises, de Dante, de Christian Rosenkreuz, de Nicolás Flamel, y del Príncipe de Oriente en los Actos de Tomás aluden a la búsqueda del conocimiento. Los viajes son también, sin alejarnos de las nociones precedentes, la serie de pruebas preparatorias para la iniciación que se encuentran a la vez en los misterios griegos, en la masonería y en las sociedades secretas chinas. En el budismo hallamos el viaje como progresión espiritual en forma de vías, de vehículos y de travesías. El viaje se expresa a menudo como un desplazamiento a lo largo del eje del mundo.

La partida hacia el centro se expresa también por la búsqueda de la tierra prometida y por la peregrinación. Orígenes en J. Chevalier y A. Gheerbrant (2018: 1066), ve en la salida de Egipto, en la travesía del desierto y del mar Rojo, los símbolos de las etapas en la progresión espiritual. El camino y la marcha expresa M. Eliade (2015: 134), son susceptibles de transfigurarse en valores religiosos, pues cualquier camino puede simbolizar el camino de la vida, y toda marcha una peregrinación hacia el centro del mundo.

En Imágenes y sírnbolos, Eliade pasa revista a varias estructuras simbólicas cuya presencia puede observarse en las manifestaciones religiosas de culturas muy diferentes: pueblos indoeuropeos, la India, Irán, la cultura judeo-cristiana, etc. La primera estructura analizada es el simbolismo del «centro». Eliade sostiene que las sociedades arcaicas conciben el mundo como un microcosmos, un espacio organizado y habitado fuera del cual sólo hay caos, monstruos, noche y muerte. Todo microcosmos tiene un centro, no en el sentido geométrico o geográfico de la palabra, sino un centro en cuanto lugar sagrado por excelencia. En las culturas que conocen la concepción de las tres regiones cósmicas —Cielo, Tierra, Infierno—, el «centro» constituye el punto de intersección de esas regiones; allí es donde resulta posible una ruptura de nivel y al mismo tiempo una comunicación entre ellas. Eliade pone de relieve, a través de numerosos ejemplos, cómo es frecuente que en ese centro del mundo se sitúe una Montaña, un Árbol o un Pilar, que constituyen el punto más alto o el ombligo del universo.

Si la posesión de una casa implica que se ha aceptado un lugar estable en el mundo, los que han renunciado a sus casas, los peregrinos y los ascetas, proclaman con su marcha, con su movimiento continuo, su deseo de salir del mundo, su renuncia a toda situación mundana. La casa, el nido, involucra un hogar, niños y rebaños; simboliza el mundo familiar, social y económico. Los que han escogido la búsqueda, el camino hacia el centro, deben abandonar toda situación familiar y social, todo nido, y consagrarse únicamente a la marcha, hacia la verdad suprema, que, en las religiones muy evolucionadas se confunde con el Dios escondido.

Así tenemos, por ejemplo, el viaje realizado por el narrador-piloto del Principito al desierto, el centro, citado en mi ensayo El Principito y los Ideales. Defensa de la libertad, del amor y del razonamiento (2017).  El desierto tiene un valor específico como lugar propicio a la revelación divina, por lo cual se ha escrito que el monoteísmo es la religión del desierto, dado que este es el dominio de la abstracción que se halla fuera del campo vital y existencial, abierto solo a la trascendencia (J. E. Cirlot, 1997: 170).

El paso de la circunferencia a su centro corresponde al paso de lo exterior a lo interior, de la forma a la contemplación, de la multiplicidad a la unidad, del espacio a lo no espacial, del tiempo a lo intemporal.

El Centro es ante todo el Principio, lo Real absoluto; el centro de los centros únicamente puede ser Dios. Los polos de las esferas, afirma Nicolás de Cusa, coinciden con el centro que es Dios. Él es circunferencia y centro, quien está por todos lados y en ninguna parte. Y Pascal citando a Hermes Trismegisto, expresa: Dios es una esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna parte. Lo que denota que su presencia es universal e ilimitada, que está pues en el centro invisible del ser, independiente del tiempo y del espacio. Para Nicolás de Cusa el centro es imagen de la coincidencia de los opuestos, se concibe como una hoguera de intensidad dinámica. Es el lugar de condensación y de coexistencia de las fuerzas opuestas, el lugar de la energía más concentrada.

El centro tiene una significación espiritual tanto como material. El alimento místico mana del centro, tanto como el alimento biológico de la sangre maternal. Cada hombre y cada pueblo tiene su centro del mundo: su punto de vista, su punto imantado.

En la obra póstuma de Saint-Exupéry, leemos que el narrador desea construir una Ciudadela –fortaleza-, en el corazón de los hombres; un punto de unión entre este deseo, individual o colectivo del hombre y el poder sobrehumano capaz de satisfacerlo, bien sea un deseo de saber, de amar u obrar. Allí donde se reúnen tal deseo y tal poder está el centro del mundo. Esta noción de centro está ligada igualmente a la de canal de comunicación, que en el caso de Saint-Exupéry, está representado por su obra.

A través de toda la literatura, el viaje representa una aventura y una búsqueda, ya se trate de un tesoro o de un simple conocimiento concreto o espiritual, la búsqueda de la verdad. El viaje expresa un deseo de cambio interior, una necesidad de experiencias nuevas, más aún que de desplazamiento local. Así tenemos, por ejemplo, el Pantagruel de Rabelais, los Viajes de Gulliver de Swift, Aladino o la lámpara maravillosa de Las mil y una noches, Maluco de Napoleón Baccino Ponce de León, entre otros. Pero semejante búsqueda es en el fondo una demanda, y, por lo general, una huida de sí. Los verdaderos viajeros son solamente quienes parten por partir. Siempre insatisfechos, sueñan con lo desconocido más o menos inaccesible, dice Baudelaire. Pero ellos no encuentran jamás aquello de lo que han querido huir: de sí mismos. Concluimos que el único viaje válido es aquel que realiza el hombre en el interior de sí mismo.

 

Mi nombre es Beatriz Pineda Sansone. Nací en la ciudad de Maracaibo, Venezuela. De niña era inquieta, llena de arrojo. Admiraba a nuestro Arturo Uslar Pietri, quien conducía el programa televisivo Valores Humanos. Su ejemplo ha sido mi norte. Gracias a mis hijas he realizado grandes aventuras a favor de los niños. Creé el Taller Literario Infantil Manzanita que devino en Fundación en 1985. Más tarde, con motivo del nacimiento de un nuevo diario en Maracaibo, fundé Azulejo, el periódico de los niños del diario La Verdad –primera etapa-. Extendí el Programa La Hora del Cuento a centros de arte, museos, universidades, colegios y McDonald’s Padilla de la ciudad con el fin de cultivar en los niños el amor por la lectura, y todas sus destrezas cognitivas, afectivas y psicomotoras.

Más tarde, en 1996, obtuve el título en Filología Hispánica con el premio Summa Cum Laude en la Universidad del Zulia. Cursé estudios de postgrado (2000-2003). Me convertí en articulista de los diarios venezolanos Economía Hoy, Panorama y El Universal.

Soy autora de: Las Memorias del Maestro Ramiro (1979); Desde otro rayo (1992). Universidad del Zulia; Los ojos de la montaña (2011). Entrelíneas Editores, España; La Hora del Cuento. Enseñar a razonar a los niños a través de la lectura de cuentos (2015). Ediciones de la Torre, España; El Principito y los Ideales. Defensa de la libertad, del amor y del razonamiento (2017). Editorial Verbum, España; La Aventura nunca imaginada de un lápiz (2018). Fundación editorial el Perro y la Rana. Venezuela; Una niña de mi edad (2019). Editorial Tandaia, España. Malika, la más pequeña de la manada (2021). Europa ediciones. Roma.

En la actualidad desarrollo una intensa labor a favor de la lectura a través de las redes sociales: @beapinpaz.escritora, los chats Aventuras Literarias y Café Lectura. 

 

 

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